Por Lucía Deblock
Para los mexicanos se va haciendo costumbre que cada reunión entre amigos o familiares, los temas políticos son parte indispensable de nuestras conversaciones. No siempre estamos de acuerdo, incluso podemos pensar diametralmente opuesto, pero hemos aprendido a escucharnos, al menos entre cercanos.
Por el contrario, he notado que la época en que en cada simpatizante de AMLO había un ánimo de persuasión sobre el interlocutor, fuese quien fuese, ha llegado a su fin. Al menos, es mi percepción.
Tras cuatro años de gobierno de la 4T, ya sabemos de qué va. Todos hemos tenido oportunidad de afinar nuestras opiniones, a favor y en contra, tenemos ejemplos de sobra y en cada obra de nuestro presidente y su gabinete, encontramos argumentos para consolidar nuestro criterio. De tal forma que cada vez está más decantada nuestra intención de voto para el 24.
Por eso me asombra tanto el cinismo de ciertos comentaristas de derecha, cuando en contra del sentido común y del buen juicio —respaldado en encuestas, hechos incontrovertibles y macroeconomía—, se atreven a asegurar que la oposición tiene probabilidades de ganar algo importante en el 2024.
Por ahí han transmitido en vivo ciertas mesas de análisis, donde resulta muy interesante escuchar dónde y en qué se sustentan esas destinadas tesis. Algunos sostienen que Obrador ganó el 18 con ayuda silente del Pri, lo que no explica cómo es que Morena ha ganado la gubernatura en 21 estados, arrebatados limpiamente en las urnas a todos los partidos; otros opinan que la mayoría votó contra el Pri o el Pan —los más representativos—, pero que ahora viendo el “desastre de país que tenemos” volverá al camino del bien y en el 24 votará por la derecha.
Por contraste, otros están convencidos que los votantes de la izquierda somos unos brutos que no sabemos interpretar ni analizar con profundidad la información que a todas luces indica —según ellos— que México está de cabeza.
Por otro lado, mientras las encuestas reportan que los mexicanos cada vez conocemos mejor el desempeño, las pifias, las derrotas y las obras del gobierno, esta élite denigra nuestra aprobación y la traduce como la “vulgar popularidad de un animal político manipulador y oportunista”.
Y mientras algunos de ellos —pocos, a decir verdad— se dan cuenta de lo que verdaderamente va a pasar en el 24, se sienten impotentes ante la avalancha de descalificaciones que como sapos espetan sus colegas.
Dicho de otro modo, su capacidad de análisis es tan maleable que en la misma mesa de opinión los votantes, el pueblo —esa masa oscura y vívida que no comprenden— puede ser palurda o sabia, pero en ambos casos, sea cual sea la buena, va a “sacar a patadas” a Morena.
Pero el más sorprendente fue ese comentarista —propenso a mentir y a escribir cartas públicas— que sostuvo estar seguro que el Pri ganaría el Estado de México y que su evidente enojo se debía a que “una delincuente, ratera como Delfina Gómez” pudiera ser candidata; su aquiescente interlocutor era ni más ni menos que Javier Lozano.
Todo eso sucede mientras “sorpresivamente” Alito se destapa como presidenciable y las pugnas internas apremian la agonía del partido.
Mientras los aspirantes del Pan se están despedazando entre ellos, dejando al descubierto la suciedad en la que se mueven; tratando de que el electorado olvide los escándalos de corrupción del Cártel Inmobiliario, entre otros.
Mientras Delfina arrasa en sus mítines de campaña por todo el EdoMex y la pobre de Ale del Moral sufre del mismo abandono que Josefina Vázquez Mota en su momento, porque la misoginia política se da todos lados.
Mientras en PVEM y el PT se deciden si apoyar a Morena en Coahuila o quedar malparados y con secuelas para sus alianzas a nivel nacional.
Mientras el viejo y mañoso Dante Delgado pide el voto por los candidatos de Morena para las elecciones del próximo domingo.
Más que mesa de análisis parece un ensayo sobre la administración de la derrota; en el mejor de los casos, es más parecido a un ruego, a un deseo.
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