Por Luis Manuel Arce Isaac.Prensa Latina, Corresponsal jefe en México
Metodológicamente se habla de Derecha e Izquierda como antípodas sin matizar mucho, pero entre una y otra la gama es muy amplia. Y en el caso de México, al fundarse Morena, abarcó todo ese espacio al formarse con desplazados de los partidos de ambos extremos.
Estos son Acción Nacional (PAN), Revolucionario Institucional (PRI) y Revolucionario Democrático (PRD), además de fuerzas propias no contaminadas con la partidocracia.
Las instituciones creadas, sobre todo con Lázaro Cárdenas, fueron el cauce por el que transcurrió la vida política de este país. Como lo ilustra una tesis medular de José Revueltas para entender ese fenómeno: la historia de México es la de un “proletariado sin cabeza”. Así era el panorama al surgir el Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
Pero no debe perderse de vista en el análisis que a pesar de la real existencia centrista variopinta, en el tema que define si se es o no de izquierda no hay medias tintas. O estás con el pueblo o con los potentados, como expresara recientemente el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
A la avalancha de militantes que Morena captó en tiempo récord se le identificó con el concepto del jurista alemán Otto Kircheimer de “partido catch all”. Llamado indistintamente atrapalotodo o metapartido, multicomprensivo e incluso partido escoba.
Ello, por su objetivo de atraer votantes de diversos puntos de vista. En contraposición con otros de ideología determinada y en busca de electores para su tendencia específica.
No es una estrategia criticable. Pues logró aglutinar a millones de mexicanos de un amplio abanico ideológico. Y convertirse en poco tiempo en el partido político con mayor caudal de votos en la historia reciente de México.
Eso fue posible gracias a un líder carismático e integrador. Tan efectivo como lo fue Juan Domingo Perón en Argentina y su Partido Justicialista, en los inicios un movimiento de masas muy heterogéneo.
Como explica el escritor y politólogo italiano Angelo Panebianco en Modelos de Partido. Estos “no sólo se distinguen por el tipo de líderes, sino también por el grado de consolidación de sus rutinas organizativas”.
Si depende de la existencia de un líder carismático, dice, entonces el efecto es baja institucionalidad. Y por el contrario, si las reglas son fuertes y claras, la tendencia será hacia un aumento de la fuerza organizativa y estatutaria.
Aunque esa última tendencia organizativa y estatutaria, aun con un Consejo Nacional y un Consejo Ejecutivo. Y con una independencia clara en sus cargos del presidente y de la secretaría general, no logra que Morena se desprenda de su líder carismático.
AMLO es quien traza el rumbo. Aun cuando éste casi ha dejado de militar en el partido por su condición de presidente de la República y lo abandonará cuando concluya.
En tal sentido, lo distintivo de este gobierno reside en que López Obrador siempre ha estado por encima del sistema, de las estructuras partidistas. Incluido su propio partido, con un discurso en el que habla directamente con el pueblo. Con dos temas recurrentes: la lucha contra la corrupción y la defensa de la soberanía nacional.
Cuando López Obrador indica que se jubila. En pleno reconocimiento de su exitosa gestión política, social y económica, argumentando que “no hay que tenerle mucho apego ni al dinero ni al poder. Y no hay que sentirse insustituible ni caer en el necesariato, ni actuar como cacique”, no niega el papel del hombre en la historia.
Por el contrario, instruye que el dirigente nunca, por muy brillante que sea, puede estar por encima del pueblo. Consideran aquí analistas consultados por Prensa Latina.
México está en un momento de cambios de la vida social y política. Impulsados por la IV Transformación, en conjunción con el giro de época que vive el mundo.
Aquí lo nuevo se construye sobre la misma estructura de un siglo atrás. Y López Obrador hace énfasis en lo que denomina una revolución de las conciencias, capaz de organizar, dirigir y permitir ese cambio de mentalidad, más allá del personalizado por el líder y su obra social.
Es muy importante la creación de Comités de Defensa de la IV Transformación que mantienen la dinámica de masas, sin revelar muchos datos de una estructura local, regional o nacional, construida casi en sordina, afirman especialistas del partido en el Gobierno.
Tal panorama indica que México está en un momento histórico, como lo proclama López Obrador, pero lo fundamental en sus dimensiones de tiempo y espacio sigue siendo el papel del individuo en la historia.
Ese es un riesgo adicional para Morena como partido por ser un organismo todavía en período de formación y en permanente evolución. La base, el pueblo, le pide continuidad, pero AMLO responde que no seguirá al frente del partido y dejará la vida política. Es su voluntad, pero sólo el decursar del tiempo lo confirmará.
La oposición está feliz porque se vería liberada de la persona sin la cual los procesos sociales actuales de México podrían correr el riesgo de no llegar a su destino. López Obrador confía en que cualquiera de los cuatro precandidatos de Morena que gane la presidencia, será continuador de la IV Transformación.
El anhelo de AMLO es que la unidad no se desarticule para que la obra de la transformación no se descuadre.
Sin embargo, el hilo ideológico que la teje es muy fino, y quizás ello explique que López Obrador y Morena eludan una etiqueta típica de derecha o izquierda, que ponga en pleito las tendencias internas del movimiento, muy bien llevadas e identificadas con la IV Transformación.
He ahí lo interesante. La IV Transformación impulsa el cambio de la vida política y social del país, pero ella misma limita sus fronteras para que no desborde el imaginario nacionalista construido a partir de Lázaro Cárdenas, suficientemente amplio como para desplazar a la izquierda tradicional de su rol de vanguardia política.
Es el arte de llegar a los bordes y no traspasarlos. Crear expectativas, pero respetando los umbrales de una realidad sui géneris, estiman expertos.
Ubicarse más allá de la dicotomía izquierda o derecha es lo más preocupante para la oligarquía y partidos conservadores pues todo parece indicar que cuando dan los hachazos al árbol obradorista, se quedan en la corteza y no llegan al corazón.
Su revolución pacífica -contenido real de su programa- está protegida por esa corteza de la heterogeneidad envuelta en su frase de “gobierno para todos, pero primero los pobres”.
La derecha lo ataca por todos los flancos, al aprovechar una tendencia conservadora universal que también se manifiesta en importantes sectores de la población mexicana, lo cual López Obrador no niega e incluso la cuantifica en 30 millones de ciudadanos.
Tales ataques resultan circunstanciales, se arman en el camino, no son profundos, operan en la superficie y facilitan el contraataque de AMLO, quien sí va al fondo y desnuda las intenciones de la oligarquía de reinstaurar su plataforma de gobierno ya obsoleta.
No son capaces de interpretar que AMLO, sin abandonar principios de izquierda, se mueve menos por resortes ideológicos que por dinámicas de un pragmatismo difícil, pero también de gran altura, en su transformación progresista para ejecutarla en el terreno político, económico y social, sin replantearse el cambio en las reglas de juego del sistema.
Su definición de Humanismo Mexicano es justo el término que maduró por mucho tiempo y saca a la luz más de cuatro años después de gobernanza.
Más allá de un concepto neutro, es una parábola cristiana que va a la sustancia de las ideas maestras sociales y políticas de AMLO, para situarlo absolutamente fuera de la derecha, pero al mismo tiempo sin ningún tipo de compromiso estructural con la izquierda, aunque conviva con ambas en determinados niveles y aspectos.
Prensa Latina/arb/to/lma