La transformación de la realidad nacional hacia un nuevo régimen de bienestar -casi equivalente a una revolución- ha venido transcurriendo de manera pacífica, aunque no desprovista de severas controversias entre el gobierno y los que se han visto afectados por sus políticas públicas.
Esto representa un importante estado de salud política, importante de ponderar y resguardar. No obstante, el fantasma de la violencia se pasea por el mundo incitando a la guerra e instrumentándola en varias regiones.
Incluso con legisladores estadounidenses amenazando con intervenir militarmente en México y con lacayos mexicanos aplaudiéndoles.
Hay algunas voces bienintencionadas recomendando la moderación en el debate e, incluso, clamando por la “unidad nacional”. Esto no sólo no es posible sino que resultaría inconveniente.
La confrontación y el debate son esenciales a la democracia; es lo que le permite a la población informarse para tomar decisiones a la hora de votar y determinar el rumbo del país.
Es una fortuna contar con fuerzas armadas disciplinadas y leales, así como con un pueblo que ha demostrado su preferencia por la vía pacífica para resolver su adversidad.
El Presidente de la República y su conferencia de prensa matutina y cotidiana, contribuye a la controversia ejerciendo vigorosamente su derecho a replicar los ataques e infundios de la prensa tradicional, la que practica la libertad de expresión hasta en exceso.
En México nos acostumbramos a la “pax priísta” para evitar la expresión de los conflictos o, por lo menos, para administrarlos por la manipulación informativa.
En 1997 comenzó a romperse el muro del silencio y a escucharse los ecos de la ebullición al fondo de la olla.
La famosa alternancia del año 2000 hizo mucho ruido pero, al no modificar el modelo económico, mantuvo e incrementó el hervor todavía soterrado; incluso manipuló la elección para evitar que el ejercicio democrático electoral derramara e imponer a su sucesor de manera fraudulenta.
Desde entonces se arremetió la campaña propagandística en contra de AMLO, “un peligro para México”; el derrumbe de la economía y el secuestro de los hijos para adoctrinarlos en comunismo, entre otras ilustres mentiras.
El embate contra el hoy Presidente nunca menguó, ni siquiera cuando obtuvo más de 30 millones de votos en 2018. Ningún presidente ha sido tan mendazmente atacado y vilipendiado, en proporción similar al aumento de su respaldo popular. Pésimo negocio para quienes visceralmente invierten carretonadas de dinero para la denostación.
Es útil; la capacitación política del pueblo se ha visto acrecentada como nunca y, con ello la solidez del nuevo régimen soportado en hechos y datos de clara comprobación. México es una nación cada vez más soberana y orgullosa, con una población que se siente atendida en sus demandas de bienestar.
Ya entrados en los escarceos de la sucesión presidencial se presentan alternativas que van desde la conciliación con la real oposición de los poderosos hasta la profundización de la controversia.
El pueblo tendrá que decir la última palabra y, como tal, yo solo veo a Claudia y a Noroña, aunque de la primera observo con rechazo su despliegue publicitario del todo distante a la austeridad republicana y a la nueva forma de hacer política.
En cambio reconozco la capacidad de liderazgo de Noroña que, sin dinero y a contrapelo, se está enraizando en el ánimo popular.
En mi manera de ver las cosas, la experiencia y la capacidad administrativa son susceptibles de ser delegadas, pero el carisma y el liderazgo son estrictamente personales.
Todo lo anterior lo digo con gran respeto a muchos amigos que podrán tener opciones diferentes, que tendré mucho gusto en conocer y analizar. Todo sea por un México mejor.
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