Siempre he pensado en México como un país inconcluso en busca de su identidad y así lo he escrito en estas páginas.
El proceso de construcción del país se ha visto truncado por imposiciones culturales que destruyen la existente y privilegian la nueva, sea por la violencia armada o por el efecto de la demostración y la propaganda.
Desde luego, el rompimiento más dramático fue el producido por la invasión de conquista por el reino de Castilla y Aragón, por su radicalidad para imponer la religión y sus costumbres, avasallando a los pueblos originarios -la grandeza del México Precuahtémico- a los que sólo quedó el recurso de la resistencia soterrada.
El movimiento de la Independencia, iniciado con una idea de justicia y libertad terminó siendo consumado por la oligarquía criolla en reacción a los vientos liberales que soplaban en la península.
El México independiente se debatió durante 90 años en la confrontación entre la oligarquía consumadora de la independencia y una élite mestiza identificada con los afanes de justicia y libertad de los iniciadores.
Los primeros eran monárquicos y católicos, y los segundos liberales y laicos; aquellos en busca un príncipe europeo que nos gobernara y estos procurando una república federal a semejanza de la norteamericana.
La debacle fue aprovechada por el naciente imperio yanqui para hacernos una guerra injusta y robarnos más de la mitad del territorio, el gran zarpazo.
La nación no acababa de nacer, al grado de que apenas se escuchó la voz de Melchor Ocampo, entonces gobernador de Michoacán, convocando a la guerra de guerrillas y la del históricamente ignorado padre Jarauta, que las puso en práctica y terminó fusilado por el conservador Anastacio Bustamante.
Me detengo aquí. Borré toda una parrafada siguiendo la historia, pero prefiero referirme al México que hoy nos toca vivir, atenidos a la conducción de Andrés Manuel López Obrador, en la procuración de un país identificado consigo mismo y en armonía con la comunidad internacional.
El proyecto de la 4T intenta tender un puente de identidad entre la enorme riqueza de la cultura de los pueblos originarios y la realidad de la modernidad urbana actual.
Se dice fácil, pero implica un cúmulo de reconocimientos a los agravios sufridos por los primeros. Implica la petición y el otorgamiento del perdón; significa la reparación del daño causado.
Repito, nada fácil de lograr. Sólo es posible en términos de la honestidad en la intensión. No es asunto para procesar con la simple negociación política o de un paternalismo para ayudar al marginado.
Es tema del mutuo reconocimiento en la otredad para construir identidad. Es materia de la grandeza de los Méxicos que compartimos o que competimos, privilegiando lo primero.
No confundir identidad con unidad. La unidad, además de ser imposible, es inconveniente; implicaría la aberración del pensamiento único.
Somos diversos y pensamos distinto; es preciso debatir, no para vencer al adversario, sino para enriquecer la cultura y alcanzar lo mejor. A eso llamo identidad para compartir, no para imponer; es abolir toda suerte de racismos o clasismos denigrantes.
El arte de gobernar no sólo es realizar obra pública u ofrecer seguridad. Esencialmente es civilizar, construir armonía social y paz afirmativa en la Nación como un todo viviente y orgulloso de la pertenencia a ella, sin ignorar las contradicciones sino aireándolas al escrutinio del pueblo soberano para el correcto ejercicio de su poder.
2021 ha sido un año de coincidencia de conmemoraciones patrias, oportunidades para la reflexión de lo que hemos sido y guía de lo que queremos ser.
Originalmente se planteó para superar diferencias ancestrales entre dominadores y dominados, o entre conquistadores y conquistados, en términos de ayudar a cicatrizar heridas que todavía sangran y ahogan la comprensión, por razón de su brutalidad genocida.
Es lamentable que, sea por ineficaz cabildeo o por insensata vanidad, el estado español haya despreciado la invitación.
Por su parte el mexicano, también reo de culpas por similares causas con los pueblos originarios, ha hecho lo propio pidiendo el perdón y ofreciendo reparaciones.
Así se devela y se nutre la Grandeza de México. ORGULLOSAMENTE.
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[…] a un país es construirlo. Mejor dicho, conducir y mejorar su construcción, más allá de la obra pública y los servicios de gobierno. Implica la recreación y fortalecimiento de identidad entre su población y el orgullo de […]