No es extraño que en los parlamentos del mundo se registren fuertes confrontaciones entre sus miembros y los partidos que representan.
Las pasiones acompañan a la lucha política y, con frecuencia, se acaloran y violentan; es algo natural y no tiene por qué alarmarnos. Finalmente la votación dirime, con o sin beneplácito de las partes, los conflictos parlamentarios.
En el fondo, el debate amplio se dio en las urnas en las que el elector soberano determinó el peso relativo de las fuerzas políticas, formando mayorías y minorías que pueden consolidarse mediante alianzas partidarias. Para la actual legislatura la coalición Juntos Hacemos Historia (Morena, PT y Verde) representan la mayoría y Va por México (PAN, PRI, PRD y Convergencia) la minoría.
Para modificaciones a la Constitución se requiere de mayoría calificada (2/3 de legisladores presentes) que ninguna de las coaliciones alcanza, en cuyo caso suelen darse negociaciones para buscar consensos.
Lo que resulta alarmante es que la natural confrontación legislativa devenga en sainete y desacato a la más elemental conducta civilizada. Más alarmante aún es el hecho de que, en contra de lo que cabría esperarse de la presencia paritaria de mujeres, sean estas sus principales protagonistas, ejerciendo la violencia política de género a la inversa y manifestando un repudiable “hembrismo” contra la parte contraria, con clara
intención provocadora.
Por ejemplo, el uso de altoparlantes con sonido de sirena estruendosa para acallar la voz del contrario es una práctica físicamente agresiva y disruptiva que no debieran tolerar las dirigencias partidarias.
Finalmente, el sainete se resuelve de manera heterodoxa determinando una sede alterna que, en ausencia de la minoría guardiana de la sede original tomada, aprueba con apego a la ley lo que está en agenda.
El berrinche opositor en esta ocasión se derivó de la imposibilidad de nombrar a un funcionario consejero del Instituto de la Transparencia (INAI) cuya aprobación requiere de mayoría de 2/3.
La oposición condicionó su participación legislativa a la elección favorable a su propuesta la que, además, se hace por voto directo y secreto (por ley). Se hizo la votación y no se alcanzó el número de votos requerido. Ahí se vino el aquelarre. Se tomó la tribuna y se soltaron las ensordecedoras sirenas, imposibilitando el funcionamiento de la sesión cameral. Todavía una senadora furibunda fue a encadenarse a la mesa del presídium del salón de plenos de la sede alterna obligando a sesionar en el patio del antiguo edificio del Senado.
De esta manera se desarrolló la sesión con celeridad pero con apego a la norma, desahogándose el despacho de más de quince minutas programadas; entre ellas las muy importantes relativas a la Ley Minera y la del Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia, Tecnología e Innovación.
Una lección importante del sainete vivido tiene que ver con la conciencia política del electorado. Si el pueblo ha optado por un cambio transformador será necesario que vote de manera integral por Presidente, Senadores y Diputados, haciendo a un lado opciones por caras bonitas o simpáticas.
Todos los votos a la alianza electoral de la transformación.
Otra importante lección es para las mujeres. Sería un despropósito tirar por la borda los muy importantes y eficaces logros alcanzados en materia de paridad de género y de respeto a la mujer en todos los ámbitos, no sólo el político, por actitudes de bravuconería femenil (o hembril) en espectáculos que las denigran.
La igualdad de género es un gran avance democrático. Por favor no lo dilapiden.
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