La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) celebró su VI Reunión Cumbre en la Ciudad de México el pasado 18 de septiembre, después de cuatro años de no encontrarse los mandatarios de los países de la región y de haberse visto menguada, tanto por los efectos de la pandemia del Covid-19 como por la infortunada modificación de la composición política de la región.
Gestada en tiempos en que el afán emancipador señoreaba en busca de una organización integracionista y explícitamente contraria a la intervención de los Estados Unidos y Canadá, por ende, plenamente diferenciada de la Organización de Estados Americanos (OEA), la CELAC fue siendo relegada e incluso casi desmantelada por el retiro del Brasil de Jair Bolsonaro.
En 2020 México fue encargado de la presidencia de la comunidad por un año, la que se tuvo que extender hasta 2022 por la pandemia.
Revivir al moribundo proyecto y realizar la reunión requirió de una labor de bordado fino, de una diplomacia tenaz y sin protagonismos.
El gobierno de México y su cancillería lograron un muy reconocido éxito con la presencia de 33 países y la adopción de 44 acuerdos, entre los que destacan los relativos a la salud pública y el acceso a vacunas y medicamentos.
No dejaron de presentarse desencuentros entre países; los presidentes de Uruguay y Paraguay arremetieron contra los de Venezuela y Cuba, registrándose intercambios fuertes de palabras, así como el abrupto retiro del representante colombiano.
Aún sin estar presente, la mano del Tío Sam no deja de jalar los hilos a sus títeres. Pero tales desplantes son naturales en un organismo plural.
El saludo telemático del Presidente de China tuvo un enorme significado para los que saben leer.
Para el México de la Cuarta Transformación la reunión significó un gran triunfo, dadas sus muy peculiares condiciones de vecino y principal socio comercial de los Estados Unidos, lo que en el pasado inmediato lo llevó a dar la espalda a la heredad común nuestramericana para entregarse por entero a la dependencia del norte continental.
Al asumir la presidencia López Obrador comenzó a voltear al sur adoptando posturas independientes y frecuentemente contradictorias con los dictados del vecino poderoso: la procuración del diálogo político para Venezuela.
El salvamento de Evo Morales en Bolivia; la donación de vacunas, el indiscutible apoyo a Cuba y, muy notoriamente, la reprobación de Luis Almagro al frente de la OEA, han sido muestras de la nueva actitud latinoamericanista de México, todas ellas generadoras del escándalo mediático de la oposición conservadora.
Para México es muy importante fortalecer su presencia latinoamericana y caribeña, incluso el aspirar a un liderazgo efectivo, con vistas a lograr una mejor condición en su relación norteamericana.
En vez de sumirse en una realidad apabullante y vergonzosa, se sube varios niveles para mejor aportar a la transformación de la realidad continental.
Exige a Biden eliminar el bloqueo a Cuba y dejar atrás las actitudes intervencionistas y vejatorias de los países del sur, reclamando por la cooperación para el desarrollo sin afectar a las soberanías.
Lo exige para sí mismo y para los países del triángulo norte centroamericano expulsor de oleadas de migrantes, y también a todo el continente agraviado por la actitud imperial estadounidense.
Por su parte, propone a todos los estados del continente el emprender un proceso de integración económica y política parecido al de la Unión Europea, necesario para lograr una presencia equilibrada en el concierto internacional y conjurar los peligros de la guerra.
Es indudablemente una utopía, pero también lo fue en Europa borrar siglos de guerras y rencores, tal vez de mayor profundidad.
Con tal propuesta AMLO se dota de un amplio margen de libertad tanto para el discurso como para la acción, sin cargar con rémoras de conflictos que, siendo reales, obnubilan la visión de otro mundo posible. También es un recio mentís a la oposición oligárquica criolla, la mexicana y la continental.