Considero que la transformación del país transita cada vez por mejores caminos. La visión en retrospectiva del final de 2018 marca profundas aunque insuficientes diferencias, no sólo referidas al estilo personal de gobernar del actual Presidente, sino al contenido mismo de la acción de gobierno.
El añejo divorcio entre pueblo y gobierno devino en un correcto entendimiento mutuo, que es la esencia misma de la verdadera democracia.
Así es lo que hoy estamos experimentando y me parece muy satisfactorio a la mitad del camino sexenal, por lo menos quienes hemos tenido la fortuna de encontrar fuentes alternativas de información y nos hemos destetado de la basura con que suelen desinformar los medios tradicionales, ayer sometidos al dominio presidencial y hoy subvencionados por los detractores del actuar gubernamental.
El destete ha consistido en leerlos ahora de manera crítica y abrevar en la información libérrima de las redes sociales, incluida la famosa mañanera de AMLO, en las que hay de todo y sin mesura.
Gozo de la arrogancia de usar mi propio criterio en la búsqueda de la verdad; es un deleite muy de ser recomendado.
Sin dejar de ser trágico, el virulento bombardeo de los medios tradicionales contra el Presidente es aleccionador en suficiencia.
Me percato de que quienes siempre alabaron a quienes me traían frito, hoy tratan de freír a quien me ayuda: ergo (dirían los excelsos) ni los que me fregaron consuetudinariamente ni sus “poderosos medios” merecen mi aprobación; los rechazo rotundamente.
Pero no sólo yo, sino que la mayoría del pueblo también; las encuestas lo confirman; la elección del 6 de junio lo refrenda y la consulta del 1 de agosto lo confirma.
Es de risa loca que los conservadores quisieron vender lo contrario y se regodeaban presumiendo que le habían arrebatado al régimen una mayoría calificada que no tenía en el legislativo.
Se conservó la misma mayoría simple, además callan que se les arrebataron once gubernaturas de las quince que se decidieron.
Dicen los conservadores que la consulta popular para someter a juicio a los actores políticos del pasado, contra la que apostaron todas sus canicas, principalmente contando con la parcialidad del órgano electoral que redujo a un tercio las casillas electorales, fue un fracaso.
Pero, 6.5 millones de ciudadanos se manifestaron por el SÍ, casi el 80 por ciento de los que votaron por el PAN en junio con 160 mil casillas y la publicidad a todo vapor.
Si tal hazaña es un fracaso, lo sería de los conservadores al nivel de paliza.
Quiero subrayar el caso de las gubernaturas que ahora son parte del nuevo régimen, particularmente en lo referente al tema de la paz y la seguridad.
Los gobiernos arrebatados electoralmente a la oposición conservadora se caracterizaron por llevarle las contras al Presidente en su política de pacificación, fuese por connivencia con los delincuentes o por afanes “federalistas”.
En esas entidades campeaba el crimen y la inseguridad. Hoy el Presidente cuenta con una amplia extensión territorial para hacer valer su programa pacificador.
Es de augurar un pleno rompimiento de las complicidades entre crimen y autoridad, elemento sustantivo de la lucha encabezada desde el Palacio Nacional.
Es cierto que el nuevo régimen, escrupuloso en el respeto a los poderes, se ha topado con pared en lo tocante a la corrupción del Poder Judicial.
Ahí tiene su nido la serpiente del viejo estado de cosas para enorme sufrimiento de la población inerme.
Tendrá que ser esa misma población la que se arme de valor para exigir el cambio radical necesario, en apoyo a su Presidente para operarlos. No sé cómo, pero tendrá que suceder.
Por lo que toca al poder económico, no necesariamente conservador, las cosas pintan para una rápida recuperación e incremento de la potencialidad económica del país, que mantiene bajo control las variables de finanzas públicas sanas.
Imagínese usted, amable lector, dónde estaríamos si no se hubiese atravesado el maldito bicho del coronavirus. En la utopía del bienestar, indudablemente.
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M21