Por César Montes / Desde la cárcel en Guatemala*
Abuelo, padre y dos figuras inmortales de la Revolución cubana, son antecedente del destino de César, guerrillero fundador de las FAR.
Miguel Humberto Macías Alfaro era el nombre de mi padre, nacido en Comitán, Chiapas, México. Mi padre viajó como muchas personas a las famosas altas montañas Los Cuchumatanes en Guatemala, siempre cubiertas de nubes. Ahí, se condensaban para luego derramar intensas lluvias que formaban los ríos caudalosos como el Grijalva, que luego recorrían largamente el territorio chiapaneco hasta desembocar al Golfo de México.
Mi abuelo Maclovio Macías era un personaje lleno de leyendas e historias ciertas. Durante la Revolución mexicana, que no tuvo mayores participantes en ese territorio tan alejado y poco comunicado con el resto de México, cuentan que mi abuelo decidió formar parte de los famosos guerrilleros: Pancho Villa y Zapata.
Maclovio, mi abuelo, tomó su escopeta de pedernal, su cuerno de pólvora, muchos totopos, una marqueta de piloncillo, su famoso cuchillo de cacería, una vieja brújula desnivelada y se “alzó” en la tierra de los Lacandones. Mi abuelo se dirigió a las montañas para desafiar al ejército del mal gobierno. Nadie le puso atención.
El único jefe militar en Comitán era del norte de México, gordo, blanco, alto, panzón, bigotudo, baladrón, borracho, mujeriego y jugador de gallos, que no estaba dispuesto a salir más allá de las goteras del pequeño pueblo que en ese entonces era Comitán.
Pidió que nadie hiciera comentario de aquel gesto de mi abuelo Maclovio y lo tildó de loco para no salir a perseguirlo con los dos únicos soldados que lo acompañaban con mosquetones obtenidos en algún naufragio de galeón español, o quizá decomisados del carretón de alguna diligencia que se aventuró desde la lejana Puebla de Los Ángeles.
Alguien le envió al abuelo Maclovio Macías un propio que le noticiaba que ya se habían reunido Zapata y Villa en Xochimilco y entraron a caballo al Zócalo y se sentaron en la silla presidencial que decían que estaba embrujada.
Pero que con eso la Revolución había triunfado y que era innecesario armar nuevas guerrillas en un territorio inhóspito donde no había ningún interés económico para defender y pelear por él.
Enterado de esas buenas noticias, decidió volver sin honra ni gloria, discretamente. Primero acercándose a Chinkultic, luego a Margaritas hasta llegar de nuevo a su pueblo, acompañado de un guía Lacandón de pelo y vestido largo blanco níveo, elaborado por sus mujeres vestidas con las mismas ropas.
Sólo se diferenciaban entre sí por los pocos pelos de la barbilla que tímidamente sustituyen las barbas pobladas de los castellanos o por los generosos pechos de sus sorprendentemente bellas mujeres.
Hablaban una lengua que nadie entendía, que algunos dijeron era maya antiguo, otros que era lengua de extraterrestres. Venía con una guacamaya azul en su hombro del que no se bajaba ni para hacer sus necesidades.
Por eso su camisa estaba siempre cagada por la exótica y mal educada ave. Traía, además, un raro animal, que por su cola prensil algunos decían era familiar de los changos o micos como en esa zona les llaman.
Otros decían que tenía cara de leoncillo pequeño, por eso le nombraban micoleón. Pelo terso, castaño, abundante y dientes afilados. Traía consigo varias pieles de jaguar, el felino más grande del continente americano, tigre, tigrillo y de animales desconocidos y regresó como un gran explorador de tierras vírgenes en donde existían árboles que sangraban hule, que era para hacer capas, chiclets y algunos afirmaron que hasta llantas de bicicletas se podría hacer con esa resina milagrosa. Desde el día de su retorno convertido en triunfal, se cotizó como el mejor baqueano de las selvas vírgenes y un gran cazador.
Ese es el antecedente familiar de porqué el destino le tenía deparado a César llegar a ser guerrillero fundador de las FAR en 1962, el EGP en 1972 y participar en 1981 para desarrollar el Frente Guerrillero de Guazapa en El Salvador; en Nicaragua, durante 1984 en la Ayudantía del jefe de las Fuerzas Especiales, Comandante Walter Ferretti, y durante la ofensiva del año nuevo lunar o Tet en la atroz guerra de Vietnam.
Allí sobrevivió al tremendo bombardeo de los aviones súper fortalezas B-52 sobre una ciudad abierta, Hanoi, destruyendo barrios enteros, arrasados totalmente hasta sus cimientos, como si fuera un bombardeo nazi contra Stalingrado o las bombas norteamericanas en Hiroshima y Nagasaki.
Volvía de ese viaje a Cuba, cuando fue invitado por el Comandante Fidel Castro a su residencia. Por cierto, fue el único guatemalteco invitado a conocerla ya que por razones de seguridad y después de más de cien intentos de asesinarlo mantenían muchas medidas de seguridad.
Durante la reunión Fidel sacó de una caja de madera finísima de tabaco de exportación Partagás un reloj Rolex, GMT. Le dijo a César:
“Toma era del Ché. Lo dejó cuando salió de Cuba transformado para ir a Bolivia. Pensamos que lo podían identificar por qué había muchas fotos con ese reloj. En ningunas manos puede estar más seguro que en las tuyas. Póntelo”. Así lo hice. Aún lo conservo como un tesoro. Por quien me lo dio, pero aún más por a quien perteneció.
___