Por Gerardo Fernández Casanova / [email protected]
Permítaseme iniciar con un breve anecdotario. Tengo la fortuna de recibir un número importante de comentarios a mis artículos, algunos favorables y otros en contra, ambos son bienvenidos y son parte del debate a desarrollar; pero uno que se emitió en apoyo de una crítica, osó calificar al Presidente de “inepto” y, debo confesarlo me causó gran molestia.
Acepto que se puedan endilgar descalificaciones de diversa índole al Presidente, las responden a puntos de vista contrarios y propiciatorios al desencuentro, pero llamarle inepto me pareció inaceptable y sin sustento de ninguna clase. Con su pan se lo coma.
Otra anécdota se refiere al hecho de que la noche del martes un colaborador, quien operaba un taxi de mi propiedad, con pena me lo entregó argumentando que se regresaba a su pueblo para cultivar su parcela ahora que hay precio para su maíz.
Independientemente de causarme un problema para encontrar otro operador de confianza, me produjo una enorme alegría su decisión de hacer producir su tierra abandonada. Enhorabuena.
La tercera es que, derivado de la anterior, el día de ayer me salí a la calle a operar el taxi abandonado; algunas veces lo hago con gusto: es una actividad digna, se presta servicio al que lo necesita y se conversa con mucha gente.
No sé si tuve suerte personal o si ya la normalidad llegó, pero casi no batallé para ser solicitado.
Obviamente mi conversación con la clientela lleva tendencia política lopezobradorista encontrando respuestas aleccionadoramente favorables, cada cual desde ángulos distintos, lo que me nutre para mi labor de articulista, cosa que no confieso a mis interlocutores.
Lamento haber encontrado un nuevo operador joven y entusiasta que estudia la preparatoria abierta; lo lamento porque me gustó la especialidad de taxista escritor. Lástima que sea tan cansado para mis años.
Pero, en efecto, esa ilustración da sentido al título de este artículo. Enfrentamos, aquí y en China, el mundo entero pues, un desastroso fenómeno inflacionario de muy perniciosas consecuencias, principalmente para quienes menos tienen.
Pareciera un designio maldito que, cuando logramos un régimen renovador de la expectativa popular, se atraviesen pandemias y crisis devastadoras.
No basta la satisfacción de imaginar que con los regímenes neoliberales nos iría mucho peor: lo importante es lo que se hace hoy y se hace mucho.
En la mañanera de este miércoles se patentizó el esfuerzo de gobierno, empresarios y organizaciones sociales para contribuir al combate a la inflación.
El estado sosteniendo su compromiso de no aumentar el precio de los energéticos, cumplido a cabalidad en tres años de gobierno.
Los empresarios comprometidos a congelar los precios de la canasta básica de satisfactores alimenticios. Una mancuerna demoledora de una oposición negacionista.
Pero lo realmente importante es la convocatoria a la producción. No hacen falta muchas maromas economicistas: si no hay oferta de satisfactores se produce inflación, sea externa o interna.
Cuando el chofer me dijo de dejar el auto para ir a sembrar, lo ubiqué como un economista natural, carente de títulos y de estudios, pero pleno de sabiduría: “porque hay precio” me dijo, y tiene toda la razón.
Me corroboró, además, la desgracia de haber padecido un régimen nefasto que optó por despreciar lo producido en México, por ser más barato importarlo.
Hoy la historia nos coloca en la realidad.
La autosuficiencia es condición indispensable para la procuración del bienestar. La soberanía no es un recurso retórico, sino el soporte de nuestra decisión de ser felices.
Bienvenida la convocatoria a producir. Es nuestra receta exclusiva. Vamos adelante sin ver qué dirán.
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