Por César Montes / Desde la cárcel en Guatemala*
El 17 de enero de 1978, César acompañó a su esposa Clemencia Paiz Cárcamo al bus que la llevaría a San Bernardino Suchitepéquez y a la muerte. En horas del mediodía, las noticias de las radios y periódicos reportaban el encuentro armado contra una pequeña unidad guerrillera acorralada en una finquita, en las afueras de aquel poblado.
Ella había resistido con su pistola a las ametralladoras de la Policía. Murió combatiendo. Su cadáver fue recogido por la hermana menor. Así se le dio sepultura a la segunda de las hermanas Paiz muerta en combate. La primera había sido Nora, que cayera junto al poeta laureado Otto René Castillo.
En esos momentos César vivía en Jardines de la Asunción, en Guatemala. Frente a esa misma casa pasó el sepelio y él sólo pudo ver el féretro desde la ventana, junto a su hija. Ni una lágrima pudo derramar en ese momento. Todo el tiempo sintió un nudo en la garganta, hasta que ya finalizado el sepelio fue al cementerio cercano para depositar una solitaria flor y llorar amargamente.
César decidió hacer un paréntesis de su participación como dirigente de la lucha armada, confiado que la organización que ya se había formado a partir de su entrada con sólo quince hombres desde el Ixcán de México al Ixcán guatemalteco podía seguir creciendo sin su presencia física. Debía garantizar la seguridad de su pequeña hija de pocos años en un país que no corriera riesgos su vida y que le garantizara crecer con estabilidad.
Le acompañaron dos compañeros armados como seguridad personal y una monja Mariknoll norteamericana. Al llegar al Distrito Federal (actual CDMX) se dispuso a hacer un paréntesis en su participación en la lucha armada de Guatemala que era ya un referente internacionalmente reconocido y determinante en su país.
Era diciembre de 1978, época de navidad. Ninguno de los contactos que llevaba eran útiles y todos estaban de vacaciones. El carro y los dos compañeros debían regresar. César les dijo: “regrésense, déjenme solo. No hay problema. No es la primera vez que empiezo desde cero”. Levantó su maletín y le dijo a la niña: “-Vamos hija, andando que el camino es largo y duro”.
Su imagen se desvaneció a lo largo de la Avenida Chapultepec, perdiéndose entre el denso smog de la ciudad. Había muerto Víctor Guerra. César se reencarnaría ahora en Mario Francisco Ríos Santis. Pero eso ya es otra historia…
César había llegado a México con una mano atrás y otra adelante, en 1978; con una niña huérfana y sin retaguardia alguna. Fue abandonado en una calle del DF por sus excompañeros, contra todo lo acordado mutuamente con el Pol Pot de Guatemala: Rolando Morán quien le había tendido una trampa. César lo aceptó así, para no tener que deberle nada a nadie. Al despedirse del guerrillero guatemalteco que le acompañó hasta ese destino le dijo: “Decile a Rolando Morán que no tengo trono ni reina, pero sigo siendo el rey”, y soltó una carcajada.
No podía en aquellas circunstancias predecir que en poco tiempo estaría muy bien documentado como mexicano y que además sería funcionario de confianza de uno de los Ministerios importantes de ese país. Veamos que pasó en ese paréntesis mencionado.
Había un intelectual mexicano, activista que publicaba en una revista en la que se reprodujeron algunos comunicados y partes de guerra de la lucha guerrillera guatemalteca. Se llamaba Punto Crítico y la dirigía el activista Raúl Álvarez Garín. Por eso lo busqué afanosamente hasta que dí con él y con su esposa.
Mientras tanto había resuelto mi estancia y sobrevivencia en México gracias a un médico y cirujano especialista en radiología que tenía una clínica cerca de la avenida Chapultepec. Al llegar a tocar en su puerta la vecina se asomó y dijo:
“Si buscan al Doctor Augusto no lo van a encontrar. Todos los años cierra en diciembre y se va a una casita de campo en Tres Marías camino al Estado de Toluca. Vuelvan en enero.”
