Para el divino tesoro de mi senectud la forma desparpajada y a la vista del público de ventilarse la sucesión presidencial de 2024, me deja perplejo (tal vez por la asonancia que ustedes pueden imaginar).
Muy hecho a los viejos rituales y protocolos del tema, pareciera que los actuales son de otro mundo y, por cierto, muy afortunado para el desarrollo democrático, aunque extremadamente nocivo para el viejo divertimento de la adivinanza, la acechanza de gestos y señales, las charlas de café con los “enterados”, las cargadas y los acomodos.
La sucesión presidencial era la piedra angular del sistema político mexicano. De ella se desprendía todo el entramado de antidemocracia, autoritarismo, corrupción, avances y retrocesos, hasta que ya no hubo avances y el retroceso se elevó a rango constitucional.
La práctica de entregar al presidente todo el poder, sólo tenía como límite el periodo sexenal sin posibilidad de reelección, aunque se compensaba con el muy exclusivo de nombrar a su sucesor, conocida coloquialmente como el “dedazo”.
En tal virtud, el afán de construir un país democrático obligaba a combatir o mermar tal práctica.
Así las cosas, la izquierda mexicana siempre luchó, y sigue luchando, por la democratización del país y, por ende, contra las prácticas corruptas y corruptoras del viejo sistema político que no acaba de morir.
Es en este contexto que lo que ahora se registra en la materia de la sucesión presidencial rechaza la oscuridad de los conciliábulos –la “tenebra”- y ventila ante la opinión del pueblo el tema, sin tapujos ni maniobras bajo la mesa.
El Presidente López Obrador recomienda al partido por él fundado que emplee el mecanismo de las encuestas para decidir la candidatura, tal como lo contemplan sus estatutos, en las que participen quienes se sientan capaces para el reto.
Personalmente ya he manifestado mi desafecto a dicho mecanismo; que preferiría las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias, al estilo argentino, aunque también tomo debida nota de su inviabilidad actual, ante una oposición en mora legislativa y un aparato electoral indigno de la menor confianza.
No hay “tapado” ni tampoco “dedazo”. Los aspirantes están a la vista, no sólo los mencionados en las mañaneras sino también los excluidos.
La mención en las mañaneras no es una bendición ni un boleto para la feria, incluso podrían convertirse en un tache si –como sucede con algunos añorantes del viejo régimen digital- la gente lo llegara a interpretar como dedazo.
Para una mayoría del pueblo el Presidente López Obrador es un gigante y no quisiera que llegue 2024; lo quisiera de por vida.
Por lo menos anhelaría que la presidencia recayera en alguien igual a él. Eso no existe ni pudiera existir; cada quien tiene su propia personalidad; sus riquezas y sus flaquezas.
El liderazgo personal no es transmisible ni heredable. Como tampoco lo es la capacidad ejecutiva y de trabajo. Todavía más difícil es la conjunción de ambas en una misma persona.
En las actuales circunstancias, con una oposición desfondada, cualquiera puede ganar la elección del 24, lo realmente difícil será sostenerse en el poder ante el golpismo que se acrecentará ante un nuevo fracaso electoral.
Sólo un amplio respaldo popular podrá mantener la lucha por la transformación del país que aún registra muchos pendientes. Siendo así las cosas, la capacidad de liderazgo, el carisma que provoca el amor del pueblo, sería la más importante característica a buscar en quien releve a AMLO.
Me parece que la caballada es numerosa, pero en esta materia la siento flaca. Lástima, las encuestas no tienen cómo medir esta capacidad.
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M21