Por Gerardo Fernández Casanova / gerdez777@gmail-com
Varias noches de conflicto conmigo mismo transcurrieron para decidir abstenerme de opinar respecto de las movilizaciones feministas.
Soy hombre, heterosexual y tengo 78 años; soy absolutamente incapaz de comprender lo que sufren las mujeres en su cotidianeidad, es diametralmente diferente a la que me tocó vivir.
Es más, como dice la canción: soy de esos amantes a la antigua, aunque no sea muy dado a mandar flores.
Me formé en una familia clasemediera, formada por dos hermanos, varones ambos, mi padre y mi madre; obviamente esta última era la reina del hogar.
Fue la única imagen femenina en mi formación, de ahí que siempre he sido extremadamente respetuoso de ellas, al grado de no haberme atrevido a negarme ante una seducción que, sin que sea presunción, fueron muchas, no por guapeza, sino por la suerte de cierto mínimo poder.
En la familia nunca supe de un diferendo entre mis padres, todo era miel sobre hojuelas en las buenas y en las malas; nunca hubo el juego de la buena y el malo, las nalgadas eran por parejo dependiendo sólo de la ocasión e independientemente de quien tuviera la razón.
Estoy cierto que no había el hombre dominante, aunque luego me di cuenta de que sí había la mujer sumisa.
Al morir mi padre, mi madre vivió intensamente su independencia; a los 62 años aprendió a manejar y le dio vuelo a su hilacha: su iglesia católica y las obras de caridad verdaderas; era líder, mandona y muy ejecutiva. Increíble.
Dicho lo anterior confirmo que no tengo la más mínima autoridad ni experiencia para opinar sobre lo que hoy ocurre con las mujeres.
Una cosa sí me ofende y francamente me encabrona: que coreen que el violador soy tú, cuando ese tú somos muchos y somos machos porque nuestra única preferencia sexual es la mujer, que nos honra honrarla y respetarla; que disfrutamos el rajarnos el lomo para proveerla de lo necesario y llegar a casa a disfrutar el merecido descanso y amar.
Creo que es verdad que también hay cobardes que confunden su machismo en doblegar a la mujer, en ofenderla y violar su voluntad.
No sé de cifras pero puede que sean muchos, estos o los otros, pero creo que aunque fuese sólo uno, no puede aceptarse la violencia contra la mujer.
También aunque haya muchas o pocas que lo tienen muy bien ganado: las hay robamaridos; las hay provocadoras; las hay que inventan violaciones para rejoder a un hombre, a veces por despecho, a veces por chantaje.
De esas me han tocado muchas y no hago marchas ni destruyo monumentos.
Pero sí existe una gran discriminación respecto de la cual es preciso identificar atinadamente al causante, que no es otro que el capitalismo voraz que igual afecta a unos y otras, más a estas.
Fue el capitalismo voraz el que hizo fábricas para explotar a la mano de obra y que, donde pudo, incorporó mujeres que exigían menos salario como esquiroles.
Fue ese capitalismo que inventó la guerra masiva y mandó a la mano de obra masculina a pelear y morir, suplantándola con mujeres, para quienes inventó la leche en polvo para que no tuvieran que amamantar y los Gerber para que no tuvieran que cocinar papillas sanas para sus hijos.
Fue el capitalismo el que desarrolló la tecnología de los electrodomésticos para la comodidad del quehacer doméstico.
Pero lo más grave: fue el capitalismo el que desvaloró e injurió a la familia y al valor de la mujer en ella.
El capitalismo necesitaba mujeres para trabajar en sus negocios a bajo costo o peor aún, el que inventó las modas en el vestir o en el lucir para que la mujer regresara su salario o el de su marido en el consumo fatuo y superfluo; el que promovió la moda sexi para luego acusar de putas a las que la usan.
La mujer reclama con justicia la libertad. El capitalismo jamás se la brindará.
La peor y más frecuente mezcla capitalismo y religión afines: la mujer no puede decidir sobre su cuerpo, hacerlo es pecado mortal.
Coincidimos en que la violencia general y la que sufren las mujeres en particular es producto de la pérdida de valores y del rompimiento del tejido social.
Toda la energía de la violencia y la protesta bien que podría restituirlos. Mujeres y hombres. Muy hembras y muy machos pero ambos honestos. Conste que no quise tratar el tema.
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