El Presidente López Obrador provoca la polarización y rompe la unidad nacional, aducen muchos de los que lo adversan. Tienen toda la razón.
El Presidente asumió desde siempre un lema disruptor: “Por el bien de todos, primero los pobres” y así ha sido votado por más de treinta millones de votos y valorado afirmativamente, a cuatro años de gobierno, por casi el setenta por ciento de la población.
La polarización existe, sólo que un polo pesa 30 y el otro 70, este a favor del régimen de la 4T. En tal caso la unidad implicaría que los menos se sumaran a los más; la polarización se acabaría si los voceros de los menos aceptaran la realidad de los más.
A lo mejor estaríamos más tranquilos por un tiempo, luego tendríamos que pagar los costos del totalitarismo y de la falta de democracia. No queremos eso para México. Tenemos una firme vocación por la libertad.
Voces muy calificadas, como la de Cuauhtémoc Cárdenas y Rolando Cordera, postulan la celebración de pactos entre las fuerzas disímbolas para sumarse a la reconstrucción del país, incluyendo a los que lo destruyeron.
La historia y la realidad actual muestran de manera palmaria que eso no es posible, sería como pedirle a éstos últimos que abandonaran sus intereses, ofrecieran disculpas y respondieran por los daños causados.
Otras voces, menos calificadas desde luego, simplemente exigen que el Presidente abandone el discurso que señala a los causantes de la destrucción del país; que cancele su conferencia matutina o, por lo menos, que no la utilice para exhibirlos.
Entonces, de ser así, en qué contexto se explicarían las políticas del actual régimen o cómo se desmentiría la falsaria campaña de infundios y calumnias. Quieren un gobierno para todos, pensando que ellos son todo. No, eso no es democrático ni justo.
Definitivamente, la unidad no es un objetivo a buscar. No es posible abrazar al corrupto ni alabar al mentiroso; no se puede aplaudir a quienes regalaron a la patria al extranjero, aquellos que estudiaron en sus universidades las bondades de su estilo de vida y las quieren imponer aquí, siempre sirviendo a sus intereses y nunca a los nuestros. ¿Unirnos con ellos para cumplir sus designios?
De ninguna manera; prefiero errar inventando mi camino que seguir errando por copiar al de ellos.
Pero además, van cuatro años de comprobación del error extranjerizante y de lo atinado del diseño propio. Uno de los mayores aciertos es haber renunciado al financiamiento externo y, por tanto, a la tutela del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, así como a sus dictados contrarios al pueblo de México.
En las peores condiciones concebibles, con una devastadora pandemia y con el desajuste mundial provocado por la guerra, el “pueblerino” modelito mexicano ha salido avante para sorpresa de propios y extraños (lamentablemente, más para los extraños).
La economía mexicana crece y la sociedad avanza, mientras el mundo o buena parte de él, languidece y enfrenta conflictos de real polarización, carentes de gobernabilidad y, lamentablemente, abriendo las puertas al fascismo criminal.
De eso se trata la marcha del próximo domingo.
Que nadie se confunda. Ahí marcharemos como pueblo, sin discriminación alguna, sin clasismos excluyentes ni odios asesinos. Allá nos vemos.
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