Se me vino al suelo todo lo pensado. Argumenté pidiéndole a la señora que me ampliara cómo llegar a él en ese sitio, que alguna dirección o referencia me diera. Ante mi insistencia dijo que solamente sabía que lo conocían hasta las vendedoras de tacos que estaban ubicadas en la carretera y en la tienda de “ultramarinos” que abastecía a las fondas de alimentos lo mismo que a las viviendas de la colonia cercana donde residían por temporadas artistas del cine mexicano y algunos políticos del partido dominante.
Me lancé con mi hija a buscar la central camionera de los autobuses a Toluca. La retaba diciéndole:
“A ver quién llega primero a la próxima esquina” y así entre juegos engañosos logré que llegáramos a abordar el primer autobús que tenía espacio y que aceptaba bajarnos en Tres Marías. No entendía en ese entonces todas las expresiones mexicanas y cuando me dijeron que tomara un camión que se fuera por la federal, me quedé en la luna. Pero una señora, pasajera como nosotros se apiadó de un padre con una niña tan inteligente y linda por lo que me explicó: “Por la carretera federal no pagan cuota los autobuses y ellos si paran en cualquier poblado del camino. En la autopista se paga y solo son directos a Toluca”.
Así pudimos llegar a Tres Marías y a la primera persona que preguntamos por el Doctor Augusto nos indicó cómo llegar y otro se ofreció acompañarnos para que no nos perdiéramos y fuimos recibidos con gran alegría tanto como sorpresa por quien en adelante sería nuestro anfitrión, con el que pasamos las festividades de Navidad y Año Nuevo. Los regalos a mi hija fueron solamente ropa que ella necesitaba y un libro llamado El Principito.
Al contacto con Daniel Molina y su esposa le dimos una gran importancia por su solidaridad incondicional y porque tenía muchos contactos dispuestos a apoyarnos sin hacer muchas preguntas del porqué estábamos en aquella situación necesitados de su amistad y generosidad. Nos presentó con los hermanos Mendoza: Rafael, Jaime y Gilberto que siempre fueron muy leales y solidarios con nosotros. Más adelante Jaime me dio prestado su vehículo y en la autopista a Cuernavaca me estrellé en una carambola de 40 vehículos, quedé con la cara rota en el labio superior. Me llevaron a la Cruz Roja. Jaime llegó a rescatarme y me atendió como un hijo atiende a su padre. Nunca me cobró el carrito que quedó destruido.
Rafael y su esposa Margarita aceptaron darle ingreso a la numerosa familia a mi hija sin hacer alguna diferencia de trato entre ella y sus tres hijas. Además, se ofreció para encontrarme trabajo en un proyecto que recién se estaba iniciando que era la Dirección de Proyectos de Desarrollo Agrícolas y Forestales. Diciendo y haciendo me llevó al día siguiente a la reunión donde se valuarían los jóvenes recién graduados que no tenían trabajo y aceptarían ir a donde los mandaran a cualquier estado de la república. Antes que pudiera decir sí o no ya estaba sentado frente a los organizadores, a los que Rafael naturalmente conocía y me estaba presentando como un valioso recurso humano que no podían despreciar. Le respondieron de inmediato que luego llenarían los requisitos pero que me considerara contratado.
Me preguntaron a que parte del país me gustaría ser asignado y pedí un pequeño estado llamado Tlaxcala, cercano a Puebla y al mismo Distrito Federal. Coincidentemente la que dirigiría ese estado también era amiga o al menos conocida del polivalente Rafael que cada momento me sorprendía más en su audacia. Era un gran improvisador, generoso al extremo, se preocupaba más por los otros que por él. Su esposa estuvo siempre pendiente de la economía del hogar que a Rafa no se le daba.
Fui asignado como coordinador de un área lejana de la capital del estado que era conocida por su aridez y la pobreza de sus productores agrícolas. Viajé por mi cuenta y al llegar busqué un hotel donde alojarme con mi hija. Al día siguiente en la primera reunión de todo el personal que trabajaría en el Estado, la directora, doctora en sociología, Carlota Botey, de origen catalán, me sentó a su lado como su brazo derecho sin aún conocerme mucho.
Pasado el mediodía, durante la hora de la comida recibí una llamada del hotel preguntándome por la alimentación que yo autorizaba para mi hija y la señora Botey escuchó que tenía hospedada a mi hija en un hotel donde había quedado sola y me preguntó cómo podía hacer eso, que le tuviera confianza y le planteara mis problemas, que ella pedía que le llevara mi hija para que estuviera con su pareja de hijos que eran más o menos de la misma edad. Así mi pequeña tuvo amigos con los cuales conversar, jugar, tener compañía y protegido por la que era mi jefa en el proyecto.
