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diciembre 12, 2025Sídney como síntoma: qué enseñamos cuando explicamos la violencia a las infancias
Columna de opinión: Ingeniería Política
Por: Aldo San Pedro
Un atentado que sacudió al mundo
El 14 de diciembre de 2025, durante la celebración pública de Janucá en Bondi Beach, dos hombres armados descendieron de un vehículo y abrieron fuego contra cientos de personas reunidas para conmemorar el festival judío. El atentado dejó al menos 16 personas muertas, más de 40 heridas y una comunidad entera marcada por el horror.
Las autoridades confirmaron la presencia de explosivos improvisados y calificaron el hecho como un acto terrorista. Entre las víctimas había niñas, niños, sobrevivientes del Holocausto y líderes religiosos. En medio del caos, un comerciante local logró desarmar a uno de los agresores, evitando una tragedia aún mayor.
Lo que debía ser una expresión pública de identidad y esperanza se transformó en un escenario de terror con repercusiones internacionales.
La violencia como experiencia compartida
La cobertura mediática comenzó minutos después del ataque. Imágenes de emergencia, disparos y pánico circularon de inmediato por televisión, plataformas digitales y redes sociales.
En muchos hogares, personas adultas intentaron proteger a niñas y niños mediante filtros, cambios de canal o explicaciones cuidadosas. En otros contextos, el acceso fue directo y sin acompañamiento. En ambos casos, la violencia dejó de ser un hecho localizado para convertirse en una experiencia compartida, muchas veces sin preparación previa.
La violencia también enseña
Lo más inquietante de estos hechos no es solo su letalidad, sino su capacidad pedagógica. Cada atentado deja huella no únicamente por lo que ocurrió, sino por cómo se narra, se explica o se normaliza.
Las infancias aprenden no solo de lo que se dice, sino de lo que se calla, de lo que se repite sin cuestionar y de aquello que se presenta como inevitable. Cuando la violencia se explica como parte del mundo moderno o se convierte en espectáculo informativo, se transforma en una lección silenciosa que moldea percepciones y valores a largo plazo.
El valor de otras narrativas
En Sídney, el acto de Ahmed al Ahmed irrumpió en la lógica del terror. Sin pertenecer a ninguna corporación policial y poniendo en riesgo su vida, enfrentó a uno de los agresores y logró desarmarlo. Las autoridades lo reconocieron como héroe.
Su acción no sustituye la responsabilidad del Estado, pero recuerda que la violencia no cancela por completo la capacidad humana de actuar con dignidad. Esta narrativa es esencial, no solo porque inspira, sino porque rompe con la lógica del miedo paralizante. Y ese mensaje también llega a niñas y niños.
Reacciones oficiales y el vacío pedagógico
La reacción internacional fue inmediata. Gobiernos de distintas regiones, incluida la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, condenaron el ataque y expresaron solidaridad con las víctimas. Las autoridades australianas reforzaron la seguridad y evitaron atribuciones precipitadas.
Sin embargo, más allá de cifras, discursos e investigaciones, la pregunta urgente permanece: ¿qué enseñamos cuando explicamos este tipo de violencia? No basta con narrar los hechos. Es indispensable contextualizar, reflexionar y transmitir por qué no deben repetirse.
Explicar también es prevenir
Los atentados no solo buscan causar daño físico. Pretenden sembrar miedo, dividir sociedades y erosionar la confianza colectiva. Por eso, la forma en que se explican —especialmente ante niñas, niños y adolescentes— es tan relevante como la respuesta en materia de seguridad.
Explicar con claridad, evitar la simplificación y resistir el espectáculo del horror puede ser tan preventivo como una política pública bien diseñada.
Un desafío cultural, no solo de seguridad
El ataque en Sídney demuestra que la violencia extrema no es únicamente un problema de seguridad ni un fenómeno lejano. Es un desafío cultural que se filtra en la vida cotidiana a través de imágenes, relatos y explicaciones.
Más allá de la respuesta inmediata, lo decisivo es cómo estos hechos se traducen para quienes están aprendiendo a entender el mundo. Porque la violencia no se hereda sola: se enseña, se normaliza o se corrige.
Y esa elección —silenciosa, constante— comienza mucho antes del próximo titular.
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