En la conmemoración del Natalicio del Libertador Simón Bolívar y en el marco de la Reunión de cancilleres de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) el Presidente López Obrador definió la postura de México en su relación continental.
No dudo en calificarlo de extraordinario, muy lejos de la retórica y muy afincado en realidades que a todos nos afectan.
No tuvo que llamarse anti imperialista, para declarar que durante los 200 años de independencia latinoamericana los Estados Unidos han hecho todo para frustrarla.
Comenzando por el zarpazo de 1848 que le arrebató a México el 60 por ciento de su territorio, seguido de invasiones, golpes de estado, injerencia permanente en la vida interna de las naciones para promover y proteger sus muy exclusivos intereses.
Tampoco lo requirió para exigir el cese del bloqueo a Cuba, acto de soberbia y falto de toda ética y humanismo, genocida, así como la transformación de la OEA en un órgano de cooperación y solución pacífica de controversias, siempre a solicitud y aceptación de las partes, que no sea lacayo de ningún país.
Recordó el dolor de Bolívar al ver frustrado su proyecto integrador por el divisionismo y las rencillas, que rompieron en pedazos lo que debiera haber sido un todo sólido y fuerte para enfrentar al mundo.
Guerras entre países hermanos financiadas por las hegemonías coloniales, para dominarlas.
Pueblos que anhelan la libertad y la justicia, sometidos por oligarquías criollas apoyadas desde el exterior.
Reconoció los esfuerzos emancipadores conducidos por verdaderos patriotas, que han marcado pautas a seguir.
Destacó a Cuba como ejemplo de resistencia, merecedor del premio a la dignidad y como Patrimonio de la Humanidad.
Ubicó a México en la muy incómoda posición de ser vecino de la mayor potencia del mundo, lo que le obliga a tener el cerebro y el estómago en los Estados Unidos y el corazón en nuestra América.
Deseémoslo o no, somos el principal socio comercial de ese país, allá viven más de 30 millones de mexicanos, nuestra frontera es la más transitada del mundo.
Sólo nos queda construir una relación de mutuo respeto, sustancialmente soberana para decidir el rumbo que más nos convenga. Nos toca el papel de gozne entre el norte y el sur del continente.
El Presidente escala hacia la cima de la montaña para otear sus dos vertientes y postula una utopía con ánimo para alcanzarla algún día.
Deshacer un cono para convertirlo en un cubo en el que todos quepamos, con respeto a las historias y peculiaridades de cada país, pero con igualdad y soberanía.
El presidente Biden debiera comprender que nos necesita, que la fortaleza china dominará dos terceras partes del comercio mundial, lo que plantea dos alternativas: o nos unimos continentalmente y equilibramos el poderío o habrá guerras de gran riesgo para la humanidad entera.
Los latinoamericanos y caribeños debiéramos concretar una unión que nos lleve a una negociación igualitaria con un norte que haya comprendido su nuevo papel y haya sacado las manos de nuestros países.
No es de esperarse que el discurso de López Obrador reciba el aplauso de ninguna de las vertientes de la montaña.
Es más probable que los pueblos asimilen la utopía que los gobiernos aferrados en sus disputas, incluido el pueblo gringo; los latinoamericanos lo claman a voz en cuello y en calle: UN MUNDO NUEVO Y DIFERENTE ES POSIBLE.
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