La peor enemiga de la derecha es la historia, de ahí que tengan en cualquier gesta heroica o vida ejemplar, un enemigo a vencer, no se enteran siquiera que han muerto, porque cuando los pensamientos trascienden la vida, los fantasmas de los conservadores no les permiten vivir.
Postigo / Por José García Sánchez
Cuando los pensamientos trascienden la vida, los fantasmas de los conservadores no les permiten vivir. Uno de los más graves atentados contra la historia la realizó el priista Ernesto Zedillo, egresado del Instituto Politécnico Nacional y reconocido vendepatrias, y precursor del Fobaproa.
Zedillo inició la privatización del sistema ferroviario mexicano entre 1996 y 1998, durante su sexenio (1994–2000). En este prácticamente regaló concesiones por 20 a 50 años a empresas nacionales y extranjeras: Grupo Ferroviario Mexicano (Ferromex), Transportación Ferroviaria Mexicana (TFM), asociada con Kansas City Southern Industries, Grupo Acerero del Norte (Peñoles); Tribasa, entre otros.
La justificación oficial fue que el Estado no tenía recursos para modernizar el sistema ferroviario, y que la iniciativa privada podía aportar tecnología, inversión y eficiencia.
El resultado fue una concentración del mercado en pocas empresas, y la desaparición del servicio público de trenes de pasajeros.
En agosto de 1999, Ferrocarriles Nacionales de México dejó de operar las vías férreas, marcando el fin del sistema estatal.
Lo cierto fue que terminó con un símbolo de la historia mexicana, un talismán de la lucha popular, una vía hacia la tercera transformación y un vehículo para la emancipación, Llamada revolución mexicana, cuyos principios los conservadores, encaminados en ese momento hacia la ultraderecha, quisieron enterrar con el siglo.
Todo referente de lucha popular debe desaparecer, como si con ello la historia se arrepintiera de sus hazañas más dignas.
Así también, la alcaldesa de Cuauhtémoc, egresada de la Iberoamericana, al retirar las estatuas de Fidel Castro y Ernesto Guevara, cumplía una misión de su corriente política para quedar bien, no para hacer historia, porque desconocen su significado.
Pero lejos de ser una idea propia, no hizo más que repetir la patología de otros conservadores que hicieron lo mismo ante el temor de que la llegada de la 4T al poder pudiera llevarlos al “comunismo”.
Secuestrar estatuas no implica borrar la historia, ni a sus personajes, al contrario. Hacía mucho tiempo que no se publicaban tantas biografías de Fidel y El Che.
La consigna de la derecha ya había hecho de las suyas, acusando miedo ante la llegada de López Obrador al poder.
En 2019, regidores del PAN de Guadalajara, propusieron, con marchas callejeras incluidas, retirar el monumento a Salvador Allende, porque era un “representante de un régimen comunista”.
Ese mismo año, con el pretexto que mostraba a Emiliano Zapata con rasgos afeminados, grupos conservadores de Cuautla exigieron retirar monumentos que “deshonraran” su imagen.
En 2021, fue retirada la estatua de Benito Juárez en el municipio autodenominado, el más rico del mundo, San Pedro Garza García, donde hasta los santos tienen apellidos regios. El pretexto fue el reordenamiento urbano.
Estos destrozos contra la historia sucedieron luego de la llegada de un régimen nuevo, como para exorcizar la posibilidad de que el comunismo invadiera las conciencias de los mexicanos.
Es el problema que arroja la ignorancia de la historia y en general de la falta de capacitación académica en escuelas serias. La historia y las leyes, asentados en libros al alcance de todos, son como kriptonita para quienes apoyados en ideas frágiles y ambigüedades, se sienten superhéroes.
Si juntamos ignorancia y miedo encontramos conductas como las reflejadas ahora en la alcaldía Cuauhtémoc, por una aprendiz de burócrata que fue elevada por los caprichos y tentaciones de un líder como Alejandro Moreno que está con un pie en la cárcel. Esa es la verdadera historia de algunos personajes que nunca tendrán estatua, ni reconocimiento de ninguna especie.
La llegada de la 4T al gobierno infundió miedo a los enemigos del cambio. Para los conservadores que se regodeaban en la definición de esa palabra, era mejor estar como siempre y si se podía reconquistar el pasado, mucho mejor.
El cambio llegó infundiendo miedo hasta por las estatuas, que seguramente más de un fascista vio que le hablaba desde la banca de la Plaza Tabacalera, a un par de cuadras de la alcaldía Cuauhtémoc.
En la era cuaternaria a la que pertenecen Alessandra, (las damas primero) y Ernesto Zedillo, no había ni trenes ni estatuas pero la memoria se encargó de dejar su huella haciendo historia en cada cueva, los trazos con sangre y fuego, dieron cuenta de la evolución de la especie.