Desde el siglo diecinueve las naciones latinoamericanas y del caribe han mantenido una relación subordinada hacia los Estados Unidos de Norte América y el Reino Unido. El modelo de negocios de estas dos potencias se basa en extraer materias primas de las Américas para la industrialización de sus economías y el bienestar de sus pueblos.
La historia moderna de Latinoamérica está llena de intentos para cambiar las condiciones de subordinación. No obstante, las grandes hegemonías se han interpuesto en la lucha por la autodeterminación a través del intervencionismo.
Tan solo entre 2000 y 2022, ocurrieron catorce de golpes de Estado en América Latina (algunos exitosos y otros no), los cuales de forma directa o indirecta han sido financiados por una de esas potencias o transnacionales.
Otro factor de la desarticulación económica es la geografía de América Latina. Las economías más grandes de América Latina son Brasil, Colombia, América Central, la región del Caribe, Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile, Bolivia, Perú y México.
Cada país tiene su propia historia de dependencia con las potencias. Además, hay elites de poder locales cuya función es actuar como facilitadores para los intereses extranjeros (a costa de los derechos, los recursos y la calidad de vida de los latinoamericanos).
En la última década se ha desatado una guerra comercial entre las hegemonías de Occidente contra Asia por el control del futuro digital. México no se ha quedado fuera de esta disputa, ya que uno de los recursos estratégicos de la digitalización es el litio.
Nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador, propuso un plan para la integración económica del continente. La finalidad de la integración es evitar que el control por el futuro digital se dirima a través del conflicto armado.
En este contexto, la situación que vive Perú representa todo el legado intervencionista bajo un régimen ilegítimo y fascista. La dictadora peruana exhibe la falta de compromiso de sus financiadores para caminar hacia el futuro común, y apoderarse del litio por la fuerza.
En México la derecha opera con guerras mediáticas, políticos infiltrados, uso corrupto del poder judicial, o de plano la inclusión del crimen organizado en su agenda de acciones políticas. Es una guerra de baja intensidad, constante e híbrida.
Pero todos estos golpes disfrazados de buenas y malas intenciones; de supuesta política de derecha contra izquierda (o viceversa); enmascaran financiaciones millonarias para mantener en el poder a regímenes que garanticen la marginación y la pobreza de los latinoamericanos.
Hay que recordar que la pobreza es fundamental para preservar una situación de desintegración y desarticulación económica en nuestro continente.
El gran reto que enfrenta México en las siguientes décadas es de tipo económico. Mientras las condiciones económicas de la población no mejoren, no se puede esperar una mejora en los contextos sociales y políticos. Una está asociada a las otras.
Además, es impostergable fortalecer las relaciones internacionales con todas las naciones, bajo el principio de la autodeterminación y el respeto a la soberanía.
No basta con que las hegemonías nos traten como un igual; sino que es momento de emprender un largo camino hacia la prosperidad latinoamericana.
La integración económica del continente es el primer paso, pero falta mucho por delante y uno de los trabajos más importantes es terminar con los privilegios de las elites regionales a costa de los presupuestos nacionales.
Además, se deben de hacer las reformas necesarias para evitar que esas élites usen el poder de las instituciones y los poderes de la unión para facilitar el modelo intervencionista y la renuncia a la soberanía nacional.
Queda mucho por hacer y se empieza por apoyarse en las otras naciones y los otros ciudadanos latinoamericanos que tenemos el mismo objetivo común: el bienestar social de nuestros pueblos.
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