Es imposible hablar del riesgo de México sin considerar el panorama regional e internacional; es cierto que México tiene sus propias y particulares aristas, pero con el triunfo de AMLO, se sumó a la ola de gobiernos progresistas de América Latina en búsqueda de justicia social y crecimiento económico. Mismos que han sido objetivo primordial del Plan Cóndor 2.0, operado por una ofensiva neoliberal y mediática de gran envergadura.
Fraguado por la CIA en los años 70, El Plan Cóndor —intrínsecamente ligado a la Doctrina del Shock—, logró desarticular mediante la violencia a gobiernos progresistas, dirigentes de izquierda, partidos políticos de corte social y a sus voces más representativas, dando lugar a crueles dictaduras y a las historias más tristes y oscuras de nuestra América.
Casi sin notarlo, AL está convertida en campo fértil para los golpes de Estado. De los cinco ocurridos en el siglo XXI, tres han sido contra gobiernos de izquierda: Venezuela en 2002, contra Chávez; en Honduras en 2009 contra Manuel Zelaya y en 2012 contra Fernando Lugo en Paraguay.
Y el denominador común ha sido el papel de las oligarquías mediáticas —Grupo Prisa en España; Grupo Clarín en Argentina; Televisa en México y CNN en EEUU—, que han probado su capacidad de articulación de manera ágil, ubicua.
Los “Golpes de terciopelo” (golpes judiciales) han sido urdidos en diversas formas, como el impeachment contra Dilma Rousseff en 2016 y, más tarde, el impedimento a la postulación de Lula Da Silva, mediante un juicio y posterior encarcelamiento, basado en argumentos de dudosa legalidad, dando lugar a la ascensión del ultraderechista Bolsonaro. Algo parecido sucedió en Argentina con el desgaste mediático del kircherismo, provocando la victoria del empresario Macri. Incluso en Bolivia —país que ostenta las mejores tasas en reducción de la pobreza y el mayor crecimiento económico en AL, cuyos datos macroeconómicos son capaces de hacer palidecer a cualquier neoliberal—, enfrentó una derecha incisiva que consiguió impedir la reelección de Evo Morales en octubre de 2019 y su posterior deposición.
El Plan Cóndor 2.0 también es un guión diseñado en Washington. Así lo define el filósofo Fernando Buen Abad, “El eje del Plan Cóndor 2.0 es mantener cautivos del mercado a los más de 500 millones de latinoamericanos, y la parte comunicacional se suma al modo tradicional de controlar la resistencia. Hay una lucha territorial al mismo tiempo que hay una lucha semántica. Y la punta de lanza de lo que denomino el Plan Cóndor Comunicacional son los medios, porque ahora las fuerzas de represión comunicacional tienen una capacidad de virulencia y coordinación muy rápida.”
Por supuesto, existe un patrón y quién mejor lo ha esquematizado es Pedro Rioseco: todo empieza por la perfecta sincronía de una sucesión de conflictos artificialmente agravados por los medios, que son potenciados por las voces individuales de periodistas que, en una estrategia piraña, atacan desde todos los frentes, muchas veces utilizando, incluso, el mismo campo semántico de ideas, con la intención de obligar al gobierno a concentrarse en apagar estas emergencias o brotes de “ingobernabilidad” y alejarlos de la implementación de las políticas de cambio por las que fueron elegidos.
Luego, se hace presente la descalificación moral, dirigida principalmente a los dirigentes y a sus más cercanos colaboradores políticos, mediante vínculos a actos de corrupción, inmoralidad o ineptitud para gobernar.
La “fabricación” de mártires derivados de las protestas sociales resulta un elemento indispensable en esta guerra; se ha comprobado que, en casos como el de Venezuela, la derecha actuó contra sus propios seguidores con la intención de inculpar del crimen a las fuerzas policiales o defensores del gobierno.
Otro rasgo de la estrategia es trastocar la tranquilidad ciudadana y sembrar el terror mediante grupos organizados: guarimbas en Venezuela, maras en El Salvador, pandillas en Nicaragua, o ataques del narco en México. Simultáneamente, pero no menos importante, es el respaldo público de organismos internacionales y del gobierno de EEUU para boicotear los intentos de integración regional y amenazar con sanciones económicas que lastiman principalmente a la población.
Para casi todos los mexicanos la sensación de familiaridad ante estas estrategias de desestabilización, es inevitable: tuvimos un presidente cuyo perfil fue confeccionado por una televisora, el intento de deposición de AMLO siendo jefe de gobierno de la CDMX, fraudes electorales, fuimos víctimas de una fallida guerra promovida desde el Estado que dejó más de 250 mil muertos y casi 35 mil desaparecidos. Los costos que hemos pagado han sido muy altos y si aún no somos expertos, siempre podemos volver a revisar la historia reciente de AL y recordar que en esta batalla caben todos los días, todos los muertos.
La pertinencia de recordar por lo que hemos pasado, desempolvar y dar brío a todo aquello que ha conformado nuestra sapiencia ciudadana se vuelve un acto prioritario frente a una de las batallas sociales más cruentas en la historia del México moderno: la elección presidencial del 2024.
La oposición apostará su resto; nosotros, el futuro. Esta batalla necesita de todos. El banderazo será la culminación de las elecciones en EdoMéx y Coahuila. La guerra será sucia, sin duda.