El pasado miércoles 1 de septiembre el Presidente López Obrador rindió su tercer Informe de Gobierno.
No voy a abundar mucho sobre su contenido ampliamente difundido y comentado muy positivamente por la verdadera mayoría.
Lo esencial es la plena vinculación del gobierno con el pueblo, sin duda el eje en torno al cual se sustenta toda la acción gubernamental.
Viene al caso subrayarlo en estos tiempos en que las enclenques fuerzas del oscurantismo conservador, marchan al son de los recetarios del golpe blando y la guerra híbrida, escalando en su estridencia y desbarrancando en su estulticia.
Mas no por eso despreciable; la recién inaugurada democracia y el nuevo régimen de libertad son malversados por quienes quisieran aprovecharlos para eliminarlos, si es que llegaran a recuperar su poder autoritario.
A casi tres años de gobierno y a despecho del tremendo sufrimiento por el Covid y la crisis económica consiguiente, la aceptación social al Presidente ronda el 70 por ciento, nivel que sorprende a propios y extraños dadas las circunstancias; superior a la votación recibida en 2018.
Tal nivel de apoyo es el principal baluarte para resistir los embates de una muy criminal oposición golpista, que se mesa los cabellos ante el caudal de recursos invertidos en denostarlo. Pésimo negocio.
Su mayor error consiste en basarse en su añeja visión de la política para, con sus mismos instrumentos, tratar de entender el fenómeno y así diseñar sus estrategias de ataque.
López Obrador no es un simulador populista, que use al pueblo para defenderse y sostenerse en el poder; sería muy fácil destruirlo.
No, López Obrador es pueblo en sí mismo y su lógica es la del pueblo. Si combate la corrupción e impulsa la austeridad republicana es porque, desde abajo, siente el ultraje de los gobiernos derrochadores de relumbrón y lujos.
Por ejemplo: la renuncia a usar las aeronaves de gobierno y trasladarse en servicio comercial ha sido una permanente exhibición del austero concepto de actuar sin privilegios, que incluso significó la renuncia de una secretaria por el simple hecho de pedir que un vuelo se retrasara para esperarla.
No se trata pues de demagogia, sino de plena convicción de ser tan pueblo como cualquiera.
Eso no lo logran comprender sus adversarios, suponen que son simulaciones, cuando son realidades surgidas de conocer y comprometerse con el sentimiento popular.
Privilegiar a los pobres y destinarles la mayor tajada presupuestal obedece a la realidad nacional, plenamente constatada y vivida en un largo trayecto de vivir la realidad del México profundo y de a de veras, ajeno a las zonas residenciales y sus centros comerciales de primer mundo. Repito: no es un afán populista electorero, es una convicción de vida.
La soberanía y la dignidad nacionales son otras banderas, respecto de las cuales ha sido importante el discurso didáctico; que el pueblo comprenda que su bienestar está íntimamente ligado a que sean sus intereses los que determinen el quehacer del gobierno, sin atender a recetas impuestas desde los centros del poder global.
Destaco aquí la forma radicalmente distinta de enfrentar la crisis, en lugar de las medidas para salvar a las grandes empresas se optó por apoyar a los de abajo; en vez de acudir al recurso fácil del endeudamiento, se decidió hacerlo con los recursos propios, por cierto producto de la honestidad, especialmente la fiscal, y lo mejor de todo, es que sus resultados han sido exitosos.
El común de la gente observa y valora. La recuperación del papel del estado como rector de la economía y como garante del bienestar social ha sido cabalmente interpretado, después de muchos años de entreguismo y venta de los recursos de la nación.
La recuperación de PEMEX y de la CFE, además de sus efectos en la economía popular, recuperan un sentimiento de orgullo patrio, que también de ello vive el pueblo, no sólo de pan.
No hace falta, pues, menguar la libertad para que los conservadores vendepatrias actúen sin censuras ni represiones. Basta con gobernar con congruencia y compromiso social. Con eso tenemos bastante.
____