Por Gerardo Fernández Casanova / [email protected]
Tener una frontera de más de 3000 Km. con la nación más poderosa del mundo es una experiencia única para México, con una historia plagada de abusos y oportunidades no fáciles de comprender y procesar.
Hoy la circunstancia se presenta exacerbada en ambas vertientes y obliga a ambas partes a afinar el tejido de la relación que, además, se complica por las condiciones de orden político electoral interno.
Entre los innumerables factores de conflicto habrá que destacar, por su grado de dificultad, la migración, el tráfico de armas y fentanilo y la violencia que de ellos se derivan, principalmente al sur de la frontera.
El Presidente López Obrador registra una carrera política muy injuriada por el régimen político anterior, durante casi 25 años; desde que fue Jefe de Gobierno de la capital del país sometido a la inquina de quienes entonces ejercían el poder y que buscaron afanosamente descarrilar a base de infundios y triquiñuelas perversas, con burdos fraudes electorales, además del permanente embate de la mayoría de los medios de comunicación.
Maquinaciones de las que no fue ajena la diplomacia de los Estados Unidos que nunca simpatizó con la idea de tener un hombre de izquierda presidiendo en su vecindad inmediata.
Al Presidente López Obrador le ha tocado en suerte lidiar dos años de Trump y dos años con Biden en la presidencia de los Estados Unidos.
En ambos casos ha logrado establecer una relación de amistad y cooperación con respeto a las soberanías, con dignidad y siempre al filo de la navaja, ante la costumbre imperialista de ambos presidentes.
El apego a principios y la autoridad moral inherente permiten sostener un discurso sobrio y sin baladronadas en ambas partes de la interlocución, incluido el blondo troglodita tuvo que comportarse correctamente.
Lo anterior es de destacada importancia para administrar positivamente una relación en extremo compleja, en la que el gobierno mexicano no tiene posibilidad real de acción.
Mientras USA no controle y reduzca significativamente su demanda de drogas, especialmente el letal fentanilo, no habrá fuerza capaz de evitar su oferta criminal y enormemente rentable y competitiva.
Pudieran eliminarse cárteles completos de traficantes que, inmediatamente, serán remplazados por otros; siempre prohijados desde el otro lado de la frontera, incluso por las agencias de su gobierno, cuya seguridad nacional incluye la disponibilidad de estupefacientes para no provocar conflictos internos y desestabilización.
México no tiene por qué librar guerras ajenas; si acaso, podrá coadyuvar en esfuerzos serios de control.
En materia migratoria sucede algo similar. México no ha sido promotor de las condiciones de miseria e inseguridad que privan al sur de su frontera y en otras partes del mundo, que es el principal motor de la migración hacia USA.
Han sido ellos con su afán hegemónico, dizque redentor de su democracia, quienes han provocado la causa real de la migración y, además, han sido incapaces de contribuir a la solución del problema; destinan 40 mil millones de dólares a la guerra en Ucrania, pero no son capaces de destinar 4 mil millones (10%) al bienestar de los pueblos centroamericanos exportadores de mano de obra.
Militarizan su frontera y rechazan a los migrantes obligando a México a contenerlos, como si fueran virus del covid.
El gobierno mexicano procura con ahínco una política humanitaria, incluso otorgando visas de trabajo en el país, pero no resuelve la decisión del migrante que lo que quiere es llegar a USA a realizar el “sueño americano”. Resulta un despropósito tratar de obligar al país a detener la migración cuando sólo es tierra de paso. Ser humanitario lleva al aumento de la migración; ser estrictos y cerrados viola derechos humanos y fomenta la violencia.
En qué libro puedo encontrar la solución a nuestra mano; no tenemos la solución. Los gringos son la causa y los únicos que pueden abordar la solución.
Mientras el gobierno mexicano realiza su mayor esfuerzo para combatir la violencia, los conservadores pro-yanquis la atizan en su afán de recuperar sus viejos privilegios (léase la Suprema Corte y corifeos mediáticos). No pasarán.
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