Desde el inicio del sexenio, la oposición se ha encargado de viviseccionar todos y cada una de los movimientos del presidente López Obrador y, en menor medida, de los funcionarios de primera línea. Algunos, como López Gatell, padecieron de primera mano los embates de la estructura derechista para desprestigiar su autoridad y vilipendiar su persona.
Ha sido una fórmula que han ejecutado con tesón, sin duda. Algunas veces, con mayor éxito que otras, pero en términos generales, así como los funcionarios sufren un desgaste natural, las estrategias de la derecha también se han ido deteriorando drásticamente.
Eso de oponerse a todo y por todo, argumentando razones cuasi apocalípticas, donde todo está a punto de desmoronarse debido a las malas gestiones del gobierno, ya no se los compra casi nadie. Desde “El peligro para México”, los mexicanos hemos aprendido mucho sobre manipulación.
Es verdad que todavía hay gente que los sintoniza y atiende sus informaciones, los sigue en RRSS y se suma a las campañas de forma voluntaria. Sostengo que es voluntario porque a estas alturas todos estamos conscientes del poder de un reenvío y un “me gusta”. Y está bien, ese sector de la población realmente cree en lo que le están diciendo esas voces o es lo que quieren escuchar.
Cuando esos mismos dicen que el clima de polaridad que está sufriendo el país es insostenible, se refieren más a una percepción que a una realidad. Puede significar que sus receptores habituales no comparten su visión, dudan de la información que poseen o su percepción o experiencia es completamente distinta. Lo mismo pasa con sus campañas de desinformación, algunas son tan elementales y absurdas —la torre chueca del AIFA, el artificial escándalo de la casa en Houston, por ejemplo— que no solamente no son verosímiles, sino que generan rechazo, porque en su burda confección se subestima al receptor. Y por regla general, a nadie le gusta que lo traten como estúpido.
Conozco mucha gente que con la llegada de la 4T ha visto mermados sus ingresos, ya sea porque dejaron de ganar concursos millonarios de manera casi milagrosa o porque ya no les otorgan “becas” que les permitían andar con la nariz respingada durante muchos años; también hay quienes se vieron honestamente afectados por el cambio de políticas y reglamentos, o por los nuevos lineamientos anticorrupción. Digamos que, en términos llanos, es fácil comprender el origen de su antagonismo. Hay otros que además del dinero, se han visto cubiertos por la deshonra y el descrédito, debido a que han quedado al descubierto las costuras de sus apostolados, pregonados con petulancia aprendida en alguna universidad extranjera.
La prensa, hay mucho qué decir sobre la prensa y su ética, pero será tema de otra columna. Sin embargo, es parte fundamental del entramado de desinformación y golpeteo con el que las élites pretenden descarrilar a la 4T, aunque ha cobrado varias víctimas entre sus filas, son varios los encumbrados “periodistas” que han perdido la credibilidad y la confianza de la audiencia. Porque pareciera que después de los montajes de Loret, todos aprendieron la lección, no obstante, el odio que les provoca la pérdida de prerrogativas les ha pasado factura.
La clase política está en fase de sobrevivencia. Sus alianzas antinaturales, la mística traicionada, las manchas de los diversos escándalos de corrupción, la falta de liderazgo y, sobre todo, la falta de propuestas, los tiene al borde la extinción. Por eso sus argumentos son sentencias abstractas, llenas de retórica sobre la destrucción.
No, no hay clima de polarización. Alrededor del 70 por ciento de los mexicanos estamos de acuerdo con las políticas de la 4T que encabeza López Obrador. Y es muy probable que la próxima presidencia sea para Morena, al igual que la mayoría en las cámaras. El resto, la oposición, ese otro 30 por ciento, es muy ruidosa.
La explicación podría ser muy sencilla: la mayoría de los mexicanos —ese 70 por ciento que apoya a la 4T—ha renunciado a ser parte de las diatribas groseras, falsas y apocalípticas que esgrime la oposición. Ya no quiere convencer a nadie, perdió el interés en mostrarles las bondades de nada. Esa mayoría ya es consciente de su fuerza y de sus capacidades y ya no le interesa dialogar con quien no muestra apertura ni disposición, porque no han comprendido que las circunstancias han cambiado, que México es otros y los mexicanos, también.
Es por eso que recurren a la abstracción: “están arrasando con todo”, “Destruyen lo que nos llevó siglos construir”, “El INE no se toca”. Pero muchos mexicanos ya son conscientes que ese efectismo tremendista describe únicamente la destrucción de su mundo de prebendas y privilegios y no al México de todos.
Es por eso que su visión es apocalíptica.