Acepta varias lecturas que el presidente López Obrador manifieste tajantemente que, a la luz de todo lo que se ha venido revelando tras las investigaciones de varias instituciones mexicanas y del juicio contra García Luna en Nueva York, ha cambiado de opinión y ahora se atreve a asegurar que, bajo las administraciones del PAN, México se convirtió en un narco Estado.
Que lo declare desde los intestinos del búnker —la obra emblemática del calderonato—, es cargar de significado su discurso, porque los que saben sostienen que, en política, la forma es fondo.
Otro ejemplo: el viernes pasado sostuvo en la Mañanera que no iba a permitir que los medios empresariales —como Proceso y Animal Político que intentaban posicionar un tema— dictaran la agenda. Lo dijo así, ríspido y rasposo.
El discurso de AMLO se ha venido endureciendo desde unas semanas atrás. Esto puede obedecer a varias razones y, tal vez, tenga un target específico. Es posible que le esté hablando a quienes infructuosamente han intentado empantanar en laberintos judiciales las obras emblemáticas de su gobierno, mediante el lawfare.
Los mismos a quienes ya no les funciona el constante golpeteo mediático, con el que pretendían enturbiar la administración de nuestro presidente, pero más importante aún, que han visto frustradas sus intenciones de abollar la catadura moral de López Obrador.
Porque no hay nada más desquiciante para los gringos que un hombre de izquierdas honesto e irreprochable.
Estoy segura que muchos hemos notado que el discurso que llega del norte también se ha endurecido.
Si bien AMLO ha dicho que estas estrategias tienen tintes electorales, creo que los norteamericanos tienen muchos motivos adicionales para estar disgustados, porque ante el gobierno de la 4T no han encontrado fácil imponer sus condiciones, como antes, con los gobiernos neoliberales que eran complacientes, sumisos y llegaban a la mesa de negociación rendidos de antemano.
Hay varios asuntos que han descolocado a los gringos:
Y así, cada vez que nos negamos a aceptar tratos comerciales injustos o desfavorables, nos amenazan con llevarnos a tribunales internacionales o paneles de controversias, y cuando llegamos a esas instancias, México ya ha ganado varias partidas en el sector automotor.
Pero tampoco les gusta cuando les decimos que no, cuando quieren intervenir en México con una versión maquillada de alguno de sus fallidos Planes, en su nueva lucha frontal contra el fentanilo, pero lo quieren implementar sin hacerse cargo de sus propios traficantes, de su propia corrupción, del alto consumo de drogas en su territorio, que los tiene en el primer lugar del ranking de fallecimientos por consumo de drogas, según datos de la UNODC.
Es a estos personajes a quienes AMLO les habla golpeado, a ellos y a sus operadores mexicanos —ejemplo, esos que intentaron reventar la conferencia matutina del viernes—, por supuesto.
Es un hecho indiscutible que López Obrador es quien marca la agenda pública desde 2017, lo que lo ha convertido en el hombre más influyente de México, por lo tanto, sus dichos causan ciertos efectos y provocan inercias insospechadas, tanto en los medios y la oposición, como en la sociedad. También en EEUU.
El caso contrario lo vimos muy recientemente, cuando Calderón pretendió instruirnos —mediante comunicado emitido desde España, tras la declaratoria de culpabilidad de García Luna— a que no caigamos en distracciones, como el trivial juicio contra su mano derecha, porque eso no sirve para nada ni es fundamental. Como era de esperarse, sin estatura moral, ni una recua de mulas…
La estrategia es bastante simple; en las conferencias matutinas AMLO ha hecho habitual la réplica a lo difundido por ciertos medios de comunicación nacionales y extranjeros, también se apoya en el Quién es quién en las mentiras, donde se objeta la infodemia que corre por los canales más inesperados de nuestra hiperconectada red de información.
Como consecuencia, hace unas semanas tuvimos oportunidad de comprobar cómo el poder de los medios empresariales se ha visto notablemente disminuido.
Me refiero al cerco informativo que los principales medios levantaron alrededor del juicio de Genaro García Luna; sin embargo, a través de la conferencia mañanera, nuevos medios no alineados y de los canales informativos del Estado, la cobertura fue puntual y abundante. Y, con ayuda de la caja de resonancia que son las redes sociales, el gobierno de AMLO consiguió romper el bloqueo informativo.
Antes de la llegada de AMLO a la presidencia y de que se lograran conjuntar dichos factores, el poder de los medios era inconmensurable y, probablemente, hubiera sido imposible tal hazaña.
Mientras tanto, los políticos de Acción Nacional no pueden quitarse de encima las sombras del otrora poderoso Genaro García Luna, narco funcionario encumbrado a las más altas esferas del poder y convertido en multimillonario durante sus administraciones.
Tampoco son capaces de sacudirse la suciedad que les han dejado los escándalos de abuso y corrupción en los que incurrieron muchos de sus correligionarios.
Antes, con acudir a algún periodista de la nómina y esbozar una explicación más o menos creíble, resolvían el asunto, pero los tiempos han cambiado; sin duda, eso ya no les alcanza.
Es tan oprobioso el resultado de sus delitos y fechorías, que gran parte de sus recursos —tiempo y dinero— es empleado en tratar de desmarcarse, de esquivar las consecuencias legales y el descrédito social. Los priístas padecen del mismo mal. Son sólo algunos de los motivos que los han llevado al límite y que los tienen arrinconados.
También son algunas respuestas al por qué todo se ha ido radicalizando: los discursos van subiendo de tono hasta rayar en lo pendenciero, los movimientos son más erráticos y las declaraciones son cínicas y desquiciadas. Y del norte llegan amenazas intervencionistas.
Aunque lo citado aquí no es más que una muestra de un fenómeno mayor y multifactorial, sirve para demostrar que en la oposición han perdido la capacidad de controlar los daños y a nuestro principal socio comercial cada vez se le dificulta imponernos condiciones leoninas.
Hay otra lectura: creo que esa gradual pero evidente severidad en el discurso del presidente tiene como destinatario a la sociedad —su activo más valioso—, específicamente, el electorado del 2024.
Siendo un poco quisquillosa, me aventuro a especular que el nuevo y rasposo tono de AMLO lleva implícito ciertos códigos, dirigidos a quienes no marchan con AMLO y tampoco se disfrazan de rosado, es decir, para aquellos que todavía no han definido su voto.
Porque las campañas electorales del 24 se adivinan como arena colisea, donde hasta los detalles más nimios tienen una importancia irrenunciable.
La 4T buscará la mayoría absoluta en ambas cámaras, para consolidar su proyecto político e implementar las Reformas Constitucionales frenadas por la oposición en este sexenio. Serán importantes a nivel regional otros proyectos que AMLO hará públicos antes de irse y los virreinales órganos autónomos estarán en el ojo del huracán; tal vez, incluso, alcance lugar preponderante la tan necesaria Reforma Judicial, porque los mexicanos tenemos hambre de justicia y una ambición insana por acabar con la impunidad.
En términos electorales, no hay nada más jugoso que los deseos insatisfechos de una sociedad.
Pero para capitalizarlo, Morena necesita de un candidato fuerte, bien apuntalado por el apoyo popular, a quien los poderes fácticos no hagan trastabillar, al menos no con la facilidad que lo ha conseguido en el Brasil de Dilma, en la Bolivia de Evo o en el Perú de Pedro.
Los opositores se juegan la vida. Lo saben. Y aunque creen que no lo notamos, con énfasis de sobreviviente, espantan las moscas que huelen su descomposición.
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M21