Fue muy impresionante para mí hace algunas semanas en una entrevista escuchar decir a la dirigente priísta Dulce María Sauri Sancho, que ella lo era de corazón, y que se quedaría en el PRI aunque lo último que tuviera que hacer fuera apagar la luz y cerrar la puerta.
Para aquellos/as que nos alcanza la vida para haber vivido el esplendor del priato, resulta notable advertir la decadencia del otrora incontestable partido de la revolución institucionalizada. Ese partido que encarnó la hegemonía de la ideología de la revolución mexicana y que asentó en México una poderosa cultura política.
En 1970 cuando regresé a México a estudiar mi carrera universitaria, si alguien quería hacer carrera política y participar en el gobierno no tenía otra vía que ingresar al PRI e iniciar el camino de la disciplina y hasta la obsecuencia para poder ir ascendiendo en el escalafón partidario y gubernamental.
Otros partidos como el Partido Popular Socialista (PPS) y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) encontraban motivos para mantener su propia identidad partidaria y al mismo tiempo ser parte del sistema político.
La gran intelectualidad fuera de derecha o de izquierda en sus distintas variantes, también formaba parte de dicho sistema y gozaba de las prebendas que el ogro filantrópico dispensaba a lo/as que le apoyaban.
Solamente intelectuales como José Revueltas, diversas organizaciones políticas y sociales de izquierda y la oposición de derecha organizada en el PAN, mantenían rebeldía y disidencia.
Por ello resulta asombroso advertir lo que queda del PRI en la actualidad. Solamente le quedan dos gubernaturas, tiene una presencia disminuida en las cámaras, su control de ayuntamientos es mucho menor del que tenía todavía hace pocos años, observa una fuga de cuadros dirigenciales, también pérdida sustancial de votantes y se encuentra dividido.
El PRI labró escrupulosamente su decadencia con su abrazo al autoritarismo, la corrupción y finalmente al neoliberalismo.
Pero a estas alturas, no me cabe duda que esa decadencia está siendo profundizada por la política del gobierno de la 4T y de su partido. Su ascenso hegemónico vertiginoso y sus éxitos electorales, los está usando para dividir y doblegar al PRI.
Gobernadores priístas salientes pueden tener expectativas de alguna recompensa si se portan bien y no hacen elecciones de Estado. Dirigentes y miembros prominentes del PRI tienen abiertas las puertas para ser candidato/as de Morena a gobernadores, senadores y diputados federales o presidentes municipales.
Después de un golpeteo mediático por medio de difusión de audios, el presidente del PRI Alejandro Moreno Cárdenas ha doblado las manos y junto a un sector de su partido han decidido negociar y apoyarán la prolongación de la permanencia de las fuerzas armadas en el combate a la delincuencia.
Hoy la unidad monolítica del PRI, cementada por la disciplina que generaba su hegemonía política, es cosa del pasado.
Hoy el PRI no es solamente un partido doblegado sino que se encuentra dividido entre el ala de Alito, Ruben Moreira y José Murat y la que encabezan Miguel Ángel Osorio Chong, Dulce María Sauri, Beatriz Paredes entre otros.
La coalición opositora Va por México está naufragando aun cuando puede recomponerse porque PAN y PRD no son mucho para las elecciones en 2023 en el Estado de México y en Coahuila.
El proceso de extinción del PRI no me quita el sueño. Sus aportaciones al México moderno fueron muchas, pero fueron también muchas las barbaridades que cometió en sus setenta años de hegemonía. Sí me quita el sueño aquello que se expresa en la frase falsamente atribuida a Don Juan Tenorio de José Zorrilla: “Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud”.
Me resulta clara la estrategia de la 4T y Morena: están absorbiendo a una parte del PRI y lo están dividiendo, en suma están contribuyendo a su extinción.
En ese sentido, Alito es un buen aliado en varios sentidos. Pero si el PRI puede terminar en un cadáver, su espíritu puede invadir a Morena y hacer real algo en lo que nunca he creído: la reencarnación.
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M21