Durante la tarde del miércoles 1 de diciembre el Zócalo de la Ciudad de México, después de más de un año y medio de no hacerlo, el pueblo volvió a hacer suya la plaza de las luchas por la democracia.
La colmó de sobra: mucha gente no pudo acceder al sitio y quedó atrapado en las calles aledañas.
La felicidad por el reencuentro masivo, superó los temores que nos aislaron por la pandemia del coronavirus.
Satisfecha la gente por haber recuperado la libertad de vitorear a su máximo dirigente, reconociendo y agradeciendo el denodado esfuerzo de su gobierno por la patriótica conducción del país y apoyándolo con su presencia y su participación como principales actores de la construcción del país, después de mucho tiempo de sentirse ajenos en la vida pública.
El Presidente de la República informó de los avances en el programa trazado desde muchos años atrás, del que no separa el dedo del renglón.
Plenamente congruente entre la oferta de campaña y la acción de gobierno, resistiendo las presiones para cambiar de rumbo y conciliar con las fuerzas que mantuvieron al México frustrado y despreciado.
No hay concesión al pasado ruinoso y se mantiene en el afán de transformar al país conforme a lo que el pueblo ha adoptado como su proyecto de nación y lo ha hecho suyo con vehemencia y solidaridad.
En esto radica el meollo del discurso de Andrés Manuel López Obrador: la Revolución de la Conciencia del Pueblo.
Ya no más un pueblo dormido o agachado ante los poderosos que lo mantuvieron en condición de minusvalía y sujetos a la manipulación tramposa para el privilegio de unos cuantos y para la detentación en exclusiva de la riqueza pública.
En efecto, todo el accionar del gobierno se destina a incorporar a la población, principalmente los históricamente abandonados, a la consecución y el disfrute de un México nuevo y mucho mejor.
Por el bien de todos primero los pobres, con quien “quiero yo mi suerte echar” –diría el gran José Martí.
Otro aspecto distintivo del discurso es su plena definición del lado del pueblo, rechaza el consejo de los mercadólogos de la política que recomiendan correrse al centro del espectro político para evitar las confrontaciones.
Confirma con entereza su convicción a la izquierda popular y nacionalista, sin tapujos ni concesiones arrostrando con firmeza los embates de quienes con toda su gran capacidad económica y mediática lo combaten sin tregua, se les respeta dentro del quehacer democrático, pero se atiende al mandato de la mayoría que es el pueblo.
No puedo ni quiero negar mi convicción lopezobradorista, con perdón de mis detractores.
Confieso mi orgullo por ver que aquello por lo que he luchado desde mi humilde trinchera, se convierte en realizaciones y hechos, con reconocimiento de los aciertos pero también de las insuficiencias y los pendientes, pero seguro de que se realiza el mayor esfuerzo por superarlos y que se logrará contra viento y marea.
El combate a la corrupción ha provisto de bastos recursos para la obra social y para las grandes acciones de construcción de infraestructura.
La pandemia fue superada en libertad, contando con la responsabilidad del pueblo que se supo cuidar atendiendo las indicaciones de los expertos en salud pública, reconstruyendo sobre la marcha un sistema de salud abandonado, sin médicos ni equipos necesarios, priorizando la consecución y la aplicación de las vacunas necesarias.
Atendiendo la crisis económica volcando los recursos en la base social que, significativamente complementados por las remesas de los migrantes en magnitud nunca vista.
Sorteando exitosamente los obstáculos artificiales creados por los que quisieran hacerlos fracasar, en fin gobernando con el rigor de quien tiene prisa y hace dos sexenios en uno, trabajando al doble de su capacidad.
Esto es lo que el pueblo advierte en su gobernante y se le entrega sin cortapisas, haciendo oídos sordos a los agoreros del desastre y que se aferran en su reaccionaria actitud de negar lo evidente.
México está de pie, erguido y con la frente en alto.
Sabe de ser un gigante con los pies firmes en el soporte popular. Toca ahora embarnecerlo y dotarlo de la musculatura de la grandeza.
Me siento orgulloso de poder vivir esta magnífica nueva realidad.
Cordialmente invito a los que piensan diferente a reflexionar y abandonar lo pusilánime para sumarse al esfuerzo de todos, seguramente serán más felices.
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M21