El pirul es un árbol que encontramos en caminos y veredas a lo largo y ancho de México. Hubo una época, ya lejana, que seguro nuestros abuelos entonaban una canción que menciona a tan preciado árbol. La letra dice, en su tercera estrofa: “… a la sombra de un pirul su querer fue todo mío una mañanita azul”. La canción interpretada Lucha Reyes, con aquella voz dolorida y rasposita, se llama “Mujer ladina”, del autor jalisciense Juan José Espinoza Guevara (1890-1974).
Así pues, el pirul puede decirse que es un árbol mexicano, pero no. Su procedencia es del sur de nuestra América. Propiamente de Perú. De hecho, los conquistadores le llegaron a llamar “Árbol del Perú”.
Con el tiempo, en tierras mexicanas, su nombre evolucionó hasta convertirse en el conocido “pirul”, mientras que en la lengua náhuatl encontró otros nombres como copalquahuitl o pelonquqhuitl.
Aunque su nombre nos hable de tierras peruanas y nos remita a nuestros antepasados mexicas, su aroma embriagador y sus propiedades curativas lo han convertido en un ícono arraigado en la cultura mexicana.
La adopción del pirul por parte de la medicina tradicional mexicana es total. Sus hojas, frutos, corteza y resina son tesoro para curanderos y sanadores, quienes han atribuido al pirul propiedades tónicas, antiespasmódicas, cicatrizantes y más.
Sus usos medicinales son grandes como sus ramificaciones, desde infusiones para combatir la retención de orina hasta cataplasmas para aliviar el reumatismo y la ciática. Las hojas y frutos del pirul no solo repelen mosquitos, sino que también alivian dolores y sanan heridas, un legado de sabiduría ancestral que perdura en las prácticas de curación de comunidades indígenas y en la medicina folclórica mexicana.
El aroma del pirul, inconfundible y embriagador, se despliega en cada rincón donde sus ramas se extienden. Es un perfume que se entrelaza con la historia y la identidad de México, recordándonos que la belleza y la sanación pueden encontrarse en los rincones más inesperados de la naturaleza.
El pirul, con su esencia impregnada en la cultura y la historia de México, sigue siendo un testamento viviente de la riqueza natural y cultural de la tierra que lo acoge. En sus ramas se entretejen historias de amor y curación, un recordatorio de que la naturaleza sigue siendo nuestra mayor fuente de inspiración y sanación.