Por Norman F. Pearl @NormanFPearl
El 20 de enero de 1981, Ronald Reagan, un actor hundido en la mediocridad, se daría la oportunidad para brillar en un ámbito más tolerante y permisivo. Ese día, sería nombrado presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.
En la toma de protesta, exclamaría con firmeza: “El gobierno no es la solución a nuestros problemas, el gobierno es nuestro problema”.
A partir de ese momento, tácitamente, entregaba el control del Estado al poder económico que lo había conducido hasta ese poroso pedestal.
Al término de sus mandatos, en 1989, la pobreza había crecido en forma desmesurada y la desigualdad cobraba una relevancia inusual: los ingresos del 1% de los contribuyentes más ricos subía un 87% y la de aquellos con menores ingresos caería un 5%. Un poco después sería diagnosticado con alzheimer.
Tuvieron que pasar 40 años, a partir del inicio del caos, para que otro presidente estadounidense, Joe Biden, hiciera un recuento de los daños sufridos a partir de la implementación de ese sistema neoliberal tan injusto como ineficiente, que dejaba como herencia una terrible desigualdad y pobreza.
Biden, pronto tuvo que aceptar que el poder económico ponía de rodillas a los gobiernos cuyos estragos provocaban que la gente pusiera en duda su viabilidad.
El presidente Biden sugiere un aumento de impuestos a las grandes empresas del 21% al 28% (algo inusitado) y evitar la evasión fiscal.
Además, ha creado programas de bienestar a la población con la dispersión de 2 billones de dólares en una primera entrega para aumentar la capacidad de consumo, y otros dos billones para los próximos ocho años buscando resarcir los agravios sociales dejados por el neoliberalismo.
El neoliberalismo es una teoría política-económica, para ella, el Estado sólo debe cumplir con sus funciones básicas.
Se opone a su intervención en el funcionamiento de la economía, fomentando la creación de empresas con capital exclusivamente privado y alentando la desincorporación de empresas paraestatales.
México, que durante muchos años había tenido un crecimiento alto y sostenido, en 1982, cayó bajo el embrujo de la “modernidad” subordinándose a las disposiciones del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
El primer paso era vender los activos del estado, no importaba a que precios. El objetivo era cumplir con diligencia las instrucciones.
Para la pequeña clase empresarial cercana al poder político esto era muy atractivo pues estarían en posibilidad de adquirir empresas baratas y ejercer una influencia real decidiendo el futuro político de México como lo vimos a través del tiempo.
Con ese antecedente empiezan a engrosar la lista de “Forbes” una cantidad apreciable de “notables privilegiados” cuyos caminos de abundancia insospechada hubieran sido trazados por Carlos Salinas, socio gratuito inevitable.
En 1990, México recibía con estupor la venta de Teléfonos de México, no había argumento que lo avalara.
Sus utilidades eran tan altas que el programa de expansión y modernización que se antojaba necesario hacer resultaba muy simple ejecutar para la misma empresa.
El comprador, Carlos Slim, recibiría el monopolio absoluto por seis años y la autorización para aumentar sus tarifas, logrando de esa manera satisfacer fácilmente el requerimiento de “expansión eficiente”. Este “crecimiento” le llevaría después a ser el hombre más rico del mundo.
Recuerdo una intervención mediática de Slim en 2017, cuando en defensa de Peña Nieto ante amenazas de Trump decía triunfalmente: “México no perderá empleos ante nadie pues tenemos la mano de obra más barata del mundo”, y si, era cierto.
La tormenta neoliberal pasó por México con lecciones de sangre y pérdidas irreparables:
En los mismos periodos, el PIB per cápita fue de 3.2% y 0.7% anual. Durante el período 1983-2018 solo se crearon alrededor de 14.7 millones de empleos formales. La tercera parte de los empleos requeridos.
En 2018, (último año del fatídico periodo) el 56.6% de la Población Económica Activa se ubicaba en el empleo informal y 7.7 millones de personas buscaban empleo sin conseguirlo.
De acuerdo con el Consejo Nacional de Población, durante el periodo de 1983 a 2018, la población que huyo del país por hambre fue de casi 11 millones de compatriotas.
En el mismo lapso de tiempo, los mexicanos que contaban con un empleo estable, perdieron 70% de su poder de compra.
Como podemos observar, el neoliberalismo otorgó poderes especiales para gobernar a los barones del dinero ante un pueblo empobrecido, partidos políticos controlados y un país saqueado a mansalva, dejando en estado crítico a empresas paraestatales prioritarias para el desarrollo como PEMEX y CFE.
No es para nadie un secreto que el PRI, PAN y PRD que hubieron sido autónomos algún día, reportan sin cortapisas a un empresariado corrupto que sin pudor ostenta su férreo control.
Claudio Xicoténcatl González, es la cabeza visible de este grotesco liderazgo apátrida disfrazado en un “patriótico” “Va por México”. Resabios del mundo neoliberal…
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M21
3 Comments
Excelente análisis, no hay país que soporte 36 años de corrupción, saqueo y expoliación como lo ha hecho México, ahora la sociedad ya despertó y esperamos siga despierta…
MUY BUENA SINTESIS, DEL TIRADERO QUE DEJARON, LOS QUE SAQUEARON PARA VIVIR MUCHISIMAS GENERACIONES MAS Y QUE ADEMAS NO LLENARON CON ELLO!!!!
Nunca más neoliberales en México. Fuera los gobiernos que están al servicio de los países imperialistas.