El pasado 5 de junio tuvieron lugar los procesos para elegir al gobernador o la gobernadora en Quintana Roo, Oaxaca, Hidalgo, Aguascalientes, Durango y Tamaulipas, en las que compitieron las coaliciones Va por México (PAN; PRI y PRD) y Juntos Hacemos Historia (MORENA; Verde Ecologista y del Trabajo), con algunas variaciones y agregados en algunos estados, y en solitario Convergencia Ciudadana.
La primera ganó dos gubernaturas (Aguascalientes y Durango) y la segunda lo hizo en cuatro entidades (Quintana Roo, Oaxaca, Hidalgo y Tamaulipas).
Con esto MORENA, como partido y como cabeza del movimiento lopezobradorista, registra un avance que la lleva a gobernar dos terceras partes del país y se coloca en una cómoda posición para triunfar en la elección presidencial de 2024, así como en las gubernaturas del Estado de México y de Coahuila en el año próximo.
Es de destacar que los procesos, en su mayoría, observaron la consolidación de una mejor cultura política ciudadana, capaz de garantizar el respeto a la voluntad popular para designar a sus autoridades, conforme al ideal democrático.
También se dieron casos de severos retrocesos en los que privó el viejo estilo fraudulento y violento, donde se impuso la coalición Va por México en Aguascalientes y Durango, incluso en Tamaulipas donde no fue suficiente para derrotar al candidato de Juntos Hacemos Historia.
Me resulta difícil deslindar mi personal proclividad lopezobradorista de lo realmente sucedido; ofrezco disculpas por ello.
Pero no puedo dejar de opinar aquí con base en la muy amplia información registrada en las redes sociales, muy especialmente las espontáneas ofrecidas por ciudadanos libres, no participantes en portales de noticias o de opinión que tienen posturas definidas.
Privilegié la observación formulada por los amateurs que con su teléfono personal consignaron hechos lamentables de violencia, que hicieron patente el terrorismo electoral exacerbado.
Tal tipo de documentación me merece un gran respeto y credibilidad, sin demérito del periodismo independiente que también respeto, aunque les pasa lo mismo que a mí: tenemos preferencias y podemos pecar de parcialidad.
Hecha la anterior aclaración, me permito afirmar que en Aguascalientes, Durango y Tamaulipas, los tres gobernados por el PAN, se dio un retroceso a los peores tiempos del PRI en cuanto a la marrullería electoral, mediante la violencia y el acoso a dirigentes y activistas opositores, a la creación del miedo entre los electores: en resumen: la coacción del voto.
No puedo todavía hablar de fraude electoral y de manipulación de resultados, por carecer de pruebas que puedo asegurar que en breve saldrán a la luz.
Pero si la decisión de mantener el poder en esos reductos, llevaron al PAN a ejercer la violencia, la consideración de la factibilidad del fraude cae en el campo de la obviedad.
Es una lástima que un partido histórico en la lucha por la democracia se vea hoy enlodado en las prácticas fraudulentas que con tanta enjundia y dignidad combatieron en el pasado.
No guardo esperanza alguna en que la autoridad electoral enderece los entuertos registrados y los que, en su caso se demostrarán.
La parcialidad grosera del Instituto Nacional Electoral y del correspondiente Tribunal, les hace carecer de credibilidad a los ojos de la ciudadanía. Ni modo, parece que son de esos golpes que ni Dios los quita. Ojalá me equivoque.
Una importante lección de lo acontecido es la de que México y su democracia reclaman partidos de oposición serios.
En su ausencia, la posibilidad de que en el mediano plazo volvamos a caer en el partido único o de estado resulta real.
Resulta de urgencia la reforma electoral propuesta por el Presidente López Obrador, que deberá ser corregida y aumentada por el Congreso para arreglar el obsoleto sistema de partidos, entre otras cosas.
Se avanza en la vigencia democrática; pero hace falta mucho más y es urgente. Sin democracia la transformación será nula.
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M21