La primera vez que escuché que EEUU certificaba entre buenos y malos a los países que hacían o no lo suficiente en el combate contra las drogas, yo era una adolescente apolítica y rebelde, con un copete ochentero que hoy podría ruborizarme. En ese entonces no era tan sencillo recabar información para contrastarla y sacar conclusiones propias, sin embargo, me las ingenié gracias a varias bibliotecas y aún entonces me pareció un enorme acto de hipocresía que el mayor consumidor de drogas del mundo calificara entre buenos y malos a quienes abastecían a sus propios yonquis.
Pero esa era la lógica que regía el mundo por entonces y los países hacían todo lo conducente para conseguir la “certificación” o, de lo contrario, corrían el riesgo de ser atacados por la potencia belicista más iracunda del planeta.
Esa era la política antidrogas que imponía el mayor consumidor de estupefacientes. Y todos bailaban a ese son, aunque les ponían nombres bombásticos como “Plan Colombia” o “Iniciativa Mérida”, lo suficientemente abstractos como para encubrir que las agencias norteamericanas empezarían a operar sin control en los “territorios descertificados”, impondrían condiciones y control en las fuerzas públicas del orden, dictarían las prioridades de los operativos y señalarían los objetivos cuyo destino intermedio sería la extradición y, el final, alguna cárcel de máxima seguridad en uno de los largos desiertos gringos; todo esto encubierto bajo el manto ejecutivo de palabras como “cooperación”, “ayuda”, “capacitación” y el olor de muchos millones de billetes verdes que invariablemente terminaron por convencer a los congresos respectivos, que aceptaron tales intromisiones.
Pero vamos por partes, mientras el “Plan Colombia” se ejecutaba con violencia extranjera, causando miles de muertes y el resquebrajamiento de la sociedad colombiana, en Miami los “Cocaine Cowboys” inundaban de drogas todo Norteamérica y sus propios capos eran entrevistados para la televisión nacional en calidad de deportistas de alto rendimiento.
Simultáneamente, como consecuencia de la infame operación Irak-Contra —otro emblemático caso de corrupción norteamericano—, en California empieza a correr como agua de arroyo el crack. Desde Miami se proveía a los yuppies y de California a las clases trabajadoras.
Sin embargo, por ese mismo espacio de tiempo, con un perfil más bajo, el laboratorio Purdue Pharma sobornaba y extorsionaba a todo aquel que atentaba contra su lucrativo negocio de venta de un fármaco de la familia de los opioides, que podríamos describir básicamente como píldoras de heroína sintética, llamado Oxy Contin.
El Oxy Contin se vendía masivamente como un medicamento seguro y eficaz contra el dolor; mediante agresivas campañas mediáticas aseguraban que sólo el 1% de los pacientes desarrollaba adicción, debido a la revolucionaria “liberación prolongada” que Purdue Pharma había patentado. Entonces, a través de una agencia de publicidad perteneciente al mismo grupo empresarial, sin muchos problemas, debido a que son muy creativos, fundaron la epidemia del dolor.
A la fecha han sido comprobados los sobornos y/o actos coercitivos realizados contra miembros del Senado, la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos), la DEA (Administración para el Control de Drogas) médicos y un sinfín de funcionarios intermedios que descubrieron la epidemia en gestación y trataron de impedirla. Para quienes no pudieron ser sobornados ni presionados, fueron defenestrados públicamente, hasta que finalmente perdieron su trabajo, la credibilidad o ambos.
El trato con las diferentes fiscalías estatales que intentaron llevarlos a juicio fue aún más sencillo, pues mediante agresivas estrategias legales les presionaban para llegar a acuerdos que se reducían a pagar ridículas multas, por cargos lo más nimio posibles, que por supuesto no empañaran sus buenos nombres inscritos en placas doradas que daban nombre a edificios en famosas universidades o salones en museos de prestigio internacional.
De esta manera Purdue Pharma creó, cultivó y atendió una creciente demanda a los opiáceos de liberación prolongada, por todo Estados Unidos.
Y cuando los “Cowboys” de Miami fueron eliminados y esa red desmantelada, empezaron a aparecer como hongos “centros contra el dolor”, que eran atendidos por médicos que ya habían perdido el miedo a recetar opiáceos y habían ganado amor por el dinero fácil.
