Esta semana ver, escuchar y leer noticias fue un acto tortuoso. Particularmente tras la reunión en el zócalo, la oposición en México hizo gala de una hipocresía y un cinismo que, un día sí y otro también, me puso de muy mal humor.
Comprendo perfectamente que ante las derrotas electorales que han sufrido y las que se perciben en su futuro próximo, sus estrategias son desesperadas y consistan en mentir, inventar, denunciar y reírse en la cara de la sociedad. A pesar de comprenderlo, cada vez me molesta más.
A ellos les dan lo mismo las demandas del pueblo. Cuando la mayoría de los mexicanos votamos por acabar con la burocracia dorada, los servidores públicos del INE anteponen sus excesos, sus caprichos. Para ello recurren a argumentos leguleyos y retuercen la ley cada vez que quieren, manipulando las circunstancias.
Pero cuando se trata de callar a sus oponentes, llevan a cabo una ampulosa aplicación de los reglamentos. Lo que deriva en “acuerdos” tan ridículos como prohibir los Amlitos y Delfinitas de peluche.
Cuando los periodistas que antes fueron líderes de opinión se dicen “perseguidos” por el presidente, lo que en realidad quieren decir es que no están de acuerdo en que nadie los contradiga ni ponga en duda sus dichos. Acostumbrados a imponer su agenda y a editorializar el chayote, primero los dominó el desconcierto y luego, la exasperación, hasta convertirse en una ira descomunal. De tal modo que, poseídos por su cólera, sin quererlo, han revelado que creen que el derecho de libre expresión, de libre prensa y de réplica son únicamente para ser usados y explotados por ellos. Para ese grupo antagonista, ni tú ni yo, menos AMLO somos merecedores de esos derechos.
Por eso reaccionan con tal virulencia cuando los confrontan, no soportan el disenso y peor aún, el descrédito. Porque la falta de credibilidad para un periodista es similar al estado comatoso. Ahí están Loret de Mola y de Mauleón, sin disculparse por sus mentiras, sin aceptar sus errores, hoy en día nadie confía en su información.
A nadie le conviene más que a los opositores y a su prensa que apostar por la desmemoria, por la despolitización social, porque es en ese ambiente cuando ellos son libres de hacer y decir sin consecuencias, para imponer la narrativa e inocular la agenda que los tuvo durante muchos, muchos años colmados de privilegios.
Cuando acusan a AMLO de incitar a sus seguidores mediante “discurso de odio en la mañanera”, lo que derivó en la quema de una efigie de cartón, el escándalo alcanza proporciones mayúsculas. Pero cuando ellos lo han hecho, callan o sonríen. Cuando ellos declaran que quisieran quemar vivos a los amlovers a la más pura usanza del medievo, o cuando incitan al magnicidio lo traducen en que tienen derecho a expresarse.
Por supuesto, me resulta muy molesto, porque de manera implícita asumen que la mayoría de los mexicanos no tenemos criterio, por lo que reaccionamos como zombis ante las declaraciones del presidente, como si fuéramos unos palurdos incapaces de comprender y, por consiguiente, de indignarnos por el actuar de los jueces que desbloquean los multimillonarios recursos de ex funcionarios enjuiciados y encarcelados por actos de corrupción; tampoco gozamos de derecho de libre expresión, porque eso atenta contra sus delicadas y sensibles pieles.
Cuando hacen este tipo de escándalos mediáticos lo que en verdad están tratando de acallar es el enorme poder de convocatoria de López Obrador, el apoyo popular que lo respalda. También quieren hacernos sentir que vivimos en un clima de polarización inadmisible, cuyo último fin es desincentivar cualquier acto de protesta.
Tampoco quieren que se note que esa reunión multitudinaria en el zócalo fue completamente pacífica —además de la piñata de Norma Piña, donde, por cierto, no se lastimó a nadie—, es decir, no se rompió ni un cristal. Y Norma Piña es una funcionaria del Estado, por lo tanto, está sujeta al escrutinio público, y ni modo, a los mexicanos nos gustan las piñatas.
No intento pasar por alto que tal vez, sólo tal vez, ese acto puede contener cierto dejo de violencia política de género y que vivimos en un país donde los feminicidios han sido un mal mayor, sin embargo, matizo porque considero que, si la Suprema Corte estuviera presidida por un hombre, el reclamo hubiese sido el mismo. La efigie no representa a un funcionario, sino al Poder Judicial que nos ha fallado consistentemente a los mexicanos.
Me parece muy reveladora la postura que ha asumido Denise Dresser. Ha repetido con vehemencia que la ministra ya no podrá salir a la calle, ir al supermercado sin ser confrontada por la gente. Tal vez lo dice con conocimiento de causa, por aquella vez cuando trató de utilizar una manifestación ciudadana para impulsar su agenda personal y fue confrontada en una plaza pública; quizá cada vez que ella sale a un lugar público los ciudadanos que antes la escuchaban justificar causas indefendibles, le reclamen su cinismo y su hipocresía. No deja de repetir que el presidente la ha nombrado 87 veces en la conferencia matutina —motivo por el cual ha demandado al Estado—, sin considerar las mentiras, imprecisiones y el sesgo con los que frecuentemente sazona sus opiniones sobre el gobierno y sus funcionarios.
Como ella, yo también aspiro a vivir en un país libre, donde la gente no sea señalada por sus opiniones políticas, para eso, debemos empezar a respetar los derechos de los otros, aceptar el disenso y dejar de sobajar y sermonear a quienes opinan diferente.
Estoy cansada del doble rasero de la prensa y de ciertos personajes políticos. Su postura de abierto cinismo ofende mi inteligencia y, como la semana pasada, rebasa mi capacidad de tolerancia. Una cosa es que atenten contra mis más elementales derechos, pero otra muy distinta es que asuman que no tengo razón para molestarme.
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M21