El presidente López Obrador, enfrentado al intríngulis de atender al compromiso de sangre y solidaridad con Nuestra América y, al mismo tiempo, mantener una estrecha relación con la América anglosajona en virtud del grado de dependencia e interrelación con los Estados Unidos, opta por elevar la mirada hacia la utopía: la integración continental.
Desde que la esbozó en el acto de conmemoración por el natalicio del Libertador Simón Bolívar en el Castillo de Chapultepec, me sentí completamente perdido y sin piso.
Cómo podemos siquiera imaginar que los países y los pueblos histórica y permanentemente agraviados por el imperio yanqui nos asociaríamos con el más odiado país de América y del mundo.
Juzgué como un grave error que echaba por la borda el prestigio alcanzado en la región y, nuevamente, caíamos bajo el yugo imperial.
Varios colegas latinoamericanistas se manifestaron igualmente sorprendidos y decepcionados.
Rumiando la idea tomé el ejemplo que esgrime el Presidente de asemejarlo al caso de la Unión Europea. Quién pudiera imaginarse a Mitterand y a Kohl sentados frente a frente para negociar la integración, después de siglos de enemistad irreconciliable.
Me fui convenciendo de que el proyecto no es absolutamente imposible, aunque sumamente complicado por toda la carga histórica y su permanencia actual.
Los gobiernos de Estados Unidos, sin diferencia entre partidos, se consideran llamados por la Providencia para establecer el orden continental; igual que Simón Bolívar postuló en 1828 que esa misma Providencia les autorizaba para sembrar de miseria y dolor a la América Hispana.
La premonición de Bolívar está vigente e hiriente. Ese país sólo tiene intereses, lo demás es pura novela.
Pero López Obrador advierte que, de no darse la unidad en las Américas, el poderío chino dominaría al mundo, con un muy alto riesgo de conflagración bélica suicida, con lo que le dice a los gringos que tiene que olvidarse de su actitud hegemónica e imperial y aceptar que somos de vital importancia como socios y que no aceptamos el trato de colonias.
Por su parte a los hermanos de Nuestra América les invita a que nos unamos estrechamente para negociar con los gringos, cosa que hemos pugnado desde Bolívar y Martí hasta nuestros días desde la izquierda progresista, hoy nuevamente fortalecida y creciente.
No olvidar que si algo tenemos en común los pueblos de América es el dominio imperial gringo, lo cual es un importante factor de unidad para combatirlo.
En último término, apelando a la utopía, el Presidente López Obrador logra romper el nudo que le impedía asumir su compromiso con Nuestra América y no caer en conflicto con el vecino, pero sin menoscabo de la soberanía y la dignidad. La reiterada exigencia de terminar ya el bloqueo a Cuba es inequívoca.
La postura de exigir que nadie sea excluido de ser invitado a la Cumbre de las Américas y de no asistir en caso de que eso suceda, es tal vez una prueba de ácido para la relación con Biden, pero tiene todo el sustento en principios de política exterior de México y ya está siendo secundada por Bolivia, Argentina y Honduras, por lo pronto.
Si el poderoso clan de los oligarcas latinoamericanos refugiados en Florida, domina en el envite, sólo será más que una nueva muestra de la debilidad de Biden y un triunfo para el progresismo ascendente en Nuestra América.
Visto lo anterior, me entusiasmo nuevamente con el digno papel de la diplomacia mexicana. Vale la pena intentar lo imposible.
____
M21