Quiero referirme al tema de la polarización que se registra en el país, de la cual la oposición culpa al Presidente por su discurso transformador.
Parece que se añora la Pax Mexicana posrevolucionaria, mejor dicho poscardenista, que sostuvo un sistema político eficaz de 1940 a 1968 cuando la falta de democracia se compensaba con una relativa movilidad ascendente, aunque cada vez más insuficiente.
El agotamiento se manifestó en el tema de la economía, aunado a una recomposición del gran capital internacional, dando lugar al endeudamiento y a la consiguiente quiebra de las finanzas públicas, para derivar a la implantación de medidas de choque y la imposición del neoliberalismo y su cauda de empobrecimiento de la mayoría y la destrucción de los mecanismos de procuración del bienestar.
La sociedad se polarizó bajo el poder escandaloso del capital y con la débil resistencia del pueblo disperso.
Cuauhtémoc Cárdenas convocó al pueblo agraviado provocando una vigorosa movilización, la que lo llevó al triunfo, truncado por el escandaloso fraude que impuso a Salinas en la presidencia y el neoliberalismo tomó carta de naturalización.
Se recrudeció la polarización con los dados cargados en contra de la mayoría.
En el año 2000, Andrés Manuel López Obrador gana la elección para Jefe de Gobierno de la capital y emprende un gobierno popular que hace aflorar la ya insoportable polarización.
En todo momento AMLO resistió los embates de la guerra sucia y los fraudes electorales cuyo efecto se revertía contra sus creadores.
En 2018 el pueblo no aguantó más agravios y se volcó en apoyo del Presidente López Obrador y la polarización se acrecentó, sólo que ahora los dados quedaron en manos del pueblo.
Se democratizó porque se gobierna para y con el pueblo, obedeciendo.
El peligro para México, que tanto advirtieron los conservadores, resultó ser cierto pero para el régimen de saqueo y destrucción del país que significó el neoliberalismo.
Me pregunto si alguien en su sano juicio puede aceptar que haya privilegiados que no paguen impuestos o que respalde un proyecto suicida para construir un aeropuerto en un lago.
O que acepte que los impuestos se empleen en comprar el silencio o los aplausos de la prensa o que se combata la violencia mediante la procuración del bienestar.
O que se realicen esfuerzos titánicos para controlar la pandemia y recrear un sistema de salud dejado en el abandono o, en definitiva, combatir la corrupción.
Se necesita ser obcecado para negar sistemáticamente las acciones del gobierno del Presidente López Obrador.
Orquestar campañas de noticias falsas y de litigios de amparos contra las obras en ejecución: el aeropuerto Felipe Ángeles, el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas, el corredor interoceánico, el tren México-Toluca, las obras hidráulicas y de mejoramiento urbano.
No puede ser reprochable que se recupere para la nación y para el pueblo la riqueza de sus recursos naturales y se conviertan en palancas para el desarrollo para mejorar el empleo y los salarios.
En realidad me parece una locura lo que está afectando a la minoría conservadora del país. Hay voces menos estridentes que recomiendan un proceso de transformación pactado y terso.
Ojalá se pudiera, pero los proyectos de nación son diametralmente opuestos, pero cómo se puede pactar con quien sólo busca mantener el régimen de privilegios y mandar por encima de la voluntad popular, negándola y combatiéndola.
Hay un claro mandato del pueblo: en 2018 se ofreció un proyecto de país coincidente con sus demandas.
Así lo confirmaron más de 30 millones de votos, no puede ser traicionado, menos cuando tal respaldo es refrendado permanentemente.
Incluso cuando se ofrece a la oposición el instrumento idóneo para medirlo mediante la consulta al pueblo sobre la revocación o la ratificación del mandato.
¿Por qué se oponen? si la razón les asistiera llamarían al pueblo a castigar al mal gobierno que ellos advierten. Eso sí es un buen pacto a respetar.
Ciertamente, México necesita una oposición realmente democrática, que debata con argumentos válidos y no con diatribas inconsistentes.
La realmente existente no ha mostrado tener el talante para hacer política afirmativa; son negacionistas por antonomasia. Están moralmente derrotados.
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M21