Un día fuimos niños viendo viejos. Hoy somos adultos preguntándonos ¿cuándo empezó a pasar que la vejez se volvió inevitable? Analizamos La vejez en el cine, de Pedro Paunero
Un día fuimos niños viendo viejos. Hoy somos adultos preguntándonos ¿cuándo empezó a pasar que la vejez se volvió cercana, posible… inevitable? Analizamos La vejez en el cine, de Pedro Paunero
Cuando éramos niñas y niños, no sabíamos lo que estábamos viendo. Frente a la pantalla, el tiempo parecía cosa de otros. Las personas mayores eran personajes lejanos: algunas sabias, otras graciosas, unas más aterradoras. No importaba si aparecían en dibujos animados o en películas de adultos. Siempre estaban ahí como si fueran una especie diferente. Nunca pensamos que, un día, podríamos ser ellas y ellos. Hoy, ya adultos, la pregunta aparece sin aviso: ¿cuándo empezó a pasar que la vejez se volvió cercana, posible… inevitable?
En su libro La vejez en el cine, Pedro Paunero hace algo más que analizar películas. Nos invita a mirar de nuevo, no sólo la pantalla, sino lo que la pantalla ha hecho con nuestra forma de entender el paso del tiempo.
El cine, dice Paunero, no cambia. Lo que cambia es lo que sentimos cuando lo volvemos a ver. Por eso, este análisis no es una lista de escenas, sino una invitación a releer lo que creímos comprender. Porque lo que parecía ajeno —la vejez— ahora nos mira de regreso.
Desde pequeñas y pequeños, aprendimos que en las películas las personas mayores no eran centrales. Estaban para aconsejar, para regañar o para morir. No eran protagonistas, sino adornos de la historia de otros. En las caricaturas, eran brujas, abuelas dulces o viejos malhumorados. En el cine de acción, aparecían como quienes ya vivieron todo lo importante. El mensaje era claro sin decirlo: envejecer era apartarse, perder fuerza, volverse invisible.
no de los temas más duros que muestra Paunero es cómo se ha retratado el cuerpo envejecido. A veces se usa para dar lástima, otras para provocar miedo. El cine de terror, por ejemplo, ha usado la vejez como símbolo de decadencia: cuerpos que ya no se mueven igual, rostros marcados por los años, voces temblorosas. En otras películas, el cuerpo viejo se vuelve tierno, pero de manera pasiva, como si sólo sirviera para cuidar o ser cuidado. En ambos casos, la vejez no es activa, ni libre. Es una etapa donde se espera… pero ya no se decide.
Y cuando se trata de hombres, el cine suele contar una historia parecida: la de alguien que alguna vez fue fuerte, importante o valiente, pero que ahora mira hacia atrás. Son muchos los papeles de padres ausentes, jefes retirados o guerreros cansados. La nostalgia es su compañía constante. Como si envejecer fuera, para los hombres, una derrota lenta, aceptada con dignidad pero sin alegría.
Lo más grave ocurre con las mujeres mayores. El cine ha hecho de ellas una sombra. Salvo unas pocas excepciones, la gran mayoría aparece como personajes sin historia propia: la abuela, la enfermera, la loca simpática. Nunca protagonistas, casi nunca deseadas, y mucho menos escuchadas. Paunero lo resume con datos contundentes: menos del 6% de los papeles principales en el cine comercial son de mujeres mayores de 60 años. Esto no es una casualidad. Es un reflejo claro de una cultura que castiga doble: por ser mujer y por envejecer.
Pero algo ha comenzado a cambiar. Películas recientes han mostrado que la vejez no tiene por qué ser silencio ni sombra. Historias como Nomadland o Gloria Bell presentan a mujeres mayores que sienten, desean, deciden. No son perfectas ni dulces. Son humanas. Y al serlo, rompen con el guión que por décadas las había relegado. Estas películas no ofrecen consuelo, ofrecen libertad. Y eso, en tiempos como los que vivimos, también es una forma de hacer política.
Porque este análisis de Paunero no se queda en la crítica. También es un acto de memoria. El autor se reconoce a sí mismo en las películas que comenta. No escribe desde afuera, sino desde la experiencia propia de alguien que también ha visto pasar los años. Esa honestidad convierte su ensayo en un espejo. Un archivo personal y colectivo, donde cada escena nos devuelve una imagen distinta de nosotres mismes. Porque envejecer no es solo una etapa: es un proceso que empieza mucho antes de que se note.
Y es aquí donde el cine tiene una responsabilidad que no es menor. En un país como México, donde el número de personas mayores crece cada día, no basta con dar apoyos económicos o salud. También se necesita cambiar la forma en que miramos la vejez. Porque lo que no se muestra, no se respeta. Y lo que se oculta, tarde o temprano, se olvida. Si el cine puede ayudar a imaginar futuros, también puede ayudar a reconciliarnos con el paso del tiempo.
El gobierno actual ha apostado por darle dignidad a quienes envejecen, reconociéndoles como sujetos de derechos, no como cargas. Pero ese esfuerzo institucional necesita ir acompañado de un cambio cultural. Un cambio donde la vejez se vea como parte de la vida, no como el final de ella. El cine, como espacio simbólico, puede ser un aliado si se atreve a contar otras historias. Narrativas donde las personas mayores tengan algo más que decir que un consejo antes de morir.
Volver a ver las películas que nos marcaron es un ejercicio necesario. No para criticarlas desde la distancia, sino para entender cómo nos formaron. Y al hacerlo, también podríamos comenzar a exigir otras escenas. Imágenes que no repitan lo de siempre, sino que se abran a lo que vendrá. Porque si algo nos enseña el cine es que el futuro también se escribe con lo que decidimos ver.
Las películas no cambian. Pero nosotras y nosotros sí. Y al cambiar, cambia también lo que esperamos de esas historias. La vejez, como plantea este análisis, no debe pensarse como el desenlace de una historia ni como el margen de una narrativa. Debe ser entendida como un espejo compartido: una superficie donde se reflejan tanto quienes ya llegaron a esa etapa como quienes —aunque no lo sepan aún— están en camino. Un espejo que no da miedo mirar si aceptamos que también nos pertenece. Porque sólo así podremos envejecer con dignidad, sin escondernos y sin ser escondidos.
* Aldo San Pedro: Facebook: Aldo San Pedro / X: Instagram: aldospm /[email protected]