La democracia es un producto inacabado de la permanente búsqueda de la cultura universal de mejores formas de convivencia social, siempre regidas por la procuración de la mayor felicidad de la humanidad toda.
En este largo y complejo proceso los pueblos han sido los protagonistas principales siempre, no en una forma lineal y continua, sino con avances y retrocesos, a veces grandes saltos de transformación hacia adelante que se van diluyendo hasta que colman la tranquilidad y la paz social dando lugar a nuevos cambios.
Por eso la democracia será siempre un proceso inacabado. La democracia perfecta es una utopía por alcanzar.
En México estamos inmersos en un gran salto transformador. En 2018 el pueblo manifestó su hartazgo y decidió por la transformación pacífica de una realidad que lo agobia, derrotando con los instrumentos de la democracia formal a una oligarquía opresora y corrupta.
Derrocar electoralmente a la oligarquía no significa eliminarla, como sucede en los procesos armados. Significa esto que la confrontación permanece vigente y que el pueblo mantiene su lucha transformadora que debe fortalecerse en el proceso mismo de transformar.
Andrés Manuel López Obrador ha liderado esta lucha desde hace más de treinta años, enfrentando un denodado combate desde la oligarquía en el poder y fuera de él.
Pero la mayoría popular siempre lo ha sacado adelante; más ahora que desde el poder cumple cabalmente con los postulados por los que la gente votó, aún con la más feroz campaña de desprestigio mediático de la historia y el boicot a todos los actos de gobierno.
Existe una estrecha relación entre pueblo y gobierno que se manifiesta de muchas maneras, principalmente mediante la información veraz y continua sobre los asuntos públicos que tiene como punto nodal la conferencia de prensa matutina transmitida por los medios públicos y, principalmente por conducto de las redes sociales.
Es un fenómeno digno de ser estudiado; cómo entender que el Presidente alcanza índices de aceptación sin precedentes, cuando es bombardeado diariamente por los medios de comunicación tradicionales: televisión, radio y prensa escrita, casi de manera absoluta.
El pueblo observa semana a semana los avances de las obras y los precios de combustible y abastos básicos, los lunes; el estado del programa de salud, los martes; la confrontación de las mentiras de la prensa, los miércoles; el combate a la impunidad los jueves. Mensualmente, los días 20, se informa sobre el programa de seguridad y procuración de la paz. Si se trata de gobierno abierto, éste lo es por excelencia.
No hay propaganda sino verdadera publicidad. Hasta se da el lujo de agregar el canto popular que consigna los sentimientos del pueblo y que el pueblo escucha con preferencia.
Es palmaria la impotencia de la campaña conservadora (que no merece el título de opositora) y muy elevadas las pérdidas económicas de sus generosos patrocinadores, bajo el distintivo del odio y la hipocresía.
De este lado se privilegia el amor que con amor se paga. Esta es la muy profunda transformación, la cuarta, de la vida pública de México.
El gran reto es el de la continuidad del proceso transformador después del cambio de sexenio. La respuesta fácil en otros casos ha sido la reelección; imposible en el caso mexicano, por dos razones: la lucha histórica anti reeleccionista, plasmada en la
Constitución, por un lado, y la convicción democrática del Presidente López Obrador, por el otro.
Tendremos que elegir al relevo sin contar con experiencia ni instrumentos idóneos para procesarlo.
Es muy difícil llenar los zapatos de AMLO, deja la tranca demasiado alta. Hay facultades muy personales que no son heredables, principalmente la capacidad de liderazgo, el llamado carisma, imposible de improvisar.
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M21