Septiembre es el mes de la Patria por las importantes fechas que se conmemoran, pero el patriotismo es o debe ser materia de la cotidianeidad.
Quiero enfocarme en el patriotismo que trasciende de las expresiones del orgullo por la pertenencia y la pirotecnia festiva, el que atañe a la cultura y, dentro de esta, a la que tiene que ver con las formas de consumo.
Es decir, la manera en que satisfacemos las necesidades de la vida diaria: la comida, el vestido, la vivienda, la salud, la recreación, etcétera.
Es en esta materia en que el extraño enemigo osa profanar con su planta o su plata el salario del pueblo.
Ya no son necesarios ejércitos invasores ni misiles o bombardeos para someter a un país, basta con comercios como WalMart.
O también con industrias como las de los alimentos ultraprocesados (chatarra) para que el escaso dinero disponible en los hogares se meta en un embudo cuyo punta estrecha lo lleva directamente a los grandes consorcios mayoritariamente extranjeros, con lo que la industria y el campo nacionales se ven reducidos a una condición raquítica y el mercado interno languidece.
La oferta de tales comercios e industrias, disfrazadas de modernización, no son otra cosa que el resultado de una globalización que pretende imponer formas de consumo estandarizadas globalmente.
Las que sólo por excepción coinciden con patrones culturales autóctonos, que son los que corresponden a las costumbres construidas sobre la base de los recursos de la naturaleza propia, diferentes de las que dan origen a la oferta globalizada.
Se registra una distorsión de las cadenas productivas: la oferta global que cuelga de la tecnología y las materias primas externas y la oferta doméstica fincada en el piso de los recursos propios.
La primera nos hace dependientes, en tanto que la segunda nos garantiza seguridad, soberanía y desarrollo compartido, ligando la base de la pirámide productiva con los consumidores urbanos de todas las clases sociales.
A esto se refiere el famoso fortalecimiento del mercado interno, instrumento fundamental para convertir el desarrollo económico en bienestar social.
El régimen de la 4T hace su parte destinando ingentes cantidades de recursos públicos a los llamados programas de bienestar, los que se ven aumentados por las remesas de los migrantes mexicanos en el extranjero.
Esto hace una importante masa monetaria con gran poder para construir un sólido esquema de industrialización y comercialización cabalmente nacional.
La piedra angular de esta construcción tiene que ver con la revolución de las conciencias para que el gran pueblo asuma su papel de consumidor patriótico, el que prioriza el consumo de bienes y servicios nacionales a través de comercios populares.
El riesgo de no hacerlo es convertir esa gran masa monetaria en el engrosamiento de las importaciones y de las ganancias de los grandes consorcios y la pérdida de la oportunidad de crear un mercado interno verdaderamente promotor del desarrollo con equidad.
Se trata de que el salario del trabajador se reproduzca en el salario de otros trabajadores y que se genere la riqueza en la base misma de la pirámide social.
La diferencia es diametral respecto del sistema neoliberal caracterizado por priorizar la formación de riqueza en la cúpula e, ilusamente, esperar que se derrame al conjunto de la sociedad.
El gobierno de la 4T hace lo suyo en materia de patriotismo económico, particularmente en el rescate del sector energético destruido y entregado a los particulares, principalmente extranjeros.
El concepto es que un país no puede ejercer soberanía si es dependiente en sus sectores estratégicos como es el de los combustibles y la energía eléctrica.
Anoto aquí que en el sector alimentario no se observa la misma intensidad de acciones para alcanzar la seguridad en la oferta de alimentos suficientes y sanos a la población.
Puede llamársele patriotismo económico o solidaridad social o, incluso amor al prójimo, como sea, pero lo importante es que se logre una articulación idónea (no necesariamente moderna) entre la oferta y la demanda de los satisfactores de las muy propias y peculiares necesidades de nuestra gente. ¡VIVA MÉXICO!
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