Ciudad de México (Prensa Latina) El Partido Movimiento de Regeneración Nacional, más conocido por su sigla Morena, fundado por Andrés Manuel López Obrador en 2013, tiene definido tres candidatos para las elecciones presidenciales de julio de 2024.
Además, hay un disidente, el senador Ricardo Monreal, quien después de muchos años de acompañar en las contiendas electorales a López Obrador, se salió del cauce de Morena, pero sin abandonar ese partido ni renunciar a su alto cargo como su coordinador en el Congreso donde ejerce una influencia importante.
Pero como no cuenta para Morena ni para López Obrador, la oposición política juguetea con él sondeándolo para llevarlo a su redil como una de las alternativas para enfrentar al oficialismo en 2024, lo cual lo ha alejado más todavía de las huestes obradoristas.
Públicamente el fundador de Morena no se pronuncia ni lo va a hacer jamás -pues no está en su estrategia ni en su forma de pensar- por ninguno de los tres contendientes: Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, y Adán Augusto López, secretario de Gobernación.
Todos con diversos niveles de empatía en la población, pero sobre todo dentro de la militancia morenista -que es lo peor por los peligros de divisiones internas que la oposición busca aprovechar- cumplen el propósito de López Obrador de la continuidad de la VI Transformación.
Así se denomina el programa de gobierno que él aplica y con el cual busca una historicidad de Morena vinculada con procesos que marcan el rumbo patriótico más apreciado por los mexicanos desde Hidalgo, Juárez y Madero, y contemporáneos de trascendencia como Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateo con las nacionalizaciones del petróleo y el sector energético.
Aunque López Obrador asegura que no se inmiscuye en los temas partidistas, porque es el presidente de todos los mexicanos, no es menos cierto que esa triada fue seleccionada por él, o al menos presentada públicamente de manera muy informal, en la cual excluyó a Monreal, quien ya recibía críticas por su óptica diferente respecto de la transformación.
Como es natural, los tres elegidos iniciaron su campaña personal, todavía muy soterrada porque las leyes del país impiden campañas abiertas hasta que no se cumplan los requisitos o sean ya candidatos definidos a la presidencia, y no como ahora precandidatos.
Estamos, por lo tanto, en los prolegómenos de la batalla, la preparación de la ofensiva, el inicio de las estrategias, pero al final en campaña, y como seres humanos con todos sus defectos y virtudes, sus ideas y proyectos, e incluso fraternidad y hermandad, los intereses destellan como el oro cuando le da el sol.
Como los tres contendientes tienen, por sus cargos en el gobierno, sectores de influencia, todos piden “piso parejo” en su competencia, es decir, que nadie se valga de sus influencias para lograr ventajas sobre los demás, en especial, de aquellos que tienen una relación de trabajo y personal en los gobernadores, alcaldes y funcionarios públicos elegidos por votación o asignación.
Pero ya sea de forma encubierta, soterrada, indirecta, los dardos entre los tres salen de una u otra manera a la superficie y dispara alarmas entre quienes batallan por recomponer una unidad dentro de un partido sin experiencia, pese a ser muy popular y sin una organicidad partidista consolidada.
Esto probablemente explica por qué hasta no hace mucho Monreal gozaba de un buen respaldo en el legislativo, en especial en el Senado, aunque bajó muchísimo y perdió mucho fuelle entre sus seguidores, al votar con la derecha contra la reforma electoral presentada por López Obrador, lo cual significa en los hechos avalar la corrupción en el Instituto Nacional Electoral y su Tribunal.
Los líderes de Morena, Mario Delgado, su presidente, y Citlalli Hernández, la secretaria general, abogan más por la necesidad de “piso parejo” para no debilitar al partido ni a sus candidatos, y ser lo más justos posibles en la contienda. Ambos se comprometieron a buscar la unidad mediante reglas claras.
Sin embargo, “piso parejo” no es un criterio que comparta López Obrador pues tropieza con su criterio de que la única manera de que no existan privilegios es poniendo la elección de quien finalmente represente como candidato presidencial a Morena en manos del pueblo, es decir, que la gente común decida entre ellos tres mediante una encuesta popular.
Su razonamiento también tiene sus bemoles, pues dentro de Morena hay criterios de que una elección de esa naturaleza no debe ser popular para no enturbiarla ni dejar resquicios a la oposición de contaminarla infiltrando la encuesta. Pero López Obrador estimó ya hace unos seis meses que pedir piso parejo es menospreciar al pueblo al cual considera el más politizado del mundo.
Moraleja: para el líder morenista lo más importante es que no se rompa la fraternidad como garantía de que cualquiera de los tres que sea el candidato oficialista, reciba apoyo de la mayoría de los electores que lo llevaron a él a la presidencia y lo vean como un sucesor fiel y un garante de que la IV Transformación no se descarrilará.
Solamente cuando llegue ese momento y Morena confirme que se mantiene en posesión del Palacio Nacional, se podrá saber si este programa de gobierno que López Obrador definió como Humanismo Mexicano, tiene raíces suficientemente profundas, y un entramado legal y jurídico con la solidez requerida que resista el tiempo y la sucesión de gobiernos sin que se repitan los fracasos de las tres transformaciones anteriores.
De allí la importancia de este escarceo entre “piso parejo” y encuesta que solamente se definirá cuando llegue la hora de escoger al candidato único que enfrentará la presunta coalición de los opositores partidos Revolucionario Institucional, Acción Democrática y Revolucionario Democrático llamada Va Por México.
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