Así, al Oxi Contin se le conocía como “La heroína rural” y todos felices, porque todo aquello era legal, ya que se obtenía mediante receta emitida por un especialista de la salud. Y si alguien tenía dudas, faltaba mirar los anuncios publicitarios protagonizados por “El alcalde del Pueblo”, el famoso Rudy Giuliani, en su calidad de director de Relaciones Públicas del laboratorio, quien, sin empacho, decía algo más o menos así: si quieres tener una vida de calidad, consume Oxy. Nada podía haber de ilegal o inmoral si lo decía Rudy, ¿o no?
Para cuando la insaciable demanda de narcóticos adictivos se salió de control, los consumidores habían migrado a una opción más económica: la heroína callejera, debido a que, en el mercado negro, una pastilla de Oxy de 80mg no se conseguía por menos de 40 dólares.
A la par, las muertes por sobredosis conmocionaban a la sociedad norteamericana, que no atinaba a explicarse qué estaba sucediendo en los bien podados jardines del mejor país del mundo. Porque escapaba a su entendimiento que las instituciones y los funcionarios que debían protegerlos, habían sido corrompidos por el poder del capitalismo salvaje, que a todos parecía agradarles tanto y que, incluso, defendían con fervor.
Cuando en México arrancaba con pomposa severidad la “Iniciativa Mérida”, Purdue Pharma había amasado una fortuna de más de 9 mil millones de dólares, había pagado multas por aproximadamente 700 millones sólo por la venta de Oxy Contin.
También se extinguió el plazo de la patente de la heroína sintética de liberación prolongada, por lo que el mercado se inundó de más nombres y presentaciones de la misma droga o de algunas variaciones diseñadas en algún otro laboratorio, que ya tenían un camino previamente legalizado. Piece of cake, bro.
Pero para el momento en que en México se asesinaban a 48 civiles diariamente y se violentaban flagrantemente los derechos humanos, también se marcaba con sangre el fin de la primera etapa de la “Iniciativa Mérida”, en EEUU, reventaba la burbuja inmobiliaria que provocó la crisis bursátil que afectó a todo el planeta y dejó sin posibilidades de pagar sus hipotecas al 37% de los norteamericanos.
En esa coyuntura, otro laboratorio, llamado Insys, sacó a la venta una chupa pop de fentanilo. No, no es broma. Y sí, por supuesto era un fármaco destinado a gestionar el dolor en pacientes de cáncer en etapa terminal, pero sus directivos conocían de primera mano la “exitosa” historia del pionero Purdue, así que tomaron el manual y lo ejecutaron a la perfección, añadiendo algunos datos por demás pintorescos, como la adición de una estríper a un cargo directivo de ventas regionales, bajo el entendimiento que dicha señorita, durante su carrera de bailarina había desarrollado dotes casi sobrenaturales para descifrar a los clientes, por lo tanto poseía la mejor psicología aplicada en el terreno de la vendimia, lo cual demostró ampliamente al encumbrar a su equipo de vendedoras de chupa pops mortales a los primeros lugares de ventas.
Así, otra voraz empresa capitalistas anduvo por el inescrupuloso camino fundado por Purdue, usó la misma estrategia y entendió que todo en Norteamérica estaba a la venta y que no existía la ética si de hacer dinero se trata. Insys también amasó una enorme fortuna y tampoco sintió ni un poco de vergüenza.
Aunque su fiesta duró un poco menos, por supuesto, porque las autoridades también eran más experimentadas y las imágenes de sobredosis a lo largo y ancho del país, eran capaces de impresionar a cualquiera.
Y luego, aparecen los videos de zombis en Kesington, Filadelfia. Y luego, Purdue Pharma se declara en bancarrota y culpable de vender opiáceos con engaños. Y luego, vemos a gente sin hogar, viviendo hacinados en sus autos o en las banquetas, en casas de campaña. Y luego, un senador republicano intenta culpar a México de la epidemia del fentanilo en Estados Unidos, justo después de que el gobierno del presidente López Obrador pusiera fin a la fallida “Iniciativa Mérida”.
A pesar del tiempo transcurrido, del altísimo costo que hemos tenido que pagar todos, particularmente colombianos y mexicanos, las circunstancias son otras y nos han cambiado como seres, como sociedad. Ya diferencia de hace 40 años, ya no estamos dispuestos a tolerar ese enorme acto de hipocresía y el cinismo gringo que apunta con el dedo a otros, para no hacerse cargo de sus asuntos. También nos adiestraron para desconfiar de los políticos artificiosos. Esto es serio y casi todos sabemos que mienten y manipulan. Basta ya de golpes de efecto, de verdades a medias, de daños colaterales, de muerte.
Háganse cargo de sus asuntos, gringos.