Los conservadores, como su nombre lo sugiere, tienen un solo objetivo identificable. Buscan que se mantengan inalterables sus privilegios inmerecidos en todos los órdenes de la vida pública y privada.
Crean complicidades con aquellos que les sirvan: gobiernos manipulables, iglesias corruptas y una porción de pobres eternos en su economía y engaño.
La historia, conciencia implacable de la humanidad, nos obliga a recordar algunas luchas de los pueblos contra sus opresores:
En el año de 1789, al triunfo de la Revolución francesa, sería realizada una asamblea entre delegados de distintas tendencias políticas con el propósito de establecer una nueva constitución. Este evento, era conducido por un presidente que se ubicaba al centro.
Ahí nacían las “derechas” y las “izquierdas”.
Como podemos advertir, la desigualdad e injusticia social, son cánceres universales eternos. En México, penosamente, no encontramos la excepción.
En 1857, un grupúsculo “mexicano”, recorría las cortes europeas para ofrecer la conducción del país a algún príncipe europeo.
Encontraron a Maximiliano de Habsburgo, que fuera fusilado por el gobierno de Juárez.
El pasado mes de agosto, los presidentes de los partidos conservadores PAN, PRI y PRD, verdugos históricos del pueblo mexicano, emulaban a sus antepasados, solicitando al gerente de la OEA interviniera en los asuntos internos de nuestro país pues sus intereses estaban en riesgo.
De esa forma podemos entender la lucha encarnizada que, desde el 1º. de diciembre de 2018, iniciara el presidente López Obrador en contra de los reductos naturales del conservadurismo (corrupción, narcotráfico “asistido”, tráfico de influencias y robo).
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M21