Por Gerardo Fernández Casanova / [email protected]
Como si de extraer petróleo se tratara, a México se le aplicó la más acabada y destructiva tecnología de fracturación (fracking) cuyos nocivos efectos han llevado a la prohibición de su empleo en varios países del mundo.
En efecto, las técnicas empleadas lograron romper las firmes bases de roca en las que se cimentaba y sostenía el gran edificio que habíamos venido construyendo con sudor y sangre del pueblo de México.
Se destruyó gran parte del Estado nacional y de los pedazos resultantes se apropiaron los entonces poderosos, fuese de manera directa o mediante empresas ad hoc a sus intereses.
Les fue facturada su propiedad, primero como vulgar atraco y luego legalizadas por la vía de las llamadas “reformas estructurales”.
Acepto que esto fue diseñado desde los conocidos organismos financieros internacionales, pero afirmo que fueron implementados con singular alegría por sus gerentes, encumbrados en el poder tecnocrático por la vía del engaño o del fraude electoral; que no de otra manera pudiera entenderse una historia de masoquismo del pueblo mexicano.
Entre los cascajos o cascotes resultantes, y como baluartes de su inmunidad, el Estado quedó maniatado mediante organismos autónomos del Estado que tendrían como encomienda realizar funciones de Estado pero bajo el control de particulares, conspícuos expertos nombrados por la “sociedad civil” en un ejercicio democrático practicado por legislativos a modo que, sea por convicción dogmática o por simple compra de votos, avalaron el designio privatizador neoliberal.
Un ejemplo: el panista Calderón intentó consumar la reforma energética, pero fracasó por la protesta popular y porque el PRI no quiso acompañarla, mas no por sus convicciones, sino porque quisieron guardar su utilidad para cuando fuesen gobierno.
Por eso tuvieron que repartir carretonadas de dinero a los legisladores panistas que, independientemente de coincidir con sus afanes dogmáticos, hicieron chantaje con la misma moneda que les aplicaron los priístas en la anterior legislatura. ¡Faltaba más!
El pueblo jugaba el papel de simple comparsa; aún con airadas protestas, la maquinaria de la fragmentación siguió su curso con la mira puesta en los dos pilares restantes de soporte del Estado.
Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad, cuya destrucción tendría que ser paulatina pero certera, no se atrevieron a venderlas a alguna empresa particular como hubieran preferido porque se armaría una revolución.
Optaron por desarticularlas y colocarles grilletes para que por sí solas quebraran y dejaran las manos libres a los afanes privatizadores.
Pero al pueblo lo puedes engañar una o varias veces pero no siempre.
En 2018 sonaron las campanas y el pueblo despertó de su letargo e irrumpió vigoroso votando contra el engaño y a favor del tañedor de las campanas.
Arrasó en las urnas a quienes ya habían extendido las facturas del país fracturado.
En ese momento se extendió el acta de nacimiento de un nuevo régimen diametralmente diferente al anterior, su contrario nacionalista y popular.
Quienes fueron usufructuarios de los beneficios del viejo régimen, no esperaron mucho para darse cuenta que la cosa iba en serio y no se trataba de una lucha por el poder en el gobierno; la cancelación del aeropuerto en Lago de Texcoco les anunció de la veracidad del discurso nuevo.
Entonces comenzó la pelea por doblegar al pueblerino que osó retar a tan distinguidos “expertos”, cosa que no han logrado ni lograrán.
Toda la carne puesta en el asador para acabar con el Presidente que no habla inglés, pero que sabe negociar con los más poderosos líderes mundiales.
Toda la prensa controlada por ellos se encargaría de la fácil tarea; ejércitos de abogados litigiarían para desmantelar sus proyectos; los organismos internacionales y sus calificadoras de inversión se harían cargo de asfixiarlo.
La oposición política se desharía del mínimo de dignidad para unirse contra el irruptor, y un mundo de triquiñuelas de malandrines más se volcaron para disociar al nuevo régimen con el pueblo.
Y no han podido: cada mentira es deshecha, cada nuevo ataque es respondido y el pueblo está contento.
La reforma a la Ley de la Industria Eléctrica devolvió para el pueblo la vigencia y fortaleza de la CFE, su empresa, y todavía vendrán más reivindicaciones.
Las elecciones del presente año refrendarán la indeclinable voluntad popular por ser libres, democráticos y capaces de trazar el destino en su beneficio. Nadie se puede olvidar.
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