Por Gerardo Fernández Casanova / [email protected]
El barón de Montesquieu –uno de los campeones de la Ilustración- concibió un estado ideal en que se definían tres poderes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial, mediante los cuales se establecía un equilibrio capaz de evitar la tiranía.
Es importante ubicar tal pensamiento en la medianía del siglo XVIII, en la Francia de Luis XV y antes de la Declaración de los Derechos del Hombre y la Revolución francesa.
El diseño de división de poderes tuvo su mayor influencia en la constitución de los Estados Unidos, con excepción de sus palabras iniciales: “We the people”, aunque tampoco en ella se considerara al pueblo como ciudadanía.
En realidad sólo hasta la Declaración de los Derechos del Hombre se definió que la soberanía radica y dimana del pueblo, lo más alejado al concepto de la monarquía que en Francia perduró por un siglo más.
Montesquieu jamás concibió al pueblo soberano capaz de dictar su propio destino.
Lo anterior viene a cuento por la trasnochada idea de que el poder legislativo sea dominado por la oposición para hacer contrapeso y frenar al poder ejecutivo, ignorando que quien otorga el poder, sea el Ejecutivo o el Legislativo, es el pueblo al elegir en las urnas. Nadie más.
Por una falla de diseño el Poder Judicial no surge de la soberanía popular, lo que habrá de ser corregido en una reforma idónea.
Refiramos la capacidad popular para ejercer la soberanía nacional, que es el verdadero baluarte de la democracia.
Empleo el término baluarte en el sentido militar de la palabra: un sitio estratégico para la defensa de una fortaleza o una población susceptible de asedio enemigo.
La política practicada en las últimas décadas ha puesto su mayor energía en dominar el poder del pueblo, sea a base de dádivas engañosas, discursos demagógicos o, en último término, de fraudes electorales.
Fue así como se instauraron los poderes anti populares del neoliberalismo: el pueblo votó o aceptó la toma del poder por sus enemigos.
La propaganda y la mercadotecnia política se esmeraron en tecnologías propicias al engaño y fueron exitosas por algún tiempo.
Baste con observar lo sucedido en México en 2018, o lo que hoy sucede en Chile y en Colombia.
Llega un momento en que el pueblo consuetudinariamente engañado se rebela y dice ¡Basta!
Surge así la lucha por recuperar la soberanía perdida mediante la movilización multitudinaria y la correspondiente represión, hasta que el hilo se rompe sea en las urnas o sea en las calles (ya las montañas no ofrecen alternativa viable ante el poderío militar y de inteligencia operado por las tiranías).
Lo importante para la democracia es que el pueblo quede satisfecho con la decisión soberana adoptada.
Este es el palenque en que la oposición hace su mayor esfuerzo en desprestigiar al gobierno surgido del pueblo y de la correspondiente respuesta gubernamental en un terreno minado y extremadamente resbaladizo.
Especialmente cuando la oposición cuenta con todo un gran arsenal de recursos de todo tipo para desbarrancar al régimen popular.
Comenzando por el casi total dominio de los medios y siguiendo por su capacidad de desestabilización económica, no sin ignorar la intervención externa protectora de los intereses del gran capital.
La elección del próximo 6 de junio se registra en medio de este combate.
Por un lado el poder de quienes quisieran retornar al viejo régimen de privilegios y corrupción, y por el otro el nuevo régimen popular que requiere el refrendo de la decisión multitudinaria que lo llevó al gobierno en 2018.
Por cierto, ahora en condiciones de desigualdad inconcebibles, con el árbitro electoral plenamente cargado en otorgar a la oposición todas las libertades y en maniatar al partido del gobierno al extremo de cancelar candidaturas claramente ganadoras, por sólo mencionar un extremo.
Vamos a ganar
El objetivo fundamental de la oposición es el dominio de la Cámara de Diputados, para frenar de tajo al gobierno surgido del pueblo a través del control del presupuesto público.
Si logran su objetivo echarán por la borda el proyecto alternativo de nación para regresar al ya universalmente repudiado neoliberalismo.
Argentina y Brasil dan cuenta de esa pésima y criminal experiencia.
Toca al pueblo -tú y yo, nosotros en él- conferir a esta elección el carácter de confirmación de la decisión expresada en 2018, incluso mayor ante la clara demostración de que elegimos a un buen gobierno, que ha sido eficaz ante la crisis de la pandemia y su correlato económico.
Pero que además supo sostener los proyectos que darán viabilidad a un progreso con justicia social, sin demérito de la libertad de que se goza en grado superlativo.
No es hora de caer en garlitos publicitarios y desinformadores.
Es la ocasión para garantizar la decisión del pueblo de ejercer a cabalidad su condición de soberano. ¡Voto masivo a Morena!