Por César Montes / Desde la cárcel en Guatemala*
El Ejército Guerrillero de los Pobres así fue su fundación y desarrollo. Existe un texto: Los Días de la Selva, escrito por Mario Payeras que relata desde su propia visión, la fundación y desarrollo de la guerrilla. Era un ex estudiante de filosofía en la República Democrática Alemana. Con valor literario, lo que escribió. No fue justo que aceptara la mutilación de su primera versión en la que se ignorara que mi persona había dirigido aquella épica. Que fue de supervivencia de los 15 fundadores del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). Lo escribió Mario Payeras con pasión después de haber sobrevivido y cuando ya estaba en la ciudad. El que leyó la primera versión y pidió que omitiera mi nombre en su obra fue Rolando Morán.
Rolando Morán sugirió que me presentaran con un seudónimo que nadie conocía, como un eficiente cazador de venados para la sobrevivencia de los aislados pioneros. Transformamos nuestra condición de “foco guerrillero” en una organización regional y luego nacional que reinició la segunda oleada guerrillera revolucionaria. El 19 de enero de 1972 fundamos, a riesgo de nuestras vidas, la organización que sería la más grande y determinante en toda la república.
En los pasos iniciales de lo que sería el Ejército Guerrillero, nos movíamos y crecíamos en número e influencia, en la Selva del Ixcán grande. De pronto encontramos a una pareja de comerciantes que en sus espaldas cargaban las bisuterías más demandadas por los campesinos parcelarios del Ixcán.
Nos encontraron y pidieron que subiéramos a organizar a los Ixiles. Un pueblo orgulloso de sus orígenes, que habitaban tres municipios bastante aislados y poco desarrollados. Fue impresionante que un pueblo originario enviara delegados para que subiéramos. Desde el área selvática con ellos hasta sus poblados que, supimos, se llamaban Cotzal, Chajul y Nebaj.
Dejamos atrás las extensas sabanas llenas de árboles y animales del monte. Iniciamos el ascenso haciendo nuestro propio camino para evitar que viera alguien nuestro desplazamiento y nos denunciara al ejército. Cerca de Cotzal subimos a un macizo montañoso de bosque nuboso, donde el musgo llenaba los árboles, caídos y aún lo de pie. Juntar fuego era una tarea titánica. Debíamos desnudar las ramas o troncos secos. Y juntar de una palmácea las hojas secas que solo se doblan sobre el tronco y unas sobre otras protegen la sequedad del clima imperante. Las orquídeas abundaban en las ramas altas, con variedad de colores y formas.
Inicialmente bajamos a hablar con las tres comunidades. De noche, en pequeñas cañadas, que eran inundadas por numerosos pobladores interesados en saber que planteábamos. Hacer al tomar el poder, cómo pensábamos lograrlo y muchas preguntas más. Decidimos subir a la montaña pequeños grupos de pobladores de cada municipio para que recibieran capacitación política y en el uso de las armas.
Logramos así grandes avances en la conciencia colectiva. Crecimos en influencia de tal manera que éramos la virtual autoridad en el triángulo Ixil. Surgió así una nueva dinámica de crecimiento. Resolvimos situaciones tan disímiles como límites de terrenos, turnos del uso de agua de los acueductos centenarios. Así como pedidas de mano de alguna muchacha casadera de las muy bellas jovencitas que proliferaban como hongos después de la lluvia. Además, ingresos nuevos a la unidad permanente. Lo que significó crecimiento exponencial, cosa no lograda en las sabanas boscosas del Ixcán. Pero regresamos con mayor número de combatientes, lo cual generó el efecto del crecimiento en los sitios del parto de las guerrillas del EGP.
Gracias a los comerciantes que nos apoyaron logramos contactar con nuestros compañeros en la ciudad. Ellos dieron gritos de alegría al recibir unas notas escritas que daban fe que habíamos sobrevivido y crecido. Con eso ya éramos la ciudad y la montaña en una organización que empezaba a tomar forma. Sólo nos faltaba organizar el llano, como le decíamos a la parte de la costa sur. Región con grandes plantaciones de caña de azúcar y respetable cantidad de obreros agrícolas y campesinos pobres potencialmente revolucionarios.
Ya restablecido el contacto entre la ciudad y la montaña, llegó el primer refuerzo de personal, apoyo económico ya que habíamos entrado, como todo capital, un billete de cien dólares, que era materialmente imposible de cambiar en la selva, poco poblada y con casi ningún intercambio monetario porque primaba el trueque. Tuvimos que ocupar el parcelamiento Santa María Tzejá y allí el Párroco de ese lugar nos cambió los dólares por Quetzales, lo cual fue una bendición divina poder resolver ese problema. Así, pudimos ir pagando lo poco que los campesinos podían darnos: frijol, azúcar, fósforos, manteca de cerdo, arroz, maíz crudo y guajolotes (pavos).
Una vez establecido el contacto de la ciudad con el exterior, enterado Rolando Morán que sobrevivimos y que nunca nuestra actitud fue de buscar suicidio colectivo, ni reivindicar mi pasado, -como él erróneamente afirmaba- pidió una serie de garantías que para el naciente desarrollo y crecimiento incipiente del Ejército Guerrillero, eran imposibles de satisfacer. Se le respondió por el compañero Gustavo Meoño, dirigente principal de la Ciudad que como eso era imposible de cumplir se quedara en México donde residía con algunas comodidades y totalmente seguro. Preocupado de quedar aislado de la organización se presentó intempestivamente en La Ciudad y una vez establecido inició un secretísimo plan de eliminar a todo aquel que no le fuera incondicional.
De acuerdo con los compañeros de la ciudad decidimos enviar a varios compañeros, algunos para iniciar el trabajo del Llano en la costa sur y Antonio Fernández Izaguirre, de seudónimo Sebastián, a reforzar el trabajo urbano. De allí lo trasladaron por decisión de Rolando Morán al Llano.
Según mi punto de vista un craso error por su complexión: blanco, alto, de lentes, que lo hizo muy detectable en sus movimientos entre las fincas de caña, algodón y ganado, por lo que fue capturado y asesinado. Sebastián había sido quien elaboró el documento llamado “Bochombó: Replanteamiento Crítico”, que hizo añicos las tesis de Rolando Morán sobre el desarrollo de la Montaña y de toda la organización. Firmemente creo que enviar a Sebastián al Llano fue una jugada perfecta para quitarse al único que le hacía sombra teórica en la ciudad y exponerlo a muerte segura a manos del ejército gubernamental.