Pude entonces ir al área de Huamantla en un pequeño y pobre poblado llamado Cuapiaxtla a hacer el diagnóstico de la situación del agro y las posibilidades de organizar su producción mejorando sus cultivos y planteando algún programa de ayuda de parte nuestra como Secretaría de Agricultura y Recursos hidráulicos.
Al llegar mi vista se perdió en la extensa y desértica planicie donde no había cultivos por falta de agua y por lo arenoso del terreno y me aterró la situación y lo difícil de mi trabajo. Convocados los productores agrícolas para escucharme se sorprendieron al darse cuenta de que no tenía respuestas sino sólo preguntas. No estaban acostumbrados a que se les pidieran opiniones y se les escuchara con atención.
No fue nada difícil concluir que sin agua de riego no había producción que los sacara de la pobreza. Se consideraba como “agricultura de temporal” a las tierras que no poseían riego. No existía un solo río a muchos kilómetros de distancia. Se sabía que los pozos artesanos no existían por la profundidad del manto freático. Todo era cuesta arriba. Casi se negaban a tener una próxima reunión conmigo que no llevaba promesas como estaban acostumbrados por los políticos del eterno partido gobernante.
Insistí con tenacidad y obstinación sobre todo porque uno de mis compañeros de trabajo se hacía acompañar de las en aquellos tiempos pesadas computadoras laptop que tenía varios programas modernos para aplicar en la agricultura.
Me hizo un planteamiento grueso inicialmente que luego fuimos perfilando y mejorando. Hizo cálculos de la profundidad a la que podía encontrarse el agua, lo que cobraría una empresa para hacer los pozos e instalar sistema de riego, lo que podría sembrarse en una tierra tan porosa como aquella y quedaron descartados los productos tradicionales que además no tenían buen precio para comercializar.
Concluimos que podrían ser siembras cuya producción era por tubérculos como la papa, camote, o sandía y melón. Cuando le hicimos el planteamiento a los ejidatarios casi se rieron de nosotros. Algunos aceptaron viajar a la zona papera de zonas semiáridas del norte del país, quizás solo por viajar porque nosotros costearíamos el recorrido. Volvieron impresionados y convencidos. Nos lanzamos a conseguir el financiamiento para el pozo luego de presentar un cuidadoso estudio de costos y presentando un breve pero eficiente estudio de mercado de la papa variedad Alfa (papa blanca de color y ovalada de forma) que tenía amplia venta en los grandes mercados de la cercana capital del país.
Aquellos campos blanquizcos y áridos se tornaron en verdes extensiones irrigadas, en un nuevo distrito de riego agrícola, con un producto que incluso podría ofrecerse para la agroindustria o para exportación. Pero les pedimos que fuéramos como en una escalera paso a paso, primero al gran mercado de La Merced que era uno de los más grandes de América Latina. Y así lo hicimos.
Con sus vehículos donde transportaban grandes barricas del pulque (licor que se consumía en cantidades industriales) se llevó la primera cosecha a ofertar con los precios mejores que ya habíamos investigado. Conseguimos romper los métodos para deprimir los precios que consistían en negarse a comprar en horas de la mañana, obligar a los productores que debían regresar a grandes distancias que vendieran en la tarde a bajo precio porque aumentarían los gastos si debían quedarse a dormir, comer y salir al día siguiente o correr riesgos viajando de noche. También usaban a grupos delincuenciales que luego de ver que recibían su pago por varias toneladas del producto, los seguían al salir del mercado y los asaltaban.
Los preparamos y todos llevaban pistolas escondidas ya que en el campo mexicano es usual contar por lo menos con un arma por familia en muchas comunidades. Todos esos preparativos los emocionaron porque no se trataba sólo de vender y llevarse sus ganancias entre la bolsa. Había que defender lo ganado. Al volver iniciamos el proceso de evitar el consumo de licores y que aprendieran a garantizar los fondos para dar continuidad a su proyecto. Los altos rendimientos de las siembras permitieron pagar los costos de los pozos y los sistemas de riego que se llamaba “por cañón” que era muy eficiente. Aquellos campos áridos cambiaron con el rentable cultivo de la papa que modificó para siempre su situación económica y el medio ambiente.
