Por Gerardo Fernández Casanova / [email protected]
Son tiempos políticos, tiempos electorales. Tiempos de decisiones. La reglamentación artificial de los llamados tiempos de campaña electoral es polvo de aquellos lodos del régimen del partido de Estado casi único.
Entonces la incipiente oposición exigía la rigurosa fiscalización de los gastos aplicados a la promoción de los políticos candidatos oficiales, con especial énfasis en los erogados en los medios de comunicación electrónica.
Era un reclamo válido para lo inmediato aunque no necesariamente para lo permanente. Así los tiempos políticos.
Otra vertiente de análisis: por azares de la historia cada entidad fue haciendo su propio calendario electoral, de manera que cada año se registraba una o varias elecciones de gobernador. A veces coincidentes con legislaturas y presidencias municipales.
Esto significaba un tremendo conflicto para los tecnócratas. Que veían postergados sus aviesos proyectos por el efecto que tendrían en la elección de tal o cual entidad federativa.
La poderosa tecnocracia logró que varios congresos locales fueran adecuando sus calendarios políticos, para empatarlos con el federal. Así vimos gubernaturas de dos años o menos y otros ajustes extraños. Así se hizo posible imponer leyes y medidas anti populares. Sin implicar mayor riesgo electoral para el partido dominante, durante cuatro de cada seis años.
Ambos focos de análisis ofrecen como experiencia el desdén por la actividad política: la remite a ser materia exclusiva de los políticos y en los tiempos acotados para su ejercicio. No. La política es materia de toda la ciudadanía y, además, de todos los días. Por lo menos en la democracia es elemental.
Hoy vivimos tiempos electorales ciertamente adelantados. El motivo de su anticipación está en la necesidad del Presidente de ser contundente en su convicción no reeleccionista de siempre y de conjurar las presiones internas para caer en la trampa tentadora.
La gente se lo pide a gritos en todo el país sin entender de historias o prohibiciones de sucesión y asegurar la no reelección.
Esta conducta ha sido piedra angular de la estabilidad política del país y habrá de conservarse en el futuro, igual que la posibilidad de revocación del mandato en todos los niveles de gobierno; el pueblo pone y el pueblo quita.
Con todo, el adelanto del proceso no obedece a lo dispuesto por la ley y ha sido necesario improvisar figuras supletorias en ambos conglomerados políticos.
Se viste como un proceso de organización al interior del partido o los partidos para designar un responsable de conducir el proceso hacia la competencia electoral constitucional. Las autoridades electorales, aduciendo posible fraude a la ley, dictan medidas cautelares que los partidos aceptan.
El costo es la simulación; es una campaña pero, formalmente no lo es; los aspirantes compiten en el vacío y sin postular proyectos de nación ni de gobierno. La solución se dará mediante encuesta, en el caso del Movimiento de la 4T. La oposición anuncia una mezcla incomprensible de encuesta con consulta popular.
Si con el acotamiento de los tiempos, la norma buscaba la reducción de los costos, se frustró. El país está tapizado de bardas y espectaculares de promoción de la fisonomía de candidatos, principalmente de Adán Augusto López Hernández y de Claudia Sheimbaum en magnitud aberrante y, yo creo, contraproducente. La segunda ofreció bajarlos mientras que el primero fingió demencia respecto de su autoría. Francamente se vieron mal.
A diferencia de ellos, Gerardo Fernández Noroña hace su esfuerzo sin mayor dispendio. Este es uno de los rasgos que me hacen preferirlo. Es coherente.