La declaración afirmativa de la culpabilidad de Genaro García Luna en los cargos que le fueron imputados por la fiscalía en la Corte de Justicia de Nueva York, implica a su jefe inmediato Felipe Calderón y a su gobierno espurio, criminal y estúpido.
Pero no solo, también identifica a todo el régimen neoliberal que rigió al país desde el primer espurio, Salinas de Gortari, incluso antes con De la Madrid, hasta Peña Nieto. Todos ellos jubilosamente sometidos a Consenso de Washington (WC por sus siglas en inglés). Esa larga y criminal noche del neoliberalismo que tanto dolor y desgracia ha producido.
Calderón pretende justificarse mediante un comunicado en el que sólo le faltó cruzar sus dedos pulgar e índice para decir: “por diosito santo se los juro que yo no fui”.
Aduce su estricto apego al derecho cuando se robó la presidencia mediante el fraude electoral más desaseado de la historia (muy socorrida en la materia, por cierto) como árbol que nace torcido.
Concediéndole el beneficio de la duda, le quedaría como anillo al dedo la calificación de estúpido, lo cual para nosotros los particulares no es delito, pero para un presidente de la república se llama delito por omisión y es también penado. Aunque más estúpido sería quien se lo crea.
Solamente lo defiende su esposa, la diputada Margarita Zavala, como una voz en el desierto. Los demás están ocupados en acarrear gente a su marcha del próximo domingo para clamar que “el INE no se toca”, como si tal organismo dizque autónomo no hubiera convalidado los fraudes electorales y fuese verdadero garante de la democracia; sólo les falta enarbolar una bandera que diga: “García Luna no se toca”.
Aunque sea en cortes gringas pero queremos justicia, no remedos. El poder judicial de la federación está podrido, igual que la mayoría de los estatales. La Fiscalía General de la República, ahora autónoma, resultó un fiasco irresoluble, aunque en su descargo habrá que anotarse que cualquier proceso que incoe será destinado a la exculpación del acusado por jueces corruptos, pero “independientes”.
Es una asignatura pendiente de la transformación del país, cuya única solución es el voto masivo transformador en la próxima elección federal, de manera de disponer de mayorías calificadas (más del 66%) en diputados y senadores que, contando con ese apoyo popular, puedan reformar de fondo al poder judicial, junto con tantos otros desaguisados pendientes.
La candidatura para la sucesión presidencial no puede recaer en alguien que busque la conciliación entre las partes hoy confrontadas, ni en alguien que requiera de tapizar al país de propaganda personal para tratar de merecer el respaldo popular (lo siento mucho, Claudia era mi candidata).
Será necesaria una enorme energía popular para dar continuidad y profundidad a la excelente obra del Presidente López Obrador. Que así sea.
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