¡Enhorabuena! Ganó Lula la presidencia de Brasil. El mapa de Nuestra América se pinta de rojo con una mayoría de gobiernos progresistas.
¿De veras? Perdonen ustedes si soy un daltónico sin remedio, pero yo veo el panorama continental con un tinte azul pintado de azul.
Ganó Lula, pero el Partido de los Trabajadores perdió en las cámaras del congreso y en los principales estados del gigante verde amarelo. Perdón también por aguar la fiesta, pero resulta demasiado peligroso auto engañarnos.
Lo cierto en Sudamérica es que el avance y agresividad de la derecha y sus ultras coloca la polarización a razón de mitades de la población.
Por ahora México tiene una posición más clara en materia de respaldo popular, a razón de un 70/30, resultante del muy personal carisma del presidente López Obrador, que asegura el triunfo electoral en 2024; en adelante ese imán se jubilará y el imán se apagará.
El mundo restante registra mucho mayores avances del fascismo y la derecha; de la amenaza peligrosa se pasa a ser una realidad. Incluso se registra una guerra catastrófica en Ucrania, cuyo contenido no es más que geopolítico, entre submundos que no expresan conflicto ideológico alguno; no es el capitalismo contra el comunismo que alimentó la “guerra fría”, sino pleito de hegemonías igualmente capitalistas. Ni a cuál irle.
Es obligado el escuchar a los pueblos, víctimas inocentes de la guerra, sea de manera directa o por sus efectos en el deterioro de las economías.
Pueblos desesperados que son presa fácil de la manipulación demagógica de los nacionalismos xenófobos de sus propias oligarquías, las que sólo defienden la permanencia de sus privilegios.
El caso de Brasil es un claro ejemplo de la referida manipulación: cómo es posible que un gobernante que hace ocho años terminó su segundo periodo de gobierno con aceptación superior al 80%, sufra hoy para el 50.9% que le dan el triunfo, ante la expresión más aberrante del fascismo latinoamericano, cuya base de seguidores reclaman por el golpe militar, amnésicos de lo que significaron más de 20 años de gorilato. La campaña mediática y la guerra judicial erosionan el prestigio del más pintado.
Todo orquestado desde los sótanos oscuros del “deep state” de la real hegemonía gringa. El pueblo brasileño se tragó la rueda del molino y le dio la espalda a quien lo sacó de la pobreza extrema. No hay hazañas por celebrar.
El proyecto de la Cuarta Transformación corre el riesgo de agotarse pronto, como sucedió en la tercera en 1940.
México corre el riesgo de caer en un Manuel Ávila Camacho, creyente y caballero –tremendo ladrón- y dejar de lado a un Francisco J. Mújica por radical.
No necesitamos un candidato moderado, que a todos tranquilice, sino a otro agitador revoltoso a imagen de López Obrador. Me refiero a mi tocayo Gerardo Fernández Noroña y ahí dejo mi reputación para que la hagan pedazos.
Sólo ruego a quienes con certeza me dejarán de leer, que nos ayudemos a analizar las alternativas con objetividad y sin prejuicios.
Lo aportado por López Obrador no puede caer en posturas blandengues y tranquilizadoras; es mucho lo que falta por transformar; es mucha la deuda pendiente con el pueblo y sus demandas de justicia y bienestar.
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[…] Gerardo Fernández Noroña, aspirante a la candidatura presidencial de Morena, dice tener la solución para salir de pobres. […]