Llegamos a vender directamente al sureste del país e incluso llegamos a la península de Yucatán y a Quintana Roo a vender las cotizadas papas de Cuapiaxtla Tlaxcala. En una audaz maniobra logramos que nos permitieran ir a ofertar a Belice nuestro producto para evitar que vinieran desde Inglaterra las papas para ese país que pertenecía al Commonwealth británico. Nos recibió el primer ministro beliceño y quedó sorprendido de la capacidad de producción de un municipio pequeño mexicano que tenía la capacidad de satisfacer todo el consumo de Belice sin problema alguno.
Iniciamos el proceso de sacarlos de la pobreza, convirtiéndolos en productores agrícolas eficientes y con buena rentabilidad, creando entre ellos espíritu de cuerpo y fraternidad.
Nuestro trabajo fue presentado como ejemplo en el Estado y otros que se interesaron en nuestras formas de lograr transformaciones que ya se miraban como permanentes por lo exitosos que fueron en su producción.
Tanto llamó la atención que el partido gobernante se interesó por un grupo tan sólidamente formado y tan exitoso. Me pidieron que los inscribiera en la Confederación Nacional Campesina de ese partido a lo que me negué diciendo que eran decisiones individuales de pertenecer o no al partido o mantener su reserva y desconfianza al mismo, a pesar de estar gobernando, o por eso mismo.
Era de todos conocido que esas estructuras campesinas se les manipulaba para poner presidentes Municipales (alcaldes) diputados locales y federales, al gobernador del Estado y finalmente al presidente de la república. Lo convertían en los borregos del partido gobernante. La principal dirigente campesina de ese estado era muy influyente y contestataria por lo que exigió que me quitaran el trabajo.
Ante la negativa de Carlota Botey mi jefa y protectora. Exigió que me sacaran de Tlaxcala. Más adelante llegó ella a ser la primera gobernadora mujer de ese Estado. Luego embajadora en Cuba, posteriormente Diputada, luego senadora y en este año 2024 es una de las principales dirigentes del PRI y era muy posible candidata a la presidencia del país.
En aquella oportunidad me trasladaron al Distrito Federal y sorprendentemente me llamaron para asesorar al naciente Proyectos de Desarrollo de la Presidencia de la República, que fue un juguetito para el hijo del presidente López Portillo. Lo habían creado para que tuviera un organismo de pronto enriquecimiento. O como se decía en el argot mexicano: me caí para arriba.
Durante esa época establecí relaciones afectivas con una compañera de trabajo con la que finalmente procreamos un hijo. Los campesinos de Cuapiaxtla preguntaron si ya éramos casados antes que el niño naciera. Al decirles que no se dispusieron a hacerme una gran fiesta de casamiento diciéndome: Usted no más ponga la novia y llegue para que los casemos, nosotros ponemos la fiesta con comida, bebida y mariachis. Así fue la primera y única vez que me he casado, aunque con documentación falsa. Ella fue una madre substituta para mi hija y esos lazos perduran entre ellas hasta el presente.
Trabajaba en el Distrito Federal, pero seguía viviendo en Tlaxcala. Llegaron una pareja de salvadoreños atraídos por el Comité de Solidaridad con la lucha del pueblo nicaragüense que yo había formado con funcionarios gubernamentales en el Estado.
Me contactaron y pidieron mi apoyo para recibir y preparar un grupo de jóvenes salvadoreños que se incorporarían a los frentes de guerra pero que necesitaban formarlos como enfermeros de guerra. Acepté y me dispuse a conseguir un médico mexicano que los capacitara.
Obtuve un lugar donde se impartiría la capacitación que era la ex hacienda de la época pre revolucionaria que había quedado en manos del padre de quien era ya mi esposa. Su señor padre aceptó prestárnosla sin cobro alguno para un retiro espiritual de una organización católica internacional que daba cursillos de cristiandad en tales retiros.
Quienes me contactaron pertenecían a la Resistencia Nacional y tenían un brazo armado que denominaban FARN. Por azares del destino se toparon con uno de los fundadores de la FAR de Guatemala y ellos no lo sabían.
