Las declaraciones del insigne miembro del Partido Acción Nacional, Ricardo Anaya, van de la torpeza al ridículo extremo. Se declara perseguido y como solución anuncia su fuga.
Intenta victimizarse pero se le olvida que hay cosas que no se pueden ocultar, entre ellas, el dinero y la corrupción.
Vaya, con tanta patada de ahogado lo que está haciendo es atarse cada vez más la soga al cuello. ¿Y si mejor diera la cara? como lo ha propuesto el Presidente López Obrador… pero no, eso es mucho pedir, porque Ricardo Anaya es el vivo ejemplo de los conservadores cuya verdadera doctrina es ser hipócritas.
Aunque en realidad Ricardo Anaya sí está dando la cara, la de un falsario que ni remotamente asume que ha cometido errores y hasta delitos. La de cobarde, pues le resulta más cómodo lanzar una campaña para “desprestigiar” al Presidente López Obrador achacando culpas, bajo la conocida regla de “el león cree que todos son de su condición”.
Pero hay niveles, dicen unos. “No somos iguales”, responderá el Presidente, quien hoy le mandó decir, como suele hacerlo, claro y sin tapujos que ni está preocupado por el relevo presidencial y mucho menos tiene que ver son sus enjuagues y corruptelas.
“Yo no te mandé que hicieras esas cosas”, le espetó hoy desde el podium del Palacio Nacional el Presidente al panista imputado.
Para refrescarle la memoria, dijo que “el asunto de Ricardo Anaya tiene que ver con una denuncia que presentó el que era director de Pemex, Lozoya. Ese señor presentó una denuncia diciendo que él entregaba dinero a legisladores y a dirigentes de partidos para que se aprobara la reforma energética, ese es el fondo”.
¿Y qué se ganó con la reforma energética?, preguntó el Presidente: nada, al contrario, se perdió, porque a partir de esa reforma aumentaron los precios de las gasolinas, del gas, de la luz, y se entregaron concesiones para que algunas empresas hicieran jugosos negocios en Pemex y en la Comisión Federal de Electricidad, en detrimento de los ciudadanos.
Y por sí Anaya, (pillín, canallín, cobardín) necesitara mayor claridad al proceso que ahora enfrenta, el Primer Mandatario hizo hincapié en que pese a su juventud, a lo mejor tiene los cabales para hacer recuento de sus actos y asumir responsabilidades.
“Anaya, víctima, acusándome a mí. Está como para decirle: ¿Y yo por qué? Yo no te mandé a que hicieras esas cosas. ¿No te diste cuenta?, ¿pensabas que no iba a suceder nada?”.
Y es que en el fondo del corazón del prófugo confeso está aquella comodidad que les brindaba la impunidad. Aquel sistema de corrupción que alimentaron con tanta dedicación y que pensaron que nunca se acabaría
Pero fallaron, así que ahora, a lo hecho, pecho, porque hasta hacen el ridículo, dice el Presidente, porque antes tenían protección, había la impunidad, pero “ya no hay impunidad de parte del gobierno o de las autoridades del más alto nivel, pero tampoco hay, no ha habido protección ni impunidad del pueblo, de la sociedad”.
“Habían estado insistiendo en que se aceptara al corrupto y se le festinara, se le celebrara, se le pusiera de ejemplo. Pues eso ya se terminó”. Así o más claro.
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M21