Cambiar un régimen político, en paz y sin romper un vidrio, es tarea de titanes. Desde hace más de veinte años la posibilidad de un gobierno transformador, como siempre ha postulado Andrés Manuel López Obrador, ha sido combatido por la combinación de intereses oligárquicos nacionales y extranjeros, con especial empeño.
Sea por la campaña de medios en su contra o por fraudes abiertos o encubiertos, desafuero incluido; amenazas de quiebra del país o de intervención bélica yanqui; de todo y sin medida se ha aplicado para truncar un proyecto de nación más justo y honesto.
Fue el pueblo de México el que remontó toda esa ola de ataques y votó abrumadoramente a su favor en 2018, con el mandato de llevar a la realidad el proyecto propuesto.
López Obrador se planteó llevar la fiesta en paz.
Ofreció acabar con la corrupción y procurar la pacificación del país mediante un radical cambio de estrategia que atendiera principalmente las causas de la violencia.
De origen tendió puentes para ofrecer tranquilidad al empresariado; sin aumentos de impuestos y sin corrupción en las relaciones económicas; respaldó la culminación de las negociaciones para la firma del TEMEC y la invitación a sumarse al proyecto renovador y progresista del país.
Desde luego que mantuvo la prioridad en el lema de que, por el bien de todos, primero los pobres, subrayando que nadie puede vivir tranquilo ni emprender actividades productivas en medio de un mar de pobreza, como el que se llegó a registrar.
Pero la luna de miel se acabó antes de la boda. El proyecto del aeropuerto en el lago de Texcoco no podía ser sostenido; significaba la atadura de grandes recursos a un proyecto destinado al fracaso.
Todavía con cierta ingenuidad convocó a los especialistas e interesados a que se pronunciaran en el tema, pero intereses distintos al nacional objetaron el proyecto de cancelación y su ejecución en la Base Aérea Militar de Santa Lucía.
Ahí se soltaron las brujas que llevaron a que colegios de profesionales, incluso organismos mundiales, se doblegaran al interés corrupto de la continuación. AMLO acudió a la opinión popular, aún sin contar con la base jurídica para hacerlo valer, la que le dio el apoyo para su pretensión.
Decidió cancelar el proyecto pagando los compromisos contraídos con financiadores y constructores y se echó el trompo a la uña.
Se vino una andanada de amparos y críticas periodísticas, que afrontó con inteligencia y valentía, declaró la obra como de seguridad nacional y confió su ejecución a los ingenieros militares de la Defensa Nacional.
Venciendo todos los obstáculos hoy estamos a tres semanas para inaugurar la obra aeroportuaria con calidad máxima, tiempos y costos mínimos.
Hay un ahorro superior a 100 mil millones de pesos y tres años de construcción, la mitad de lo programado originalmente.
Pero desde entonces toda decisión u obra gubernamental ha sido materia de encarnizadas y perversas obstaculizaciones, de grupos opositores más allá de los partidos políticos decadentes, sino de una fantasmagórica “sociedad civil” en la que se emboscan sus malquerientes de siempre.
Pero además la naturaleza pareciera jugar a las contras: inundaciones en Tabasco y Chiapas, la tremenda afectación por la pandemia del Covid-19 y, ahora, el conflicto internacional que no responde a la naturaleza sino a la estupidez de la humanidad.
Todo ello funcionando como rocas en el camino del nuevo régimen transformador, el que ha tenido que enfrentarlas o brincarlas para no detener su progreso.
La economía no crece como fuese deseable pero hay estabilidad; no hay devaluación en los tres años transcurridos; las reservas internacionales crecen.
Las contribuciones se pagan; los salarios aumentan como nunca y el poder adquisitivo apuntala al mercado interno; la bolsa de valores muestra inmejorable salud con records de crecimiento; la deuda no se aumenta.
La violencia no ha podido ser erradicada pero si controlada y con tendencias a la baja en la mayor parte del país. La gobernabilidad, no obstante el afán golpista de los detractores, es plena y la democracia se practica con energía.
La gente mantiene e incrementa el respaldo al Presidente que se mueve a sus anchas y sin detenerse ante los inconvenientes. Tengo la impresión de que, en lo interno, el temporal da señales de amainar.
Empresarios de peso completo y llaman a respetar a un gobierno electo legal y legítimamente electo. La tan combatida reforma constitucional en materia eléctrica da visos de que sumará los votos necesarios para su aprobación.
Las grandes obras apuntan a su oportuna culminación en 2023. Todo esto ha generado empleos y trabajo a la industria manufacturera doméstica y, en buena medida, bienestar social.
Aceptando la inexistencia del “hubiera” los invito a preguntarnos: dónde estaríamos si todas estas calamidades se hubiesen registrado en los anteriores gobiernos. ¿Tendríamos pensiones para adultos mayores y para discapacitados, o becas para estudiantes o la reforestación más importante del mundo?
¿Habría obra pública sin precedentes como la hay en aeropuertos, ferrocarriles, refinerías, agua y riego, entre otras muchas? ¿Habríamos terminado con la pandemia con mejores resultados y sin endeudamiento? Yo estoy cierto de que la respuesta es NO.
Entre todos los avatares México avanza por el rumbo correcto y lo hace como ganador. Que la incomprensible guerra en Ucrania la analicen y comenten los que saben. Yo no.
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M21