La capacitación se dio con buenos resultados y sin sobresaltos. Agregamos por mi sugerencia alguna capacitación en armamento, defensa personal con Karate coreano llamado Kiut Sul. Eso llamó mucho la atención y me propusieron incorporarme al grupo que entraría a El Salvador por Honduras rumbo al Cerro de Guazapa donde estaba constituido un Frente Guerrillero a solo 27 kilómetros de San Salvador.
Acepté luego de algunas consultas con mi compañera de vida en ese momento. Pusimos en claro que debía tener entrevista con algún compañero de la Dirección de su movimiento. Aceptaron mi exigencia y tuve que ir al sur del Distrito Federal al Lobo Bobo, un sitio con comedor y bar para esa entrevista.
Quien llegó era Félix Ulloa actual vicepresidente reelecto de El Salvador junto al presidente Bukele. En aquella época era el encargado de la solidaridad internacional para las FARN que era una de las organizaciones del FMLN.
Le dije sin preámbulo alguno que no era el Licenciado Mario Ríos Santis, que ese era un nombre ficticio y se sorprendió, mas sorprendido cuando le dije que tampoco era mexicano, que era guatemalteco y además mi seudónimo era César Montes. Casi cae de espaldas. Le pedí que me incorporara, pero a condición que nadie más que Félix y el Comandante Ferman Cienfuegos supieran mi verdadera identidad, que no pedía ningún grado ni cargo, que si algún merito ganaba en El Salvador y con otro nombre me daban algún grado, que no fuera por mi lucha anterior sino por mi desempeño en ese país y esa organización.
Aún buscó el apoyo de un guatemalteco que me había conocido para que le confirmara que yo era yo. Ante el resultado positivo de ese reconocimiento decidió informar al jefe de la organización y darme el pase para ir a Nicaragua y de allí pasando por Honduras llegar a El Salvador. Así se hizo y terminó el paréntesis en la lucha armada que me habían obligado a tener por maniobras de algunos de mis ex compañeros.
Al terminar mi participación en El Salvador con la FARN, mi nave recaló de nuevo en México y naturalmente me interesó regresar a Cuapiaxtla Tlaxcala a visitar a los paperos. Casi no los reconocía. Todos mas gordos, con grandes trocas americanas signo de buenos ingresos y estatus, tenían casas de dos niveles, sus hijos estudiaban carreras universitarias, tenían radios de comunicación en sus vehículos para comunicarse con su casa y ordenarles a sus “viejas” que prepararan una buena comida por el retorno del Licenciado Ríos Santis que les había dado participación en un proyecto rentable que les cambió la vida para siempre. Pocos de ellos se inscribieron con los partidos políticos existentes. Eran muy buenos para mantener la economía familiar a flote con suficientes comodidades.
Les dije que todo lo que tenían era producto de su esfuerzo en el trabajo. Uno de ellos me corrigió diciendo: “No Licenciado. Nosotros trabajábamos como burros y vivíamos mal. Usted nos orientó para que trabajáramos con más inteligencia que con fuerza bruta y desde entonces ganamos más trabajando menos duramente, ganando mejoría económica familiar que es lo importante en la vida. Aprendimos a ser constantes y disciplinados.
Mire usted lo que hemos logrado. Me enseñaron sus casas con comodidades para cada miembro de la familia. Sentí que aquel paréntesis había sido útil a una población. Una gota de agua en esas tierras desérticas que dejaron de serlo. Ninguno de ellos ni sus familiares han migrado, porque su norte está en las tierras que los vieron nacer.
Ese día comimos opíparamente los alimentos tradicionales de aquella zona, entre ellos el mixiote y no bebimos pulque sino brindamos con un buen tequila.
*César Montes es uno de los fundadores de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) de Guatemala, la primera organización guerrillera. Fue el líder en 1966 de esta organización, pero después se desvinculó de la guerrilla. Actualmente se encuentra detenido en Guatemala por su presunta participación en el asesinato de tres soldados del Ejército guatemalteco, ocurridos en 2019. Está condenado a más de 100 años de prisión. El presidente López Obrador ha reclamado el indulto.
1 Comment
Es siempre aleccionador leer al Comandante César Montes. Merece por la obra de su vida ser tenido en la historia de los pueblos y en el afecto más entrañable.