Gerardo Fernández Casanova / [email protected]
La efervescencia electoral generada por la campaña del Movimiento de la Transformación para nominar a su líder para la campaña electoral de 2024 reviste características definitorias anticipadas para dicha campaña.
Todo indica que quien gane la contienda de hoy será el triunfador del 24.
De ahí la intensidad de la contienda que dirimirá una muy peculiar encuesta.
Platico con mucha gente y leo muchas opiniones y, de todo ello, observo una enorme confusión: Unos hablan de lo que creen que resultará y otros de lo que quieren que suceda.
Para los primeros se trata de una apuesta –creo que- y para los segundos una lucha –quiero que-.
Los primeros lo entienden como una adivinanza al viejo estilo priísta o como un partido entre el América y las Chivas; los segundos lo interpretan como la definición del futuro del país.
Lo trágico del asunto es que ambas posturas se imbrican y confunden entre sí. Los que somos simplemente pueblo observador sólo vemos anuncios espectaculares que ensucian el paisaje o discursos de alabanza a quien suponen que dictará el resultado final, aderezados de golpes bajos e intrigas insustanciales, sin debates ilustrativos para definir una opción.
Comprendo que se trata de un proceso sucesorio extremadamente riesgoso; que un mal paso puede dar al traste a un proyecto de transformación inacabado.
Esto en un mundo marcado por la feroz batalla del conservadurismo por cancelar cualquier proyecto emancipador, popular y patriótico.
No son chiquitas las que están en juego.
Es una batalla campal y mundial. No me cabe duda de que es la jugada más compleja a resolver por el líder del Movimiento Transformador y por el pueblo de México.
La maquiavélica fortuna tendrá que lograr la virtud de hacer coincidir ambas, mediante otra forma de hacer política en la lucha por el poder.
De antemano se descarta toda reminiscencia al pasado autoritario, en el que el presidente tenía la facultad meta constitucional de decidir sobre su sucesión, pivote compensador de la no reelección; eso murió hace veinte años.
Hoy el rol del presidente es el ser garante de una sucesión democrática y exitosa para la continuidad del proyecto transformador.
Todo me indica que el Presidente López Obrador ha asumido cabalmente este papel histórico y confío en su capacidad para ejercerlo correctamente.
No obstante me asaltan las preocupaciones. Los aspirantes están convocando a la población en su respaldo, con diversas estrategias todas con el mismo fin, pero serán unos muy pocos miles los que participarán en la muestra a encuestar.
Cuál será la actitud, no de los aspirantes, sino de las huestes cuyo favorito no triunfó en la encuesta.
A nadie le gusta el papel de perdedor y su reacción puede salirse de madre; cualquiera de los aspirantes puede convocar a la movilización, pero nadie podrá fácilmente detenerla o reencausarla.
Hace falta un gran esfuerzo didáctico para pedir el apoyo y advertir a la aceptación del resultado.
Las campañas triunfalistas que, además, hacen lujo de derroche de recursos resultan en extremo peligrosas.
Por lo mismo, la o las encuestas tendrán que hacer gala de enorme transparencia; cualquier falla en esta materia puede derivar en conflictos irresolubles, repito, al nivel de las huestes movilizadas en favor de uno u otro aspirante.
Las redes sociales desempeñan una labor trascendente en este proceso. Veo con entusiasmo a jóvenes periodistas tomar partido y acompañar a algunos aspirantes, en tanto sean vehículo para dar a conocer sus virtudes, pero repudio de manera tajante aquellos que usan su ventana para difamar y destruir al adversario, lo que prostituye el ejercicio comunicador.
Confirmo mi particular simpatía con Noroña quien, sin recursos ni espectaculares ni acarreos masivos, logra posicionarse mediante expresiones orgánicas de carne y hueso.
Bueno, esto si me tocara la suerte de ser encuestado.