Por Gerardo Fernández Casanova/ [email protected]
Cambios constitucionales tenían que impulsarse con la llegada de la Cuarta Transformación. El triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) implicó un profundo cambio de régimen que rechazó el neoliberalismo como doctrina de estado. Para implantar lo que hoy se conoce como humanismo mexicano, esto después de una larga lucha del electorado progresista.
La legitimidad del triunfo invitaba a la realización de profundos cambios constitucionales, pero el presidente se abstuvo de emprenderlos bastando con sólo los más indispensables. Entiendo que optó por evitar demasiadas turbulencias para mostrar una nueva forma de gobernar, de manera que se obviaran o se atenuaran los conflictos propios del cambio de régimen.
Postergó su implementación para el segundo trienio de su mandato en el supuesto de consolidar su autoridad moral y de contar con mayoría suficiente en el Congreso. Lo primero se logró con creces, pero no así en cuanto a la mayoría calificada en las cámaras. Importantes reformas fueron rechazadas. Fuese por la minoría opositora con poco más de un tercio de los votos o por declaraciones de inconstitucionalidad por el Poder Judicial en contubernio con la oposición.
La gente se percató con claridad de tales despropósitos y tildó a sus ejecutores como “traidores a la patria”, particularmente para el caso de la recuperación de la Comisión Federal de Electricidad, registrándose en las bajas de aceptación en las encuestas.
El Presidente López Obrador, sabedor del respaldo popular de que goza, decide formular cambios constitucionales. Se trata de un paquete de veinte iniciativas de reforma a la constitución, de diverso calado pero todas de beneficio al pueblo, de manera de colocar al bloque opositor en un cajón perdedor: si las rechaza, verá castigada su expectativa electoral; si las aprueba le entrega el triunfo al Presidente, con el mismo efecto electoral.
Lo más importante del caso es que la batería de reformas consolida el proyecto transformador, independientemente de su efecto sobre la elección, en beneficio del pueblo y la nación.
Mientras así se mueven las cosas en el país, la candidata opositora acude a las capitales del poder imperial a implorar su apoyo para “defender a la incipiente democracia mexicana” amenazada por el afán tiránico de la 4T.
Es deplorable la actitud antipatriótica de alguien que aspira al cargo de mayor responsabilidad del país: implorar la intervención del yanqui en los asuntos que sólo a las y los mexicanos nos compete y poner en riesgo la paz y la soberanía nacional.
Desde luego cosas de este tipo se irán recrudeciendo durante la campaña electoral y tendremos que estar preparados para lidiar con ellas. La nueva conciencia política del pueblo será puesta a prueba en esta aberrante circunstancia, depende de todas y todos mantener incólumes nuestros anhelos de seguir construyendo la patria digna y benefactora que aspiramos.
Nadie debe aflojar el paso ni pensar confiadamente en el triunfo. Se requiere contar con cada uno de los votos y hacerlos valer llueva, truene o relampaguee. Sólo así podremos verdaderamente garantizar la continuación y profundización del proceso transformador.